C A P I T U L O ( 2 )

Todos soñamos con tener un mundo de colores, sueños que creemos que son imposible hacerlos realidad, tener amigos con los que contar. Todo era fácil en aquel tiempo; en donde los dulces no eran medicinas, en donde los juguetes llegaban sin ninguna responsabilidad, en donde tus padres te protegían y no te dañaban.

No había preocupación por el ¿Qué pasará mañana? ¿Habrá comida? ¿Como me irá en la entrevista? Nos cantaban o nos leian un cuento antes de dormir y cuando ya estabas rendido tus padre acomodaban tus sabanas. Las risas y las sonrisas te caracterizaban, no importaban las caídas y humillaciones, esa radiante sonrisa siempre acompañaba.

El tiempo fue un arma fugaz, pasó tan rápido, que puedo aún sentir las caricias y los besos de mi madre antes de ir a la escuela, el aroma dulce que inundaban mis fosas nasales antes de dejarla, los juegos de palabras con Alice. Pero ahora ya no hay más que platos rotos y olor a pesadumbre, el sentimiento de felicidad era algo ya no existía en mí, fueron remplazadas por el silencio y la soledad. Los regaños constantes de mis padres, me hacían sentir inútil, hueca y vacía, esos eran los tres adjetivos que actualmente me personificaban. 

¿Por qué es tan difícil comprender el mundo? ¿Acaso es difícil comprenderlo? ¿Y tengo que aprender a vivir con los fantasmas del pasado que ahora me persiguen?

Caminando por los pasillos de la escuela, tropezándome con todos los alumnos haciéndome sentir invisible o quizás lo era. Llegué a mi casillero digitando mi clave, era todavía temprano, no había de qué preocuparse.

Un día después de mi “Casi suicidio” en el cual el chico rubio impidió mi agobiada decisión. No vine a clases, ese día intenté plagiar la firma de mi padre, vi unos cuantos videos instruyéndome de cómo hacerlo y lo intenté, fracasé unas cuantas veces, pero lo logré. Posiblemente habría sido más fácil decirle a mi padre que lo firmase, pero conociéndolo era capaz de romper el papel y botarlo en el basurero, tendria que decirle al director una mentira romantizada de los sucedido, los profesores se enterarian de ahí los alumnos tambien y todo sería un agobio. 

Llegué al aula con mis audífonos puestos olvidando mi alrededor. Empujé la puerta encontrándome con unos cuantos chicos, la mayoría eran los que se destacan en las materias y otros eran las parejas que querían tener sus momentos románticos, aunque para eso estaban los baños. Saludé con media sonrisa, pero ninguno me la devolvió. Humillada bajé la mirada y fui a mi lugar de asiento.

A los pocos segundos las campanas tocan informándonos que las clases ya empezaban. El salón empezó a acumularse de estudiantes, cada uno se sentaba en su lugar correspondiente, tiempo después llegó nuestra profesora de química, a la que tenía que entregarle la maqueta ya inexistente a la que tambien tenia que decirle una mentira romantizada. La mujer empezó hablar un nuevo tema al que nuevamente no iba llegar a entender del todo.

La clase finaliza y todos salen apresurados del salón. Con calma, pongo mi bolso en mi espalda y como todos salgo del aula, pero antes de poner un pie afuera la profesora dice mi nombre:

─ ¡Ambrouse! Qué lindo fue verte hoy. ─ Me acerco a ella con una sonrisa. Qué lindo es saber que le importas alguien.

─ ¿Por qué no has venido estos últimos días? ─ Pregunta. Apenada bajo la cabeza. Hablar de eso era vergonzosos. ─ ¿Tu padre otra vez? Qué maldito. ─ Sí, ella sabía de todo lo que ocurria en casa, una vez llena de iré me desahogue y sin querer le conté de todo lo que ahora me arrepiento. Ella corta la ofensiva palabra. La miro interpretando sus palabras, y luego reímos.

─ Pero no hay que preocuparse de eso. Ayer lo enfrenté y dijo que no lo iba hacer más. ─ Sonrió para acabar la conversación.

─ ¿Hacer qué…? 

Abortar misión. 

─ Profesora creo que me tengo que ir, se acabará la comida. ─ Me suelto de su conversación, pero ella me toma de la mano esta vez más fuerte. 

─ Por cierto, la rectora quiere que vayas a psicología después de clases. ─ La miro frunciendo el ceño ¿Cómo es que ellos se enteraron de mis problemas familiares?  Claro, aquí la presente le había contado. ─ ¿Lo harás?

─ No. ─ respondí, sólo salí de ahí dejando atrás la plática.

Esquivé frustrada a las personas que pasaban por los pasillos. Por un momento pensé que podría confiarle los secretos a la profesora, pero por fin entendí que no se podía confiar en nadie.

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