CAPÍTULO 4

Las siguientes horas fueron bastante erráticas para David; todos han soñado alguna vez con tener todo el dinero y la influencia para poseer autos con chofer esperándolos a la salida de cualquier lugar para llevarlos de vueltas a sus lujosas moradas; él mismo lo soñó un par de veces, sin embargo, vivirlo era por completo diferente.

Ángela había hecho su internado en un hospital público, uno importante y reconocido en el país; y por esa razón, no era precisamente un lugar de lujo aunque tuviese todo lo necesario, incluido la tecnología más avanzada, para atender a cualquier paciente.

Tras salir de ese hospital, el auto se dirigió a otro distrito, rumbo a una clínica privada. Nadie dijo nada, el ambiente dentro del vehículo era tenso y sofocante, el propio David se dio cuenta que el conductor miraba de hito en hito por el retrovisor, examinando la situación, seguramente preguntándose qué le había pasado a su jefe.

Las interrogaciones seguían apilándose una a una: ¿qué clase de hombre era en ese momento?, ¿cuáles de sus metas había alcanzado?, ¿se había convertido en CEO por sus propios méritos o sucumbió a las maquinaciones de Laura Miller, que en más de una ocasión le ofreció el camino más rápido para escalar posiciones dentro del organigrama empresarial?

Cuando se apearon del carro en el estacionamiento privado, una serie de escoltas los rodearon rumbo al elevador que los esperaba con las puertas abiertas.

―Todo saldrá bien, David ―dijo la pelirroja cuando las puertas se cerraron; pero más que reafirmar un hecho, sonaba más como un ruego.

El consultorio del neurólogo era amplio, iluminado y acogedor. No tuvieron que esperar a ser atendidos, y estando dentro, el hombre de edad madura, de cabello rubio platinado que se hacía llamar doctor Angus W. Wembley, procedió a hacerles las mismas preguntas que el doctor Swan le había hecho.

―¿Recuerdas cómo te llamas?

―David Hansen ―respondió él con voz cansada.

―¿Qué edad tienes?

―Veintiséis años ―dijo, mirando a Laura―. Aunque mi identificación dice que tengo treinta y dos.

―No te preocupes por eso ―explicó el doctor con voz amable―. Solo debes responder las preguntas en función de lo que recuerdas, y no en lo que te han dicho.

»Ahora, continuemos, ¿dónde trabajas?

―Soy asistente de gerencia en Miller Co. ―Tragó saliva con algo de dificultad―. De la gerencia de gestiones. Trabajo allí desde hace dos años.

―¿Recuerdas el nombre de tu papá?

―Sí, Peter Hansen.

―¿Recuerdas dónde vives?

―Sí, fue al primer lugar al que fui cuando desperté ―dijo, soltando un suspiro.

―¿Recuerdas que tienes un hijo llamado Noah? ―inquirió el doctor, sin cambiar el tono de su voz. David negó.

Tras terminar el interrogatorio, el doctor llegó al mismo diagnóstico, e hizo la misma sugerencia sobre repetir el estudio médico en un par de días.

―¿Cuándo cree que vaya a recuperar la memoria, doctor Wembley? ―preguntó Laura.

―Es difícil decirlo con exactitud ―respondió el hombre―. Cómo este tipo de trastornos son transitorios y pueden ser causados por cualquier cosa, es complicado predecirlo.

»David no tuvo ningún accidente antes de esta situación, según lo que me dijiste, Laura, él no tuvo un comportamiento errático o extraño la noche anterior.

»Los niveles de alcohol en su sangre no son tan elevados como para decir que fue producto de una intoxicación etílica, ni hay evidencias físicas que indiquen un golpe o trauma que afecte el cerebro.

»Lo más probable es que aún no haya recordado parte de los hechos pasados debido al shock, las cosas se calmarán si se rodea de personas conocidas, su familia y amigos que conoce desde esas fechas y a las cuales recuerda con claridad.

David soltó una risita cínica, fue inevitable, era imposible hacer eso, en especial porque dudaba que Laura fuese a contactar a Ángela para que los ayudara; tampoco pensaba que ella fuese a acceder, tomando en consideración el montón de basura que existía entre todos ellos.

La única persona que tal vez podía acercarse a él era Alex, pero también dudaba que su amistad hubiese perdurado, no solo por el hecho de que era amigo de su ex novia, sino porque era muy probable que Laura le hubiese obligado a cortar esos lazos.

«No importa» pensó con cansancio, «en este momento no importa, cuando todo esto se calme, averiguaré qué sucedió durante todo este tiempo, y retomaré el control de mi vida.» 

Laura solo abrió los ojos debido a la sorpresa, pero se recompuso de inmediato. El doctor notó entonces la tensión entre ambos, el lenguaje corporal del paciente denotaba una profunda incomodidad, una que no se parecía en nada a la que era causada por estar enredado con un desconocido en una situación extraña.

«Estos dos tienen historia, una muy mala historia…» pensó con sagacidad.

 ―Lo que puedo ofrecerles es que David se quede aquí por un par de días, de ese modo monitorearemos su recuperación y haremos los exámenes pertinentes que deben repetirse para constatar que no hay una causa física, que algo en su cerebro esté fallando. ―sugirió el doctor.

Laura lo miró, su expresión era suave, estaba a la expectativa de lo que pudiera decir, pero en cierto modo comprendía que aquella situación era transitoria.

Para él, aquello era como escoger entre comer comida rancia y caminar sobre brasas al rojo vivo: no quería ninguna; pero también estaba claro en que sus opciones eran más que limitadas, aunque no recuperase su memoria inmediata, al menos debía saber qué herramientas poseía.

De una cosa podía estar seguro, sin importar qué artimañas había usado Laura para conquistarlo, nunca había tenido una personalidad sumisa; por el contrario, entre más trataran de joderlo, más se empeñaba en salir victorioso de todas las vicisitudes.

Había sobrevivido al abandono de su madre cuando apenas tenía ocho años, se liberó de los abusos de su padre cuando cumplió catorce, se independizó, se sostuvo a sí mismo y consiguió ser becado para estudiar en una preparatoria exclusiva que le permitió entrar a una buena universidad.

David Hansen era un luchador nato.

―Creo que lo mejor es que vaya a nuestra casa ―respondió con firmeza―. El doctor Swan dijo que era posible que, para mañana, después de dormir, haya recuperado parte de mis recuerdos, así que considero que es buena idea ir a un entorno que estimule eso, ¿no le parece?

―No tienes que presionarte, David ―le recordó el doctor―. Es verdad lo que dijo mi colega, tus memorias volverán, es posible que en un día, o máximo dos, todo regrese a la normalidad; pero si quieres que eso suceda, debes tomarlo con calma, no forzar las cosas, eso nunca ayuda.

―Está bien, doctor ―aceptó él, levantándose de la silla―. Tomaré todas las precauciones que usted menciona.

De vuelta al auto, Laura dio la orden de dirigirse a la casa, David notó cómo el auto discurría por las avenidas de la ciudad con suavidad, alejándose cada vez más hacia uno de los distritos de lujo de la ciudad, donde se encontraban una serie de rascacielos que se erigían contra el cielo en una impecable obra de arte de metal y vidrio.

Entraron a uno de esos edificios justo después de la una de la tarde, él se sentía cansado, como si solo en esa mañana hubiese vivido toda su vida; hambriento y frustrado, aceptó en silencio el saludo del personal del pent house, se dio un baño caliente, sumergiendo su cuerpo en la enorme tina mientras observaba el horizonte frente a sí.

Cuando regresó a la habitación encontró un cambio de ropa, algo más casual y cómodo, también estaba servida la pequeña mesa junto al ventanal, así que tras vestirse se sentó a comer en silencio, procurando organizar un poco sus pensamientos.

Allí donde sus ojos se posaron, encontró evidencia de su vida durante esos seis años que no recordaba.

Fotos de él y Laura sonriendo a la cámara, también halló las imágenes que denotaban el crecimiento de un pequeño niño de cabellos rojizos. En una de las mesas de noche al costado del lecho tenía el viejo reloj despertador que conservaba desde la escuela, un obsequio del profesor Clarke quien lo ayudó a conseguir la beca cuando entró a los estudios de bachillerato.

Eso le hizo pensar que tal vez, ese David que había surgido en esos seis años que no recordaba no era tan diferente y extraño; que no se convirtió en un sujeto arrogante que negaba su pasado y ocultaba sus orígenes.

«Quizás nunca dejé de querer a Ángela…»

Y ese pensamiento le hizo perder el apetito.

Se levantó de la silla y se encaminó al guardarropa, examinó los compartimientos, encontrando todas sus prendas de ropa, zapatos, relojes y trajes. Era una habitación enorme que compartía con las cosas de Laura, de hecho, había espacios que denotaban su obvia relación.

Decidió recostarse y dormitar, con algo de suerte cuando abriera los ojos todo tendría más sentido.

«Al menos Laura tiene el tacto de darme espacio.»

Lo despertó el golpeteo de la puerta, el sol todavía alumbraba el cielo de la ciudad, miró el reloj y comprobó que eran las cuatro de la tarde, solo había dormido un par de horas. El sonido regresó, no era tan fuerte, incluso se escuchaba tímido.

―Adelante… ―anunció, sentándose definitivamente en la cama.

La puerta se abrió y una pequeña cabeza rojiza se asomó por el borde. David miró al niño y el pecho se le oprimió.

―¿Te sientes mal, papá? ―preguntó con su voz infantil cargada de preocupación―. Mamá me dijo que estás indispuesto.

David sonrió con tristeza.

―Estoy un poco mal, me duele la cabeza ―respondió con suavidad. El niño corrió a su encuentro, se colocó entre las piernas de él y lo abrazó con fuerza.

―No te preocupes, papá ―le aseguró con esa certeza que solo la inocencia permite―. Yo te voy a cuidar hasta que te mejores, no iré ni a la escuela, me quedaré contigo y comeremos palomitas de maíz mientras vemos películas en la tele…

David rio, a diferencia de Laura, la espontaneidad del niño era refrescante y aliviadora. Acarició un poco la cabecita de esa personita que demostraba su adoración hacia él.

«Esto es un asco» pensó con desdicha.

De ese pobre niño, no recordaba absolutamente nada.

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