Capítulo 4

—Dios, mujer, eres terca como el infierno —gritó, caminando de regreso a mi puerta, e intentó abrirla, pero la bloqueé en cuanto me subí—. ¿Estás enojada conmigo? Bien, lo entiendo, pero no seas insensata. Va a anochecer en cualquier momento y no veré una m****a. —Se pasó una mano por el pelo y suspiró exasperado—. Abre el jodido capó y déjame ver qué está mal con el auto —demandó obstinado, pero no iba a ceder, no quería. Aunque me hacía falta salir a tomar aire fresco, estaba sudando y empezaba a sentirme un poco claustrofóbica.

Quería gritarle que se fuera a la m****a, pero en ese momento contestó el operador de ayuda vial y elegí hablar con él, no pensaba perder la llama de nuevo. Le expliqué mi situación, respondí las preguntas que me hizo y murmuré un sí cuando mencionó que me pondría un momento en espera para verificar la información. Harris seguía al pie del cañón, al lado de mi puerta, murmurando palabras que no lograba escuchar, y noté que se le endurecía el entrecejo. Cada vez se veía más furioso. Decidí ignorarlo.

No pasó mucho antes de que el operador volviera a hablarme, me preguntó mi ubicación, se la di, y fue cuando aseguró que en menos de quince minutos llegaría el mecánico que me asignaron. Le di las gracias por su amable atención y terminé la llamada. Para entonces, Harris ya no estaba junto a la ventanilla. No sabía a dónde había ido, porque dejé de mirarlo mientras hablaba. Miré atrás y sentí alivio cuando lo vi apoyado contra su vehículo. Bien dije que no necesitaba su ayuda, pero no quería quedarme sola en ese sitio porque, como él dijo, pronto iba a anochecer y no había nadie cerca.

Agudizando la mirada, noté que estaba usando su teléfono móvil y que sonreía muy animado. ¿A qué se debía su cambio de humor, si hasta hacía un momento, estaba enojadísimo? O mejor dicho, ¿a quién se debía? ¿Una mujer, quizás?

Seguro sí, los hombres son tan básicos…

Me enderecé en el asiento cuando lo vi acercándose y fingí hablar por teléfono también.

—Bájate del auto, tengo que irme y no voy a dejarte aquí sola —dijo alzando la voz.

Hice como si no lo hubiera escuchado y me dediqué a leer los mensajes que recibí mientras me tuvieron sedada. Había unos cuantos de Nicole, un montón de Claire y otro puñado más de Jenny. Le escribí a Nicole y a Claire diciéndoles que estaba bien, que luego les hablaba. A Jenny decidí llamarla cuando me encontrara en casa.

Entre tanto, Jacob seguía tratando de persuadirme para que me fuera con él y yo lo seguía ignorando. Pero, de un momento al otro, mi estómago se sacudió y sentí arcadas. Intenté controlar las náuseas unos minutos, pero no podía, iba a vomitar. Abrí la puerta y abandoné el auto a toda prisa, sin prestarle atención a las palabras que pronunciaba Jacob cuando me vio salir, no podía aunque hubiera querido, me sentía enferma. El aire frío me golpeó el rostro sudado y alivió un poco mi malestar, pero no por completo. Terminé vomitando en una jardinera junto al auto, vaciando el contenido mi estómago con fuertes arcadas. Jacob se apresuró hasta mí y me sostuvo por la cintura.

Me limpié los labios con la manga de la blusa cuando todo terminó y le siseé a Harris que me soltara.

—No, me gusta sostenerte —dijo el muy imbécil y me sujetó con más fuerza—. Además, no voy a dejar que vuelvas a encerrarte en el auto.

—Pensé que había dicho que tenía que irse —repliqué, e intenté zafarme de su fuerte sujeción.

—Sí, tengo que irme, pero no lo haré sin ti. ¿Qué tipo de padre sería si dejo sola a la madre de mi hijo en…?

—¡Mi hijo! —espeté y le di un pisotón en el pie con la punta de mi tacón que lo hizo maldecir, pero no me soltó—. Libéreme ahora o comenzaré a gritar por ayuda.

—Eres fuerte, Ava Greene, y bastante obstinada. Lo que no sabes es que yo también lo soy. Si digo que no me iré sin ti, es porque no lo haré —estableció decidido y me alzó en vilo en sus brazos sin ninguna dificultad. ¡Ya lo había tomado por costumbre!

—¿A dónde cree que me lleva? —chillé malhumorada y luché por escaparme de sus brazos, otro intento fallido—. ¡Auxilio! Alguien ayúdeme, por favor. ¡Intentan secuestrarme! —grité desaforada cuando vi que se dirigía a su vehículo—. ¡Es un salvaje! ¿Cómo pudo llegar a ser juez?

—Siendo un buen abogado —contestó orgulloso—. Y no soy un salvaje, tú eres tozuda y malcriada y me obligas a actuar así.

—¿Yo lo obligo? —protesté indignada—. Patrañas. Usted está disfrutando de esto, no crea que soy tonta.

—Sé que no lo eres, Ava, lo supe desde que te vi entrar a mi tribunal.

¿Recuerda ese día? Pensé que no, que solo conocía mi nombre por el asunto de la clínica. Mentiría si dijera que no me emociona saber que me notó antes de saber que llevo en mi vientre a “su hijo”.

—¿Y qué va a hacer ahora?, ¿piensa atarme al asiento? Porque no pienso ir con usted a ningún lado —sentencié cuando se paró frente a la puerta de copiloto de su auto.

—¿Por qué no? —replicó con una mirada triste, pero a mí no me compraba con su papel de mártir, no iba a disuadirme para que me subiera con él voluntariamente.

—Porque no quiero. Además, no voy a dejar mi auto a la intemperie.

—Alguien vendrá por él, eso no es problema. —Me miró los labios y se mojó los suyos con la punta de la lengua, lenta y seductoramente.

¿Estaba pensando en besarme?

Dios, que no lo haga, porque además de que vomité minutos antes y debo tener la boca apestosa, no creo que pueda resistirme a un beso. Han pasado dos años desde la última vez que me dieron uno, el mismo tiempo desde que tuve intimidad... Y, bueno, una tiene necesidades que un aparato a pilas no puede suplir. Nada se compara a sentir suaves labios besando y caricias tibias sobre la piel.

—Eres hermosa —susurró, con sus enigmáticos ojos enganchados a los míos. Ya no veía tristeza en sus pupilas, sino algo distinto que no pude descifrar.

—¿Le dice lo mismo a todas? —expulsé las palabras sin siquiera pensar. Por mi tono, cualquiera diría que estaba celosa. Y no era así, Harris y yo no éramos nada, apenas nos conocíamos.

—¿Todas? —Sonríe—. ¿Qué tipo de hombre piensas que soy?

—No lo sé ni me importa. —Le clavé las uñas en los antebrazos y me removí entre sus brazos hasta que logré que los aflojara lo suficiente para librarme de él. O quizás me dejó ir en un acto de sensatez—. ¡Váyase a donde tenga que irse y déjeme a mí en paz! —Le grité y di media vuelta para irme a mi auto. En ese momento, vi la camioneta de ayuda vial aparcando frente a mi auto y liberé un suspiro.

Me apresuré hacia la camioneta, con el obstinado de Harris siguiéndome los pasos muy de cerca. Parecía mi sombra.

¿Qué tengo que decirle para que me deje en paz?

El mecánico se bajó del vehículo y me saludó con un apretón de mano cuando llegué a su encuentro, se presentó como Louis Stewart. Le dije mi nombre devolviéndole el saludo. Louis era alto, delgado, con unos impresionantes ojos celestes, cabello largo –castaño claro, atado en una coleta de caballo baja– y una barba espesa que le cubría la mandíbula. Vestía un overol azul oscuro y botas de seguridad.

Giré los ojos cuando Harris le extendió la mano y se presentó, diciendo: «Jacob Harris, Juez de la Corte de Circuito Criminal».

¿Era eso necesario?

—Un gusto, señor Juez —dijo Louis aclarándose la garganta mientras le estrechaba la mano.

—Ya puede irse, señor Juez —dije con tono altanero—. Louis va a reparar mi auto ¿cierto? —pregunté con una sonrisa falsa.

—Eso espero, señorita Greene —respondió él serio y distante. El “gran juez” lo había intimidado. Caminó hacia la camioneta, abrió la puerta trasera y sacó una caja de herramientas mediana.

—¿A él sí lo tuteas? —reprochó Jacob hablándome al oído, bajito, para que Louis no pudiera escucharlo.

—Él me cae bien —respondí también en voz baja y me abracé para entrar un poco en calor, estaba comenzando a hacer mucho frío y no traía mi abrigo.

Mi sombra gruñó.

—Me informaron que el auto no enciende ¿es correcto? —preguntó el mecánico cuando estuvo de regreso.

—Sí, lo intenté varias veces y nada. Le mostraré lo que…

—Lo haré yo —intervino Harris y se apresuró a mi auto antes de que pudiera reaccionar.

¿Pero quién se ha creído?

Louis lo siguió y yo no me quedé atrás, no iba a permitir que tomara el mando de la situación.

—¿Qué cree que hace? —chillé desconcertada cuando llegué a la puerta del piloto y vi a Harris con mi teléfono pegado en su oreja—. ¡Deme eso! —exigí con un grito de horror.

Louis carraspeó y miró hacia otro lado, incómodo con la situación. ¡Qué vergüenza!

—Aquí tienes —dijo Jacob con el ceño fruncido.

—Bájese de mi auto y váyase —demandé obstinada. Ya me tenía hasta la coronilla.

—Ven aquí, muchacho. —Le dijo al mecánico, ignorándome como si le hubiera hablado a una estatua.

—No te muevas —ordené a Louis. Él me miró con el entrecejo arrugado y luego miró a Jacob, de nuevo a mí. Al final, fue hasta Jacob. Juez le ganó a propietaria de vehículo.

Contuve las ganas de gritar y miré la escena con los brazos cruzados. Jacob intentó encender el vehículo, hizo un sonido extraño y después nada sucedía, como todas las veces que yo lo intenté. Louis le dijo que pensaba que se tratara de la cadena del tiempo o algo así. No tenía idea de qué era eso, pero esperaba que se arreglara con un ajuste.

Mi teléfono comenzó a timbrar en mi mano y recordé que Jacob estuvo hablando con alguien, no miré con quién. En la pantalla, aparecía el nombre de Christian Emerson, mi colega en el bufete. ¿Sería con él con quien hablaba?

Contesté la llamada y me aparté un poco para que nadie escuchara lo que iba a hablar con Emerson. Él siseó un hola y dijo en tono cortante que necesitaba todos los archivos del caso Wonder. Le pregunté por qué, ese era mi caso, no suyo.

—Wright me puso a cargo, el caso Wonder ya no es asunto tuyo —espetó de mal humor.

—¡Eso lo veremos! —refuté y colgué la llamada, hecha una furia.

Me ausento un día y Emerson intenta quedarse con mis clientes. Es un imbécil.

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