[CAPÍTULO CUATRO]

Nicolás llevó la mano a su bolsillo donde sacó su celular que acababa de sonar por el mensaje que le había enviado. Leyó el mensaje y noté que fruncía el ceño, no sabía de quién era el mensaje porque no conocía mi número. Volvió a repasarnos con la mirada buscando al responsable del mensaje hasta que topó con mi mirada la cual le decía todo, me miró algo sorprendido, seguro que no se esperaba que yo fuera la responsable de aquello, qué vergüenza.

—Podéis regresar todos a vuestros puestos —anunció de pronto sorprendiéndonos a todos.

—¿Ya? —preguntó Mario—queremos saber de quién es el cuaderno.

—Así es, ¿ya sabe de quién es? —apoyó otra curiosa entre la multitud. Nicolás volvió a mirarme, le estaba suplicando que no dijera nada. Si mis compañeras se enteraban nunca me dejarían respirar en este bufete y no podía abandonarlo todavía si Maya no estaba lista para regresar.

En cambio, Nicolás abrió la puerta y nos señaló que saliéramos.

—Gracias por su tiempo, si por casualidad tengo la oportunidad de darles a conocer al anfitrión de la obra, se los diré a cada uno—dijo observándome, ¿era una amenaza?

Uno a uno iba saliendo por la puerta, yo bajé la mirada, no me atrevía a volver a mirarle a la cara, estaba muerta de vergüenza, ahora sabía que me gustaba su hermano a pesar de estar casado. Qué estupidez de mi parte, quizás si hubiera pasado por allí en la noche cuando buscaba el blog esto no estaría pasando.

Cuando pasé por su lado junto a la puerta con la intención de salir, me detuvo con el blog.

—Tú te quedas—sentenció y tuve que alzar mi vista para verlo. En su mirada pude descubrir que aquello apenas estaba empezando, no iba a librarme tan fácilmente.

Todos salieron de la sala y nos quedamos solos los dos. Cerró la puerta. Caminó por la sala con su mirada sobre mí, por su mirada y expresión facial se notaba que no acababa de creerse que yo fuera la responsable de aquella obra de arte.

—¿Tú? —preguntó incrédulo, yo solo podía ocultar mi rostro mirando al piso. Soltó una risa— la chica que reusa admitir que tiene nombre de hombre está secretamente enamorada de mi hermano, y eso que es su secretaria, ¿quién lo diría? —decir aquello hizo que alzara la vista a verlo, seguía con esa sonrisa en los labios—debe de ser muy duro. —concluyó y observó el cuaderno.

—¿Va a devolverme el cuaderno? —pregunté en voz baja, pero lo suficiente como para que me escuchara.

—Podría devolvértelo, pero eso no te sería una ninguna ventaja para impedir que se entere mi hermano. —no entendía a qué se refería, abrió de nuevo el cuaderno— según he leído aquí, todos en este bufet me consideráis ¿su pulmón? —me miró dudoso.

—Será…por el gran amor que se tienen, siempre están unidos y no hay forma de separaros.

—¿Es que queréis separarnos?

—¡No! Por supuesto que no.

—¿Mi hermano sabe que me llamáis así?

—Obviamente que no, pero no creo que le moleste.

—Confieso que sois muy ingeniosos con lo del apodo ese, pero bien, a lo que iba. —continuó— si te devolviera tu libro, igualmente podría contarle a mi hermano que su secretaria está enamorada de él y como ya sabéis todos por aquí, él me hace caso, hasta podría añadir cualquier otra cosa que se me ocurra—lo miré confusa, ¿es que pensaba contárselo a su hermano?

—Me despediría.

—Totalmente posible sin duda— volvió a sonreír, parecía que le divertía aquello.

—¿Qué quiere de mí? —me miró con una ceja enarcada.

—¿De ti? —preguntó como si hubiera dicho una tontería—seguro que nada— reconozco sinceramente que me dolió y no sé por qué, tal vez por la manera en la que me lo dijo. —Pero tengo ciertas dudas y me gustaría que me las aclararas. — se apoyó contra la mesa mientras volvía a ojear el cuaderno. —¿Por qué de mi hermano? —lo miré interrogante, ¿me estaba preguntando por qué me gustaba su hermano? Me mostró la página en la que justo ayer yo había escrito el nombre de Daniel con letras grandes. Me preguntaba cuándo acabaría esa tortura innecesaria.

—Porque…es él y es perfecto.

—Pero sabes que nunca se fijará en ti ¿cierto? —aquello sí no podía afectarme porque era evidente, tampoco es que esperara que sucediera.

—Lo sé.

—¿Y entonces?

—Espero algún día encontrar a alguien como él— se tomó unos segundos a mirarme por aquello que acababa de decir. Parecía una soñadora. Volvió la mirada a mi cuaderno y regresó a las primeras páginas.

—Sígueme—dijo mientras se incorporaba y rodeaba la mesa hasta donde se encontraba la pizarra blanca en una esquina de la sala. Me quedé paralizada observándolo hasta que se volvió a verme— que vengas aquí—me ordenó y tuve que reaccionar y obedecer. Caminé hasta encontrarme junto a él.

Tomó el rotulador y según lo que veía escrito en mi cuaderno, iba apuntando verticalmente las características que me encantaban de su hermano. Eran aproximadamente ocho características. Cuando h**o finalizado se acercó a mí y me ofreció el rotulador, lo cogí. No entendía qué esperaba que hiciera. Se apoyó contra la mesa con las manos cruzadas.

—Allí tienes una lista de todas las características que te gusta de mi hermano —y así era, justo en las primeras páginas ya tenía registrado todo lo que me encantaba de Daniel. Cuando me giré a ver a través de la puerta, descubrí que mis compañeras nos estaban observando, y otros más. Me asusté, seguramente ahora estarían sospechando que yo era la responsable de lo del cuaderno, estaba muerta.

Me acerqué lentamente hacia Nicolás, quería tenerlo muy, pero que muy cerca. Él tenía su atención sobre la pizarra, no se había percatado de lo tan cerca que estaba de él, yo ya había dejado de prestarle atención desde que vi a mis compañeras sonriéndome burlonas, tenía que hacerlas creer que estaba en aquella sala por otra razón, inevitablemente mi brazo chocó contra el brazo de Nicolás y eso hizo que se volviera a verme confuso, ahora se percataba de lo cerca que estaba de él.

—Perdón, yo…—intenté disculparme totalmente nerviosa. Pero él miró hacia donde estaban mis compañeras y pareció entender lo que intentaba hacer. Vi cómo sonreía divertido, quería poder decirle que dejara de hacerlo, tenía una sonrisa tan especial que me hacía olvidar que él no era lo que necesitaba en mi vida. Para mi sorpresa se inclinó hacia mí y depositó un corto beso en mi mejilla. Alcé la vista para mirarlo sorprendida, estaba roja por lo que acababa de hacer.

—Ya me debes una—me dijo, volví a ver a mis compañeras y tenían los ojos como platos y con la mano sobre la boca, debían de estar pensando que entre el hombre por el que flipaban y yo había algo, eso era un gran punto a mi favor. Volví a ver a Nicolás, no sabía si agradecerle, pero esa sonrisa de orgullo me lo ponía difícil.

—¿Te gusto? —preguntó de pronto.

—¡No! —solté enseguida.

—Que yo sepa, Daniel y yo somos hermanos, ¿qué crees que tiene él que no tenga yo? Y eso que soy el hermano más divertido.

Miré la pizarra y entendí para qué me había entregado el rotulador.

—Ponle una cruz delante a lo que crees que me falta. Quizás así sabré qué opinas de mí.

Con mucho gusto lo haría, esa era mi gran oportunidad de bajarle ese ego que llevaba siempre consigo.

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