7

Amaneció, pero Amelia no quiso abrir los ojos. Había tenido un sueño, y antes de que las imágenes se le escaparan, trató de rememorarlo, de darle forma.

Había estado con Zack, y él le decía que definitivamente iría al pasado, tal como anoche.

Pero había algo diferente. No estaban en el bar, sino en una iglesia, y no hablaban sentados a una mesa, sino en una banca de madera.

—Volvería veinte años al pasado —decía él con un sentimiento en sus ojos que ahora le parecía extraño—. Por ti.

—Yo también —había dicho ella, aunque no sabía por qué haría eso por él. Zack era sólo un amigo. Y de repente en el sueño apareció una mujer, una anciana, que le tomaba la mano y la alejaba de la iglesia y de Zack. La llevaba a toda velocidad por un camino, una carretera, un sendero, no sabía. Al detenerse, ella sintió mareo y se vio de nuevo en Paradise, el pueblo donde nació y creció.

Hazlo bien esta vez, dijo la anciana, y simplemente desapareció.

Amelia se arrebujó entre sus sábanas dándose cuenta de que era un sueño demasiado extraño como para darle un sentido. Tenía una amiga que creía en los sueños y su significado, pero ella simplemente no le daba tanta importancia. Era el estrés, era la ansiedad. Era cualquier cosa menos Dios desde el cielo dándole directrices.

Pero todas las imágenes del sueño se repitieron otra vez en la mente; la iglesia, Zack, el camino, la anciana…

Tal vez sí debía llamar a esa amiga y contarle. Le diría cosas como: La iglesia significa pureza, Zack representa para ti la fortaleza, y el camino, son decisiones que has de tomar.

Casi sonrió imaginándosela. Ella era tan rara con esas cosas…

Ah, qué rico se estaba aquí, entre sus sábanas, finas y calentitas. Había invertido mucho dinero en su cama y sus sábanas, y este era su santuario. Y era domingo, podía dormir hasta mediodía si quería.

—Amelia, ¿es que piensas dormir todo el día? —gritó una voz desde su puerta, y eso le hizo fruncir el ceño. Salió de debajo de las sábanas y abrió grande su boca y sus ojos. ¡Esa no era su habitación!

Pero sí lo era. Decía “Amy” en letras de papel rosa en la pared, y había flores alrededor del espejo, y había figuras de la torre Eiffel aquí y allá; las paredes no eran blancas, sino de un tono pastel.

¡¡Era su habitación de cuando era una adolescente y vivía con sus padres en Paradise!!

—¡Penny, no te tardes demasiado en el baño! —gritó la misma voz, y los ojos de Amelia se humedecieron cuando la reconoció.

Era la voz de su mamá. La voz que había escuchado desde antes de venir a este mundo. Era su mamá, su mamá…

—Qué… ¿Qué está pasando? —preguntó mirando a todos lados, sintiendo que le faltaba el aire—. ¿Estoy… soñando?

Sí, debía ser un sueño.

No, no era un sueño, porque se pellizcó y dolió. Y sus uñas… estaban muy raras, cortas, sin esmalte…

Separó su pijama de su pecho y se miró los senos. También estaban muy diferentes, pequeños, muy pequeños. Se tocó el rostro, y el cabello…

Salió de la cama casi gateando y se miró en el espejo de su pequeño tocador. Esa era ella, sí. Era su rostro, pero… estaba tan diferente, no sabía decir en qué sentido. Estaba muy delgada, pero no como si estuviese enferma, era como si simplemente no hubiese terminado de crecer, y su cabello, señor… ¡Su cabello era divino! Era negro, brillante, y largo, muy largo. Le llegaba a la cintura…

—No es un sueño… —se repitió mirando en derredor. Un sueño nunca era tan nítido, y que ella recordara, no se permanecía tanto tiempo en el mismo escenario—. Por favor, que alguien me conteste, ¿qué está pasando?

—Pediste volver veinte años al pasado… con tus recuerdos y experiencias intactas… —dijo una voz, y Amelia se giró para buscar su origen. En un asiento de su habitación estaba sentada una anciana que Amelia no conocía, pero de alguna manera, supo que no era alguien de este mundo. La anciana tenía las piernas cruzadas, en una pose muy femenina, algo muy extraño para las mujeres de su edad, y la miraba de arriba abajo.

—¿Quién eres?

—Alguien que puede ayudarte… y con el poder para hacerlo.

Amelia respiró hondo varias veces, miró en derredor, escuchó los ruidos afuera de su habitación, la voz de su madre apremiando a todos para que hicieran alguna cosa.

—¿Me has devuelto a… mis dieciséis? —preguntó casi con miedo, como si temiera que al decirlo en voz alta se fuera a desvanecer. La anciana hizo un movimiento con su cabeza como respuesta—. Tengo dieciséis otra vez… Y tengo… todos mis recuerdos.

—Hazlo bien esta vez.

—¡Fuiste tú! —exclamó Amelia—. La anciana de mi sueño… fuiste tú… Zack… ¿también Zack ha regresado?

—Estás sola en esto… bueno, conmigo… Pero fue lo que tanto deseaste todas estas semanas, ¿no? Volver, regresar sobre tus pasos…

—Sí… Sí… —los ojos se le humedecieron al comprender de repente lo que eso significaba. Había deseado tan fuertemente volver al pasado que esto en verdad se había cumplido; le habían concedido su más oscuro, profundo y estrafalario deseo—. Puedo cambiarlo todo —susurró—. Puedo… recuperar… tantas cosas… —Volvió a mirarse al espejo, analizándose.

Sus ojos se cerraron. Era demasiado, demasiado para ella. Demasiado bueno, demasiado bello, y a Amelia Ferrer nunca le ocurrían cosas así. Ni un solo milagro en toda su estéril vida. Ni un solo indicio de que Dios escuchara sus oraciones. Y ahora de repente esto…

—¿Cuánto tiempo estaré aquí? —preguntó girándose hacia la anciana, pero ella ya no estaba allí—. No puedes irte ahora —le reclamó—. No me has dicho lo que tengo que hacer… o cómo hacerlo…

—¡Amelia! —gritó de nuevo la voz de su madre, y su corazón se saltó un latido.

Su madre estaba viva.

—¿Mamá? —llamó en voz alta, y Mary, su madre, viva y sana, abrió la puerta y la miró.

Amelia se parecía a su madre, sólo que Mary tenía un poco de sobrepeso. Tenían el mismo cabello y ojos negros, la piel trigueña se tostaba fácilmente bajo el sol y tenían también la misma forma de las manos y los pies. Un par de clones, sólo que la una era una mujer mayor que le encantaba hacer galletas y comérselas, mientras que la otra era…

—Siento que estoy soñando —Mary entrecerró sus ojos mirándola con sospecha.

—Pues yo no. Estoy despierta desde las cinco de la mañana porque es domingo y vamos a ir todos a la iglesia, y no te me hagas la enferma ni la… —la mujer se detuvo, pues su hija se había lanzado a ella y la estaba abrazando con fuerza—. ¿Te pasa algo? —le preguntó Mary, y Amelia no pudo más que llorar.

—Te quiero, mamá —susurró sin soltarla—. Te amo con todo mi corazón.

—¿Hiciste algo?

—Oh… he hecho demasiadas cosas, pero no importa, porque te amo.

—No es navidad, ni mi cumpleaños.

—No importa, quería decirte que te amo—. Al fin, Mary pareció conmovida, y respondió al abrazo de su hija.

—Yo también te amo, mi niña. Eres mi consentida, lo sabes —Amelia se echó a reír—. Pero no se lo digas a Penny, que se pone celosa.

—Está bien—. Mary salió dejándola sola, y Amelia se quedó allí, de pie en medio de su vieja habitación. Pero no tenía nada de vieja, se veía intacta, mucho mejor de lo que la recordaba.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo