Mount Massive

𝘓𝘢 𝘦𝘮𝘰𝘤𝘪ó𝘯 𝘮á𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘨𝘶𝘢 𝘥𝘦 𝘭𝘢 𝘩𝘶𝘮𝘢𝘯𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰, 𝘺 𝘦𝘭 𝘮á𝘴 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦 𝘺 𝘢𝘯𝘵𝘪𝘨𝘶𝘰 𝘵𝘪𝘱𝘰 𝘥𝘦 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘦𝘴 𝘦𝘭 𝘮𝘪𝘦𝘥𝘰 𝘢 𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘴𝘤𝘰𝘯𝘰𝘤𝘪𝘥𝘰.» 

ʜ.ᴘ ʟᴏᴠᴇᴄʀᴀғᴛ 

Durante un gran tiempo me pregunté si había tomado las decisiones correctas en mi vida. Mi madre murió cuando me encontraba en la universidad; no solía visitarla porque no tenía el tiempo para hacerlo. Sólo era ella y mi padre en una casa sin armonía. Sólo habían recuerdos, que se desvanecían con el pasar de los años. Mi padre no pudo soportar la perdida de mi madre y murió poco tiempo después. Asistí al funeral viendo caras que mostraban una tristeza hipócrita. Gente que ni siquiera conocía se desvanecía en llanto frente al ataúd de mis padres. Y sin saberlo me encontraba rodeado de personas que preguntaban cómo me sentía. 

Luego perdí a mi mujer. La mujer que había conocido durante mi etapa escolar y de la que estuve enamorado la mayor parte de nuestra vida como pareja. Perdí la oportunidad de formar una familia con ella y a raíz de ello había perdido un hogar. Sólo me quedaba el trabajo, y sentía que lo estaba perdiendo también. Cada vez eran menos las cosas que me llenaban. Y sentí que eso había cambiado con Adam y su historia particular. 

-Adam se suicidó a las horas de la madrugada - La reverberación de esa llamada me quitaba el aire. Me enojaba. Pensar que podría estar cerca a lo que cambiaría mi vida y ahora verlo tan lejos me frustraba. 

Tomé el gabán del perchero, salí de la consulta e intenté tomar el primer taxi que se asomara por la avenida. Tendí la mano a uno que pasaba y que frenó. Abrí la puerta y de él salió una mujer que llevaba un sombrero con una pluma en él. Hizo ademán de pedir mi mano para ayudarla a levantar pero se arrepintió, así que yo la sujeté y terminé de abrir la puerta. 

-Muchas gracias -Me dijo con la frialdad con la que yo atendía a mis pacientes. 

-Descuide, madam. Espero se encuentre bien -En realidad me daba igual. 

-Me va muy bien. ¿Subirá? Si es así no quiero interrumpirle más. Se nota un poco su afán. 

-¿Eso cree? -Era fácil de notar. En mi frente sentía los pliegues de sudor. También sentía cómo me bajaban por la nuca. -Pues acertó, sí tengo un poco de afán. 

-¿Va a subir o no? -interrumpió el taxista-. Tengo trabajo que hacer y el tiempo precisamente no es mi aliado. 

-sí. Subiré. ¿Puede llevarme a Boulevard Rose? 

-Está bien. Entonces súbase. 

-Vale. Me despido madam. Tenga una muy buena tarde. 

-Lo mismo. Feliz tarde. 

Me subí y partimos hacia Boulevard Rose. El taxista era muy callado en su mayoría, exceptuando las veces que nos atascabamos en los trancones. Espetaba insultos a los otros conductores como si no le importara nada. Sólo que lo hacía con las ventanas cerradas. Lo hacía para sí mismo. Algo muy peculiar. Ver a un hombre haciendo gestos de inconformidad por el retrovisor sin duda debe ser algo totalmente gracioso e inusual. Cuando salimos del atasco le pedí que me dejara dos casas abajo de la dirección acordada. 

-¿Lo espero? -me dijo intrigado mientras veía las patrullas rodeando el lugar.

-No será necesario -Le di el dinero y observé cómo se alejaba del lugar mientras yo esperaba a dos casas de Boulevard inquietado y atemorizado. 

Había una carta. Podría ser una pista. Una revelación de último momento. Todo eso me revolvía el estómago y me impedía avanzar. Los pies me pesaban. Las axilas se empapaban al igual que mi frente. No me sentía de esa manera desde la vez en la que me enteré que mi padre había muerto por un derrame cerebral. 

Avancé con la fuerza de voluntad con la que un niño quiere aprender a andar en bicicleta. Ansioso pero temeroso a la vez. Si no había nada entonces sería imposible para mí seguir la línea que Adam me había dejado, pero que se había torcido con su muerte. 

Una detective me saludó. Su aspecto era inquietante. Una mujer que no salía de la oficina. Lo sabía por las ojeras y el cabello largo pero despeinado. Notaba como quería acabar con este caso de una manera rápida. Frente a un suicidio no hay mucho que una detective pueda hacer. 

-¿Es usted Thomas? -Espetó-. Al parecer su paciente estaba peor de lo que usted pensaba. Él ya había planeado acabar con su vida. 

-Sí. Soy Thomas. Bueno no puedo afirmar su opinión sin antes ver a Adam. -dije intentando que no se notara la mentira que estaba soltando. Al fin y al cabo no sabía nada de este muchacho. Lo único que nos conectaba era la oleada de asesinatos y su supuesta declaración de saber quién era el autor intelectual del susodicho. 

Me llevó hasta la sala. En ella los retratos estaban rotos. La tapicería de las paredes estaba rasgada. A la esquina había un calendario en el cual los meses llegaban hasta enero. Los que le seguían a este estaban arrancados. Los días estaban tachados con un marcador rojo y la fecha que correspondía a hoy tenía un gran círculo rojo. Encima de él comedor habían cartas. En cada una de ellas estaba depositado cierta cantidad de dinero. Cada carta correspondía a una fundación. Unas eran para personas longevas y abandonadas. Otras correspondían a orfanatos. 

-No lo entiendo... -Me dije a mi mismo-. ¿Qué carajos hiciste Adam? 

Fui hacia la caja de b****a que estaba al lado de la cocina. En ella habían tarros vacíos. En su mayoría eran barbitúricos. También había una nota arrugada. Soporté el hedor y estiré la mano hacia la carta. La desdoble y empecé a leerla. El mensaje no era muy largo. Estaba escrito en un rojo sofocante y tildaba:

«𝘛𝘳𝘢𝘴𝘵𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦 𝘦𝘴𝘤𝘢𝘱𝘢𝘳 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘦𝘯í𝘢𝘴 𝘴𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘶𝘤𝘦𝘥𝘪ó 𝘢𝘤á 𝘺 𝘥𝘦𝘴𝘱𝘦𝘫𝘢𝘴𝘵𝘦 𝘭𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦. 𝘗𝘦𝘳𝘰 𝘺𝘢 𝘵𝘦 𝘩𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘥𝘰 𝘺 𝘦𝘴𝘵𝘰𝘺 𝘢𝘯𝘴𝘪𝘰𝘴𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘷𝘦𝘳𝘵𝘦, 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘴𝘵𝘢 𝘭𝘰𝘴 𝘮á𝘴 𝘨𝘳𝘢𝘯𝘥𝘦𝘴 𝘱𝘰𝘦𝘵𝘢𝘴 𝘵𝘦𝘳𝘮𝘪𝘯𝘢𝘯 𝘫𝘶𝘨𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘤𝘰𝘯 𝘭𝘢 𝘮𝘶𝘦𝘳𝘵𝘦.» 

𝘞. 𝘓

Leí el poema una y otra vez dejando que nada se me escapara. Divisé las iniciales y una sensación gélida recorrió toda mi espina dorsal. No dudaba de que esas iniciales representaban el nombre de William Lovery. Una parte de mí quería creer lo contrario. Qué sólo era una simple coincidencia. Cómo encontrar dinero en el asfalto. La otra parte sentía el tintineante sonido del nombre pasando una y otra vez. Me decía a mí mismo que esa era la prueba suficiente para hacer lo que Adam había planeado con tanto ahínco. Él sabía que no iba a estar escondido y libre toda la vida. Con anticipación a qué se le encontrara había planeado su muerte. Sólo que al parecer era antes de lo esperado. La carta no disponía de una fecha, pero por el hedor que había en ella, la suciedad y lo vieja que se veía, puede que correspondiera a semanas atrás. El mensaje era una especie de poema. Poema que había causado un estrés y ansiedad gigantes en Adam. Se notaba cómo había tratado de mitigar esos pensamientos, pero el tiempo era de lo que menos disponía. Por ello me visitó. Él no podía volver a tal lugar. Y para mí, hubiera sido de gran ayuda su presencia. Yo no conocía a William y los rasgos que Adam me había dado no eran suficientes. 

Me devolví al calendario para fijarme bien en los tachones. Pude darme cuenta que los tachones empezaban pocos días antes de su visita a mí consulta. Busqué en el bote de b****a el resto del calendario pero no sé encontraba nada allí. Guardé la nota en el bolsillo del gabán y me fijé en las cartas correspondientes a cada fundación. Revisé una por una. La cantidad de dinero que había en cada una era bastante aceptable por no decir buena.

-¿Encontró algo? -interrumpió la detective, de la que no sabía su nombre. 

-No. Nada fuera de lo normal aparte de ese perturbador calendario. 

-¿En verdad cree que no mostraba ningún atisbo de depresión? ¿O quizá no prestó la suficiente atención? -me preguntó esperando a que mordiera el anzuelo-. Sólo que se me hace extraño que no notara algo de esto de este calibre. 

-Ya se lo dije. Adam no mostraba ningún indicio de querer acabar con su vida. De hecho estaba progresando.

-Entiendo. Al parecer le estaba mintiendo. Bueno como le dije anteriormente dejó una carta. No la he leído porque no entiendo mucho de ello. Además no hay ningún número de teléfono, ni ninguna conexión con algún familiar. Es mejor que usted la lea y me diga que opina. Esta noche le pasaré una copia de ella. 

Me llevó hacia la habitación. En el buró habían unas pastillas semi vacías. La cama estaba tendida y la alcoba en general estaba muy organizada. La carta estaba a un lado de el tarro de pastillas. Abrí los cajones en busca de información, pero como había dicho Oswald no había nada. Ni números de teléfono, ni direcciones. Eran cajones con poca ropa en algunos y vacíos en otros. Era casi como si él estuviera viviendo su vida como un remanente de la sociedad. Cómo si todo en lo que a él respectaba sólo fuese una identidad falsa. La carta se encontraba a un lado de las pastillas. Era fluoxetina. El baño se encontraba cerca a la habitación, me dirigí hacia allí con las emociones confusas. El váter estaba lleno de bilis. El espejo roto. Alcohol en el lavamanos. Me devolví hacia la habitación y tomé la carta. Estaba doblada a la mitad. Decidí desdoblarla y comencé a leerla: 

𝘈 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘪𝘯𝘵𝘦𝘳𝘦𝘴𝘢𝘳: 

𝘏𝘢𝘨𝘰 𝘦𝘴𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘳𝘲𝘶𝘦 𝘮𝘦 𝘴𝘪𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘴𝘰𝘭𝘰. 𝘊𝘰𝘮𝘱𝘶𝘯𝘨𝘪𝘥𝘰. 𝘓𝘢𝘴 ú𝘭𝘵𝘪𝘮𝘢𝘴 𝘴𝘦𝘮𝘢𝘯𝘢𝘴 𝘮𝘦 𝘱𝘭𝘢𝘯𝘵𝘦é 𝘴𝘦𝘳𝘪𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘴𝘪 𝘴𝘦𝘳í𝘢 𝘭𝘢 𝘥𝘦𝘤𝘪𝘴𝘪ó𝘯 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘣𝘦𝘳í𝘢 𝘵𝘰𝘮𝘢𝘳. 𝘝𝘪 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥í 𝘵𝘰𝘥𝘰. 𝘈 𝘮𝘪𝘴 𝘱𝘢𝘥𝘳𝘦𝘴. 𝘈 𝘮𝘪 𝘮𝘶𝘫𝘦𝘳. 𝘠 𝘮𝘪 𝘤𝘰𝘳𝘥𝘶𝘳𝘢. 𝘕𝘰 𝘱𝘰𝘥í𝘢 𝘴𝘦𝘨𝘶𝘪𝘳 𝘮𝘪𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘰 𝘺 𝘱𝘦𝘯𝘴𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘰𝘥𝘰 𝘮𝘦𝘫𝘰𝘳𝘢𝘳í𝘢 𝘤𝘰𝘯 𝘦𝘭 𝘱𝘢𝘴𝘢𝘳 𝘥𝘦𝘭 𝘵𝘪𝘦𝘮𝘱𝘰. 

𝘍𝘶𝘪 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘰𝘯𝘴𝘢𝘣𝘭𝘦 𝘥𝘦 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘮𝘦𝘳𝘦𝘤í𝘢. 𝘓𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘷𝘪 𝘺 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘢𝘴é 𝘯𝘰 𝘷𝘢 𝘢 𝘴𝘦𝘳 𝘢𝘭𝘨𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘳. 𝘠 𝘤𝘳𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘵𝘢𝘮𝘱𝘰𝘤𝘰 𝘱𝘰𝘥𝘳é 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘭𝘰. 

𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘩𝘦 𝘴𝘪𝘥𝘰 𝘶𝘯 𝘩𝘰𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘭𝘭𝘰𝘳ó𝘯 𝘺 𝘤𝘳𝘦𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘭𝘰 𝘴𝘦𝘳é. 

𝘌𝘭 𝘥𝘪𝘯𝘦𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘥𝘦𝘫é 𝘦𝘯 𝘤𝘢𝘥𝘢 𝘶𝘯𝘰 𝘥𝘦 𝘭𝘰𝘴 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦𝘴 𝘦𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴𝘦𝘢𝘯 𝘳𝘦𝘱𝘢𝘳𝘵𝘪𝘥𝘰𝘴 𝘢 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘭𝘰 𝘱𝘭𝘢𝘯𝘵𝘦é 𝘦𝘯 𝘶𝘯 𝘤𝘰𝘮𝘪𝘦𝘯𝘻𝘰. 𝘗𝘰𝘳 𝘧𝘢𝘷𝘰𝘳 𝘱𝘪𝘥𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘭𝘰 𝘥𝘦𝘯 𝘥𝘦 𝘮𝘢𝘯𝘦𝘳𝘢 𝘢𝘯ó𝘯𝘪𝘮𝘢. 𝘕𝘰 𝘪𝘮𝘱𝘰𝘳𝘵𝘢. 𝘌𝘴 𝘢𝘯𝘰𝘥𝘪𝘯𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘴𝘦𝘱𝘢𝘯 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘯 𝘧𝘶𝘪 𝘺𝘰. 

𝘛. 𝘚. 𝘓𝘢𝘮𝘦𝘯𝘵𝘰 𝘯𝘰 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳 𝘢𝘺𝘶𝘥𝘢𝘳𝘭𝘦 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘺𝘢 𝘦𝘯𝘷𝘪é 𝘭𝘢 𝘪𝘯𝘧𝘰𝘳𝘮𝘢𝘤𝘪ó𝘯 𝘴𝘶𝘧𝘪𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘢 𝘴𝘶 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘦𝘯𝘥𝘢. 𝘌𝘴𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘭𝘰𝘨𝘳𝘢 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘺𝘰 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘥𝘦. 𝘠 𝘯𝘰 𝘴𝘦 𝘤𝘰𝘯𝘧í𝘦. 𝘌𝘭 𝘵𝘪𝘱𝘰 𝘥𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘭é 𝘦𝘴 𝘱𝘦𝘰𝘳 𝘥𝘦 𝘭𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘢 𝘪𝘮𝘢𝘨𝘪𝘯𝘢𝘳. 𝘚𝘦 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳á 𝘤𝘰𝘯 𝘶𝘯𝘢 𝘲𝘶𝘦 𝘰𝘵𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘳𝘱𝘳𝘦𝘴𝘢 𝘱𝘦𝘳𝘰 𝘴é 𝘲𝘶𝘦 𝘱𝘰𝘥𝘳á 𝘴𝘶𝘱𝘦𝘳𝘢𝘳 𝘦𝘭𝘭𝘰. 𝘊𝘰𝘯𝘧í𝘰 𝘮𝘪 𝘷𝘪𝘥𝘢 𝘢 𝘦𝘭𝘭𝘰. 

𝘚𝘦ñ𝘰𝘳 𝘞, 𝘶𝘴𝘵𝘦𝘥 𝘩𝘢 𝘨𝘢𝘯𝘢𝘥𝘰. 

En ese momento entendí todo. Comprendí que no era sólo un juego de niños. Comprendí que lo que al comienzo me parecía algo absurdo y gracioso, empezaba a tomar forma. Sentí un frío terrible. El sudor perlaba mi frente. Pero era un sudor gélido. Podía sentirlo. 

La información estaba enviada a mi vivienda. Todas las fichas estaban puestas y sólo faltaba alguien que las moviera. Aunque me costaba creerlo sabía que ese alguien era yo. Estaba tan distraído que no escuché a la detective Oswald hasta su tercera vez llamándome. El cuerpo me pesaba. Me costaba respirar y moverme, pero decidí salir de la habitación. 

-¿Qué piensa de todo esto? -Me preguntó muy curiosa. Podia notarlo por su mirada disimulada pero centrada. Prestaba mucha atención a mis expresiones. A mí respiración. 

-Bueno... No sé. Estoy más sorprendido que usted. Fue mi paciente durante un año. Cinco veces a la semana. Quince minutos cada día. Usted entenderá. No es sencillo dar una primera opinión cuando uno de tus constantes pacientes pierde la vida. Y más cuando tú trabajo debe impedir ello. 

-Supongo que tiene razón. Entonces lo espero mañana en la comisaría. No le molestaré más. Además no hay mucho que investigar. 

Salí de la casa y tomé el primer taxi que pasaba por el lugar. A diferencia del anterior, él era un poco más taciturno. No preguntó mucho durante todo el viaje de vuelta a mí vivienda. Cuando bajé le agradecí por traerme y le di una propina. Él había entendido perfectamente que no estaba para hablar con nadie. Cuando cerré la puerta del taxi logré vislumbrar la foto de una niña de 5 años. Una mujer alzaba a otro niño de 2 y él se encontraba en el medio sujeto a la mano de la niña. Su cara era de felicidad. Una familia feliz disfrutando de un verano inolvidable. Tuve ganas de preguntar cómo se llamaba la pequeña niña pero decidí guardar las ganas. Él silencio tácito del taxista demostraba el afán que tenía. Y al fin y al cabo yo también estaba apurado. Necesitaba tomar una decisión. Esclarecer mi mente. Ver los archivos y saber que hacer en consecuencia a ellos. 

Las manos me temblaban. No podía sujetar las llaves con fuerza. Estas cayeron al linóleo y avanzaron unos dos metros. Me agaché para recogerlas, tomé una bocanada de aire y entré a la casa. Estaba oscuro, pero pude vislumbrar el interruptor. Lo hice ceder a un lado y luz se encendió, lo que me generó un pequeño ardor en los ojos. Me hizo cerrarlos. Cuando los abrí de nuevo divisé la caja de la que me había hablado Adam. No era muy grande pero estaba llena de papeles. Los miré. Toda la información referente al proyecto MK ultra se encontrara allí. Toda la información referente a William Lovery también. En la caja también había una identificación falsa. Figuraba con el nombre de George Robertson y adjunta había una foto mía. Lo mismo con el permiso de conducción. Una foto mía y un nombre falso. Habían referencias muy buenas de escuelas de las que sólo había leído o escuchado alguna vez. En todas ellas era profesor suplente. Tragué saliva. Por primera vez en mucho tiempo tenía miedo. Pero ello no hizo que cambiara de decisión. Voy a ir a Mount Massive. 

Habían pasado dos semanas desde el incidente de Adam y su posterior suicidio. Toda la información contenida en ese paquete era vital. Ya no era solamente el tener una agradable historia. Se volvió algo más grande después de pasar toda la noche leyendo informes. 

La mañana siguiente permanecí empacando ropa. Fui al centro de Denver para cortarme el cabello. Lo tenía desalineado. Antes de pasar por la peluquería renté un carro. El señor que me lo rentó tenía un aspecto divertido. Su cabello cada vez pertenecía menos a su cabeza. Lo peinaba de lado para que no se notara tanto su calvicie. Era ancho y de una estatura baja. Uno sesenta y ocho como mucho. Tenía la frente llena de sudor debido al abismal calor que hacía ese día. Su habilidad para vender y rentar carros era increíble. Notó al momento que yo buscaba uno y me llevó hasta los carros de los que él disponía. Mi atención se centró en un Mustang Shelby mil novecientos ochenta. Era un carro hermoso en todo su esplendor. Al igual que un pavo real exhibía sus plumas. Era el carro perfecto. Su color era negro con rayas rojas que pasaban por la mitad de este. 

-Es un gran carro - Mencionó el arrendador atento de mí interés por el Mustang-. De los mejores que tengo. Y el precio ni se imagina lo barato que se lo puedo dejar. No es una mala elección. Ese coche es una bala. 

-Todavía no lo sé -Dije. Aunque no era una respuesta del todo sincera. Ese Mustang era el mejor auto que había visto en toda mi vida. Tuve la intención de preguntar si gastaba demasiada gasolina, pero decidí callar. En lugar de eso pregunté si el auto era manual. 

-Ah, sí. Pero cuando pasa a segunda es mejor que huya de la policía -y empezó a reír descontroladamente-. ¿Me entiende? 

-Entiendo. ¿Qué precio me da? 

-Por ser usted lo dejaré barato. Sólo trescientos cincuenta dólares y podrá llevarse esta belleza. 

-¿Qué tal trescientos treinta? 

-Es una buena oferta. Por mí estaría bien pero debo consultarlo primero con mi esposa. Verá, una joya de estas no se puede dar a un precio tan económico. 

-¿Cuál es su nombre? 

-Tictus, señor -Me dijo mientras sostenía un trapo. El cual pasó por sus manos para quitar un poco la grasa. 

-Tictus. Puede pensarlo hoy y discutirlo con su mujer. Yo vendré mañana a negociar. ¿Tiene una tarjeta? 

-Claro que sí. Mire -Me la dió con sutileza. No quería pasar la grasa de sus manos por mi gabán. Ese ademán de no querer ensuciarme fue algo gracioso-. Entonces mañana nos veremos señor...

-George. Mi nombre es George. 

-Bueno señor George... ¿Por qué no lo prueba? No le tomará mucho tiempo. 

-No puedo, ya he pedido un taxi. Después tendré tiempo de probarlo y de quejarme con usted si no me gusta -Eso provocó una risa burlona e incomoda por parte de Tictus. 

Está bien señor George, nos vemos mañana. 

Salí del alquiler de coches. Caminé unas casas abajo y llegué a la barbería. Me corté el cabello y luego pedí que me lo tinturaran. Me Arreglé la barba. Si iba a ser otra persona tenía que empezar por mi apariencia física. Salí y tomé un taxi hacia mi casa. Vi cómo la tarde se hizo noche. Por la ventana divisé árboles y parques. Todos ellos hicieron parte de mí infancia. Era un recuerdo que deseaba mantener intacto. Bajé del taxi unas cuadras antes de mí casa. Deseaba caminar para esclarecer la mente. Cuando llegue a la vivienda abrí la puerta, me dirigí a la habitación y dejé caer todo el peso del cuerpo sobre la cama. Me agarré las sienes y pensé claramente en que ya no había marcha atrás. Habían pasado dos años desde que no usaba fármacos para dormir, pero esta vez sentí que era necesario. Logré descansar. 

A la mañana siguiente volví al concesionario. Atisbé hacia los carros y el Mustang Shelby aún se encontraba allí. Lo que me supuso un gran alivio. Tictus se acercaba mientras yo admiraba el Mustang. Se frotaba las manos con el trapo que parecía ser el mismo del día anterior. Y de igual manera se negó a darme la mano. 

-Lo he consultado con la almohada y quiero comprarlo -dije. 

-Eso está bien - dijo él y luego asumió un aire de arrepentimiento-, pero también lo he meditado bien y supongo que le he mentido cuando dije que habría espacio para el regateo. ¿Sabe lo que dijo mi esposa? Me dijo que era una barbarie que vendiera el carro a ese precio. 

-De acuerdo. Me parece bien. 

Puso cara de sorpresa. 

-Señor Tictus. Puedo girarle un cheque por el valor del carro lo que supondría más tiempo o puedo darle trecientos dólares en efectivo directamente de mi cartera. Será mucho menos papeleo. 

-¿De dónde es usted? 

- Soy de acá, Denver. 

-Pues Dios bendiga esta ciudad, Señor George. Usted es muy bueno haciendo negocios así que si me da trescientos sesenta y cinco dólares, le pondré una pegatina de matrícula en catorce días y a correr.

-Tres cuarenta. 

-Oh, no me haga sufrir señor George -en realidad no estaba sufría; lo estaba disfrutando-. Está bien trecientos cuarenta. Es un placer hacer negocios con usted. 

Le tendí la mano.

-No, el placer es mío. 

Esta vez no le importó la grasa y me estrechó la mano fuertemente. Se le notaba eufórico. 

-Tendrá que pagarle a la señorita de allá, que por casualidad es mi hija. Ella llenará el formulario de venta. Y cuando termine, venga acá y le pondré esa pegatina; además le llenaré el depósito gratis. 

Cuarenta minutos más tarde me encontraba en el Mustang Shelby negro con líneas rojas que ahora me pertenecía a mí, conduciendo rumbo a Mount Massive. 

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