CAPÍTULO 5. Una guerra declarada

Sonreír.

Saludar.

Volver a sonreír.

Elliot tenía ganas de cometer un genocidio en aquella boda. Al menos Kali podía seguir con su mala cara, porque el velo la ocultaba, pero él tenía que fingir ante cincuenta personas que toleraba aquello de alguna manera.

Cuando por fin el cura pronunció el detestable: «Los declaro marido y mujer», Elliot creyó que nada, absolutamente nada podría rebasar el desastre de esa noche… sin embargo estaba equivocado.

Se bebió un golpe el tercer trago de whisky y miró al fondo del vaso, como si allí hubiera alguna respuesta. A su alrededor la gente se movía, bailaba, conversaba, pero él se sentía como si estuviera entumecido.

Cerca del fondo del jardín, Kali volvía a discutir con su padre, y esta vez ¿por qué no? también con su madre. La mujer mayor pareció desesperarse finalmente y la tomó por un brazo, arrastrándola dentro de la casa mientras las hermanas de Kali la empujaban.

¡Aquello era un maldito infierno!

Una de las sirvientes de Sohan se acercó a él y Elliot lo miró con cara de pocos amigos.

—Señor, ya debe prepararse para la prueba, en unos minutos la señora estará lista —susurró mirando al suelo y Elliot respondió con un gruñido.

La vio retirarse, girar sobre sus pasos y acercarse a su hermana Valeria. No supo qué le dijo la mujer, pero vio que Valeria se ponía colorada y negaba furiosamente antes de darle la espalda.

A Elliot le llamó la atención la figura sombría de su hermana. Tomó un par de copas de champaña de un camarero que pasaba, y la siguió hasta el extremo del jardín.

—¿Muñeca, estás bien? —preguntó viendo que su rostro se había ensombrecido.

—¡No puedo esperar a que sea mañana para largarme de aquí! —exclamó Valeria—. No debí haber venido.

Elliot suspiró y le entregó la copa.

—Yo me siento exactamente igual. Acabo de arruinar mi vida, y la verdad esto parece que no tiene fin.

Valeria lo miró interrogante.

—Pues ahora tengo que pasar no sé qué m*****a prueba… esto es asco, esta gente tienen ceremonias hasta para peinarse —gruñó y Valeria bajó su copa de champaña de un solo trago.

—Ya lo sé, vinieron a invitarme. ¡Qué cabr…! —Se aguantó la palabrota antes de ofender más a aquella gente, pero Elliot se sorprendió de verla tan alterada.

—¿A invitarte? ¿A ti? ¿Cómo por qué…?

Valeria suspiró y negó cruzándose de brazos.

—La prueba no es para ti, es para ella —bufó—. ¡Es una cosa obsoleta, denigrante… horrible, que les hacen aquí a las mujeres! Una prueba de virginidad.

Elliot sintió la bilis subirle a la garganta y se bebió su champaña de un tirón.

—¿Y eso qué m****a es? —gruñó.

—Pues… llevan a la novia a la habitación… otras mujer la llevan y… la desnudan, y la revisan para que no tenga nada con qué cortarse y fingir la sangre de la virginidad —dijo Valeria sin mirarlo—. ¡Es tan humillante! Pensé que en las familias con más educación ya no se hacía eso…

—Pero no entiendo, ella… ella ya no es virgen —replicó Elliot.

—No creo que su padre se lo haya dicho a nadie. Debe estar esperando que se las arregle como pueda —escupió Valeria con rabia.

—¿Y qué se supone que pinto yo en todo eso? —preguntó Elliot incómodo.

—Pues se supone que vas a entrar a esa habitación y te vas a acostar con ella mientras esas mujeres esperan afuera… y te oyen… y luego tienes que echar sus sábanas manchadas de sangre afuera, como prueba de que era virgen… ¡Por dios es que no quiero ni imaginarlo!

Valeria estaba muy alterada y Elliot solo atinó a pasar un brazo a su alrededor y abrazarla.

—No pensé que esto fuera a afectarte tanto. Sé que Emma es como tu hermana pero…

—¿Emma? —Valeria se echó atrás con sorpresa—. ¡Esa es una que bien baila! ¡Todo esto es su culpa y va a tener que explicarme muy bien por qué rayos te rechazó…! Pero no es eso, Elliot. La verdad me da pena con Kali.

Elliot se separó de ella con brusquedad.

—¿Me estás jodiendo, verdad? —siseó molesto.

—No… es que no puedo imaginar tener que casarme obligada… tener que acostarme con alguien que no me gusta —dijo Valeria en voz baja y el rostro de Elliot se suavizó al instante—. Pienso en mis hijas… y se me revuelve el estómago solo de pensar que pasen por una humillación como la que esa muchacha está pasando ahora mismo, siendo desnudada y revisada por otras mujeres, como si solo fuera un pedazo de carne que van a poner en tu mesa.

Elliot se mesó los cabellos y respiró profundamente. No había pensado en nada de eso.

—Sé que eres muy infeliz con todo esto… pero sigo siendo mujer, así que entiendo lo que hizo. Yo también habría hecho cualquier cosa para escapar de esto —terminó de decir Valeria y a su hermano se le encogió el corazón.

—Por favor, no la justifiques. Lo único que me da un poco de paz en este momento es poder odiarla —suspiró Elliot.

—Está bien, ódiala, pero prométeme que al menos esta noche, no vas a hacerle las cosas más difíciles…

Elliot estaba a punto de responderle cuando sintió que le tocaban el hombro y uno de los criados se inclinó hacia él.

—Ya es hora, señor.

—¡Maldición! —gruñó Elliot y salió caminando detrás del hombre, mientras todas las miradas se concentraban en él.

¿Qué acaso todo el mundo sabía a lo que iba?

Entraron en la casa y Elliot se quedó mudo al ver a la cantidad de mujeres que había fuera de la habitación nupcial. Una de ellas tenía en las manos el sari negro que la muchacha había llevado ese día y le hizo un gesto para que entrara. ¡Mierda! ¿Toda aquella gente había estado mirando a Kali?

Elliot contuvo la maldición que tenía en la punta de la lengua y se metió a la habitación, pero antes de cerrar la puerta detrás de él, alguien le quitó la copa de champaña que llevaba en la mano.

—Nada cortante —dijo la mujer y luego cerró.

La habitación estaba débilmente iluminada y casi vacía a excepción de la cama, sobre la que se extendía una inmaculada sábana blanca.

Kali estaba frente a la ventana… desnuda. O casi desnuda, porque le habían dejado el velo semitransparente, y este le envolvía el cuerpo hasta rozar el suelo. Elliot sintió la punzada del recuerdo recorrerle la piel, el cuerpo de Kali era perfecto y el suyo lo recordaba, casi... casi lo deseaba de nuevo.

—Dime que vas a lanzarte por esa ventana y me harás el favor de dejarme viudo tan rápido —siseó para espantar ese pensamiento y luego se mordió la lengua. ¿Por qué tenía que ser tan patán? ¡Ah, sí, porque la odiaba y ella había arruinado su vida!

Kali se dio la vuelta despacio y Elliot sintió que el nudo de la corbata lo estaba asfixiando. Su cuerpo se delineaba hermosamente bajo aquel velo negro, pero en el borde superior estaba mojado y pegado a sus mejillas. Al parecer la roca que era aquella mujer había tenido un momento de debilidad y había estado llorando. Aun así, no hizo un solo intento por cubrirse cuando estuvo frente a él.

—Lo he pensado, créeme —siseó ella—. Pensé en qué tan difícil podría ser. En cuánto pesarías estando borracho ¡y si sería capaz de arrastrarte hacia la ventana y lanzarte!

Elliot gruñó dando un paso hacia ella y la muchacha levanto la barbilla desafiante. Ninguno de los dos se había pasado de copas esa noche, no estaban en sus cinco sentidos como para entenderse tampoco, así que pelearse parecía la mejor opción. Pero Elliot recordó las palabras de Valeria y miró al techo, dándole la espalda.

—¿Hasta cuándo van a estar esas brujas allá afuera?

—Hasta que les enseñes una sábana manchada con mi sangre —siseó ella dándole la espalda también.

—¡Pues eso no va a pasar! Primero porque no me voy a acostar contigo, y segundo porque lo que ibas a manchar ya lo manchaste hace tres días, esa m****a no se reconstruye solo por quererlo.

—¡Pues para empezar está más que claro que no vas a poder acostarte conmigo, ni soñándolo! —exclamó ella—. Y para seguir, esta prueba no es tu problema, sino el mío. Y yo me encargaré de poner mi sangre en esa sábana, no te preocupes.

Elliot se giró con brusquedad, como si de repente le diera miedo que hiciera una estupidez.

—Creí que no nos dejaban meter nada cortante aquí… —murmuró.

—Tengo mis recursos —dijo ella y Elliot vio cómo volteaba uno de los anillos que llevaba puestos hacia la palma de su mano.

Se podía pensar que era de oro macizo, pero la parte superior dio una vuelta y se abrió como una pequeña estrella.

Elliot no tuvo tiempo ni siquiera de moverse antes de que Kali apoyara la mano sobre su muslo derecho y la dejara correr sobre la piel bruscamente.

—¡Oye…!

—¡No te me acerques! —gruñó Kali y Elliot pudo ver perfectamente los cinco pequeños surcos que se abrían desde la herida en forma de estrella sobre su piel, como si le hubieran dibujado ahí una estrella fugaz.

Kali caminó hasta la cama, arrancó la sábana con gesto de asco y la presionó contra su muslo, manchándola de sangre. Elliot sentía que el corazón le latía en el pecho a mil kilómetros por hora. Aquella mujer era caprichosa, necia e insoportable, pero que tenía más temple que muchos de los hombres que había conocido, eso sí no podía negarse.

Ella lanzó las sábanas manchadas de sangre frente a sus pies y le dirigió una mirada asesina.

—Y ahora recupera mi sari… Sé que te encanta verme, pero te puedo asegurar que no pasará.

Elliot separó los ojos de su cuerpo en un instante, refunfuñando con fastidio. ¿Qué se creía aquella idiota? ¿Qué él quería acostarse con ella de nuevo?

—¡No me arriesgaría ni a soñarlo, bruja! —le espetó mientras recogía las sábanas del suelo.

Se aflojó la pajarita y se acercó a la puerta. Empujó la sábana manchada contra las manos de una de las mujeres que había allí, y le quitó a otra el sari de Kali.

—¡Ya tienen lo que querían! ¡Ahora largo de aquí! —espetó y las mujeres salieron de aquel corredor como si las hubiera espantado el demonio.

Elliot tiró el sari sobre la cama y miró a Kali directamente a los ojos.

—No puedo permanecer casado contigo, ¿lo sabes, verdad? —siseó.

—Esto también es una imposición para mí, más vale que no lo olvides —contestó ella con rabia.

—Entonces dame el divorcio en cuanto lleguemos a América.

—¡Por supuesto, firmaré siempre que tú lo solicites! —accedió ella y Elliot apretó los puños. Sohan tenía razón, aquello sería una guerra declarada y campal para ver quién pedía el divorcio primero.

—¿Sabes que voy a hacerte la vida miserable, verdad? —la amenazó él.

—¿Sabes que puedo castrarte mientras duermes? —replicó ella y los dos gruñeron como un par de animales heridos.

—Elegiste al hombre equivocado, Kali —dijo él por fin y sonrió. Sonrió con suavidad, como si sus palabras quisieran decir otra cosa y a ella se le erizó hasta el alma—. Yo tenía una prometida, una mujer a la que amo, y por tu culpa no podré volver a acercarme a ella… Así que si creíste que podías utilizar a alguien, elegiste al hombre equivocado… ¡y te juro que te voy a cobrar con creces cada hora de infelicidad que me provoques!

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