Capitulo 4

Antonella sola se encargó de decorar una habitación para su hija y de comprar ropa y cosas para la futura bebé, ella tenía suficiente amor para darle, si Josef no la amaba, con su amor sería suficiente. 

Las semanas siguieron transcurriendo y Josef solo preguntaba a Antonella sobre cómo se encontraba por educación y porque compartían en el mismo techo, comían en la misma mesa y compartían la enorme casa, pero por lo demás estaban muy lejos de ser un matrimonio y una familia feliz, de alguna manera Antonella se sentía triste que después de tanto buscar un bebé, viniera en unas condiciones en dónde el hogar ya no era uno de verdad en el cual uno deseara estar.

El momento de dar a luz llegó y Antonella solo se encontraba con las dos mujeres que se hacían cargo de la casa, la cuál se llenó de alboroto, las dos empleadas se volvieron casi locas con Antonella por el miedo y la emoción, porque por fin luego de tantos años habría una criatura corriendo por la casa dando alegría a su madre que había sido dejada y olvidada en casa por su marido, uno que en un principio pareció ser diferente, pero que resultó ser como la mayoría de los hombres. Uno machista y misógino.

Una de las empleadas se desvivió llamado a Josef, pero la secretaria no supo dar noticias de él, solo le dijo que había salido a eso de las tres de la tarde y no había vuelto. Sin más que hacer llamaron a un taxi para que llevara a Antonella a dar a luz al hospital privado en el cuál había ido para sus chequeos cada mes, una empleada subió con ella para acompañarla, mientras la otra se quedaba en casa en espera de que el patrón regresara para darle la noticia, aunque algo le decía que a él no le importaba mucho ya la esposa y su hija.

Antonella dio a luz a una niña grande y saludable, expulsarla de su cuerpo fue doloroso y difícil, pero Antonella estaba dispuesta a dar la vida por su hija, a ese pequeño trocito de carne que desde el primer día que supo que la esperaba la comenzó amar y que cada día ese amor se fue haciendo más y más grande, y ahora era el momento de demostrarle de que era verdad lo que le decía cada noche antes de dormir.

Pujó una última vez y dio a luz, enseguida escucho el llanto de su pequeña, era un llanto grave casi como el de un varón, Antonella pidió verla enseguida y una enfermera se acerco y se la mostró, para Antonella fue lo más hermoso que hubiera podido ver en toda su vida, era su hija, la que amaba con todo su corazón y la cuál se convirtió en todo para ella desde ese día.

Las horas pasaron y Antonella seguía sola en compañía de la empleada, Josef ni quiera había llamado, ni aparecido en el hospital, tampoco apareció al día siguiente por la mañana cuando Antonella volvió a casa, ahora con su pequeña en brazos, sin embargo esto ya no le dolió como a una esposa su ausencia, aquello se lo venía esperando desde hacía meses, lo que si le molestaba era el hecho de que no fuera al hospital para conocer a su hija y aún más el que no estuviera en casa, ni se preocupara ni siquiera un poco.

Cuándo Josef llegó era pasado el medio día, arribo con estado de resaca y un genio de los mil demonios, porque de una manera grosera pidió a una de las empleadas un vaso con agua y una pastilla para el dolor de cabeza, el cual le entregaron pronto y Josef se lo bebió de un tirón, para luego frotarse las sienes.

-¿Se le ofrece algo de comer?

-No, no tengo hambre ¿dónde está la señora de la casa?

-En su habitación.

-¿Ya ha desayunado?

-Hace un rato.

-¿Pregunto por mí? – pregunto un tanto preocupado.

Nunca de los nunca había faltado a dormir a casa, pero ayer se había sentido diferente, como hastiado de la vida que tenía, no sabía de quién era la culpa, si de él o de ella por no haberle podido dar un hijo desde hacía mucho y cuando lo lograban después de tantos intentos, engendraba a una niña en la cuál no podría confiar todo lo que había trabajado por años, se sentía como decepcionado de la vida.

-Cuando llegó del hospital.

-¿Se puso mal? – pregunto realmente preocupado, sintiendo que la culpa lo inundaba. Había dejado sola a su mujer.

-Ayer por la tarde rompió fuente y aunque tratamos de localizarlo nunca le encontramos. Así que la llevamos en taxi al hospital.

La cruda que sentía Josef desapareció para darle paso al pánico y se sintió tonto por temer a dos mujeres, una que todavía ni siquiera podía discutir, pero que seguramente lo haría cuando creciera y tuviera un novio.

-¿Fue niña?

-¡Si! ¡una niña preciosa!

Una vez muerta toda su esperanza, se alejo de la cocina para ir a la habitación de Antonella y una vez llegar a la puerta se debatió entre si debía tocar o entrar con todo el derecho que tenía por ser su casa y ella su mujer, pero aún así ,tocó por lo que había hecho, no podía pretender que lo que hizo estaba bien.

-Pase – respondió una Antonella con voz suave y Josef creyó que ella ni siquiera estaba molesta con él.

Sin embargo cuando abrió la puerta y entro, en cuanto Antonella lo vio pareció que sus dos ojos azules parecían asesinarlo como dos navajas de un filo exquisito, su mirada era fría para él, al igual que todos sus gestos, pero cuando regresaron a contemplar a la pequeña que cargaba en brazos, su rostro se volvió dulce y su mirada se llenó de amor, esa era la mujer que él recordaba, la Antonella de dulce rostro y mirada de amor.

-Pensé que eran mis padres – dijo sin mirarlo.

-¿Van a venir?

-Si, ayer les llamé y dijeron que saldrían de inmediato.

-¿Todo salió bien?

-Si, aún seguimos vivas.

-Antonella, lo siento mucho – dijo Josef.

-No tienes porqué disculparte – le dijo ella mirándolo de nuevo.

-Tú siempre tan comprensiva – dijo feliz encaminándose hacia ellas.

-No tienes que hacerlo porque tu y yo hace mucho que no somos nada – le dijo Antonella con una voz tan fiera que Josef desconoció – desde que supiste que era una niña dejo de importarte, deje de importarte yo. Comenzaste por dejarme dormir sola con la excusa de que era por mi bien y me quedé callada, porque pensé que volverías, pero me equivoqué, a pesar de todo tuve fe en ti y me decepcionaste Josef. El remate fue ayer y no necesito saber dónde estabas porque tengo una idea de dónde pasaste el resto del día. Te la pasaste bebiendo en compañía de otra mujer, acabaste de matar este matrimonio.

-Jamás te daré el divorcio – dijo él enojado por sentirse indefenso ante su mujer.

-Eso lo sé, tampoco es que desee casarme de nuevo. Nunca pensé que fueras tan estúpido y yo tan idiota por aguantarte.

Antonella rompió a llorar por fin y Josef supo que a pesar de sus palabras aquella mujer lo seguían queriendo, a pesar de todo, sin embargo le daría tiempo, no dijo más y salió de la habitación.

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