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Deán se puso tenso al oír la camioneta de la oficina postal. Dejo la colcha que tenía sobre sus piernas, flexionó los doloridos dedos y fue a la puerta. Se le encogió el estómago al pensar en lo que podía llevarle el cartero. Era un sentimiento que ya no lo abandonaba, que dominaba sus días, pero aun así abrió la puerta con su rostro serio, fue cortes y firmo el acuse de recibo de la carta de certificada en su mano.

Después volvió a la casa de piedra que era suya. Tras haber pasado mucho tiempo viajando de un lado a otro solo, aquel lugar bonito y tan tranquilo le había parecido un paraíso. Deán era un hombre que aunque le costara dejar atrás todo lo que una vez tuvo y la vida le arrebato tuvo que aprender a vivir con ese dolor.

En ese momento le resultaba amargo echar la vista atrás a esos años en los que había soñado con empezar de cero. No podía evitar sentirse fracasado. Había querido volver a ser el mismo de antes, pero no podía. La herida aún estaba abierta. Rasgo el sobre y leyó. Otra carta más para el cajón, con las anteriores. Por muchas horas al día que trabajase con sus responsabilidades, solo un milagro podía ayudarlo a salir de ese agujero.

Vivía en lo más alejado de la civilización  escocesa, más específico vivía en una hermosa colina verdosa. Aun así, la soledad lo consumía, vivía en una hermosa casa de dos plantas que eso no ayudaba a que su soledad cesara.

Deán era un hombre de treinta y cinco años, que todo aquel que lo viera pensaba que solo era un pobre hombre de cuarenta y pico de años. Su pelo largo y su abundante barba lo habían convertido en algo que él no era.

Eran las ocho de la noche cuando sonó el timbre, seguido de tres innecesarios golpes en la puerta. Deán salió al recibidor y vio dos figuras en el porche. Abrió la puerta sin dudarlo y vio a dos mujeres hermosas que sujetaban una mochila cada una.

—Hola señor –saludo la más delgada de ambas mujeres. –Estuvimos por aquí cerca realizando paracaidismo pero no contábamos con que se avecinaría una tormenta. Nos preguntábamos si nos daría alojamiento por esta noche.

Deán miro a ambas, tanto las dos, se veían bien vestidas a pesar que fuera estaba comenzando a llover.

—No –sentencio queriendo cerrar la puerta. Pero una de ellas poso su mano impidiendo que cerrara.

— ¿No nos conoce? –el hombre miro los ojos de la voluptuosa mujer, sus ojos tan claros como el día le resultaban extraños. Nunca en su vida las había visto y si eran famosas tampoco lo sabría.

—Si no se dieron cuenta o son tontas. Esta zona no tiene más conexión que electricidad.  Sería una pérdida de dinero comprar un televisor en un lugar donde la señal es mala. Ahora saca tu mano. –ordeno serio. No entendía el porqué, pero esa mujer en si había levantado inquietud en él, no quería pensar que fuera por el hecho de tener grandes pechos y anchas caderas lo que lo excitaban.

—Por favor señor, es solo esta noche. Como usted dice; aquí no hay señal y no podemos llamar para que nos recojan. –insistió la escurridiza mujer.

Deán suspiro fastidiado y se hizo a un lado abriéndolo la puerta en su totalidad.

—Pasen. Solo será esta noche. –dijo Deán cerrando la puerta detrás de ellas.

—Es muy amable señor de su parte dejarnos alojar esta noche. La tormenta afuera empeorara. –parloteo la castaña. Causando fastidio en el hombre.

—Las habitaciones están arriba. La del fondo y ultima es mía. Tienen todas las demás a su disposición.

Ambas agradecieron y subieron a una donde había dos camas individuales.

—Es extraño. ¿Puedes creerlo? No nos conoce –Adaira aún seguía con las acidas palabras del hombre.

—No le des mucha importancia. Lo importante es que nos dio hospedaje y no moriremos de una neumonía –dijo Antonella con una sonrisa burlona en sus labios –. ¿No te pareció un hombre atractivo?

Suspiro al recordar aquel hombre que aún estaba en la planta baja.

— ¿Atractivo? –repitió incrédula Adaira –. Lo único que vi fue una mata de pelos por doquier. Si no nos conoce entonces tampoco conoce una cuchilla de afeitar. –ironizo

—No seas así. Tal vez tengas razón…pero no nada que un buen estilista pueda solucionar.

—Si es que tiene el dinero suficiente para un estilista. Mejor duerme, veré si hay agua caliente.

Adaira entro a la puerta donde estaba instalado un baño privado. Miro a su costado donde había un mueble con toallas blancas. Pensó que tal vez ese hombre acostumbraba tener visitas.

Las doce en punto daba el reloj de su móvil, Adaira camino por toda la habitación en busca de una buena señal y poder llamar a su equipo de seguridad. Se arrepentía hacerle caso a su amiga  y no viajar con su equipo.

Miro una y otra vez la puerta. Temía que aquel hombre siguiera despierto, dio un suspiro pesado antes de bajar en busca de algo para comer.

—Donde m****a tiene la cocina –murmuró caminando descalza por las frías baldosas –. Tal vez no sea tan pobre como pensé.

Siguió caminando por un pasillo hasta encontrar una inmensa cocina; sin dudarlo fue hasta la nevera sacando lo que parecía ser un pastel. No tenía la costumbre de pedir permiso para algo aunque se cuestionara si lo que estaba haciendo estaba bien pero el hambre que tenía en el momento le ganaba cualquier cosa.

—Nunca dije que ofrecía comida aparte de hospedaje –una voz dese el umbral de la puerta la sorprendió, Adaira comenzó a toser por el pedazo de pastel que tenía en su boca.

—Lo siento –se disculpó sinceramente –No habíamos comido en todo el viaje.

—No me interesa –Deán fue directo por una botella de vino, haciendo lo mismo que todas las noches. Beber hasta no poder recordar nada de lo sucedido.

Adaira dejo el cubierto donde estaba, dispuesta a guardar lo que había sacado sin permiso.

—No. Sigue por favor, ya lo has cortao ahora cómelo. –ordeno, la mujer vio que no era momento para sentirse orgullosa, ya que no estaba en su casa y aquel hombre podría correrlas a la calle bajo la tempestad.

—Muchas gracias –Adaira siguió comiendo bajo la atenta mirada del hombre aun no podía  sacar de su mente el extraño sentimiento que tenía al verla. –. Supongo que es incómodo recibir a dos mujeres en su casa. Debe estar acostumbrado a estar solo. Lo recompensaremos muy bien cuando vengan a buscarnos –añadió la mujer que se extrañó por el extraño acento que tenía el.

—Entonces eso espero. Y no me conformare con míseras monedas –respondió Deán sin dudarlo, mirándola a los ojos.

Tenía la mirada clara e intensa y las pestañas largas y negras. Era una mujer alta, no tanto como él. Adaira tuvo que echar la cabeza hacia atrás para mirarlo ya que estaba sentada y el parado, cosa que no estaba acostumbrada, ya que ella también era alta. Además, de repente se dio cuenta de que también era guapo como su amiga había dicho. Tenía los pómulos marcados, las cejas definidas y la mandíbula fuerte. Era un macho alfa en todos los aspectos.

Era la primera vez que Deán se quedaba impactado con una mujer nada más verla. Una melena negra y larga, rebelde, le rodeaba el rostro, cuya piel parecía de porcelana. Y los ojos eran de un azul tan intenso como el de un zafiro. Tenía los labios carnosos y rosados y deán no pudo evitar pensar en lo que aquella mujer podría hacer con semejantes labios. Se excitó al instante y eso lo puso tenso porque estaba acostumbrado a controlar su libido y cualquier falta de control era, a su parecer, una señal de debilidad.

—Tenga por seguro que la paga será buena –murmuró ella, que de repente se había quedado sin aliento –Solo espero que la carretera no este cortada.

—Y si la estuviera lo mismo se irían mañana mismo –dijo Deán, que tenía el acento francés.

Deán miro a su alrededor y se fijó en los pechos de Adaira, se  marcaban atravez del jersey negro, en la cintura estrecha y en las largas y sensuales piernas que iban enfundadas en unos pantalones vaqueros. Zapatillas deportivas negras aparte, era preciosa, pensó embelesado y desconcertado al mismo tiempo.

—Que narcista… -comento Adaira, por suerte su anfitrión no la oyó. Adaira apretó los dientes con frustración. Hasta el momento, lo peor del desastroso fin de semana había tenido que soportar las insinuaciones del encargado del paracaidismo. Ella era una mujer acostumbrada a dar lo mejor de sí en momentos de crisis, por eso no se había estresado a pasar el frio, de la caída de Antonella y del hecho de no tener teléfonos móviles  con buena señal para poder pedir ayuda. No obstante, tener que soportar a aquel hombre sin nombre le estaba costando mucho trabajo, ya que no solía tener que bregar con nadie ni nada que no le gustase.

— ¿Tiene algún analgésico? –le pregunto Adaira. Mirándolo a los ojos.

Y él pensó que nunca había visto a una mujer con las pestañas tan largas y oscuras. Fue por los analgésicos y un vaso de agua.

— ¿Qué tal estuvo el baño? El agua caliente suele tardar en salir.

—Está bien. Al menos salió agua caliente.

Después de ese intermediado de palabras ambos quedaron en silencio; Adaira tenía dudas al respecto del anfitrión.

— ¿Cuál es su nombre? Desde que llegue aquí, siento que lo conozco aunque no lo crea y sea la primera vez que lo veo. –pregunto Adaira sin apartarse de la isla. Él se tensó ante tal pregunta, en si el también sentía lo mismo, pero prefería ignorarlo.

—No le interesa mi nombre. –Dijo con aspereza –. Nunca la he visto y supongo que usted tampoco. Vivo lejos de la civilización y no tengo contacto con nadie más que con el cartero.

—Supongo que sí.

Deán tomo la botella entre su mano izquierda y camino hasta la salida.

—Sera mejor que descansé, mañana les espera un día largo para que se larguen.

Fue lo último que dijo antes de salir y subir a su refugio, al lugar donde todas las noches quitaba sus penas recordando cada momento valioso vivido.


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