El Maestro Februs

Ambientación nocturna. Interior de lo que parece ser el laboratorio de un alquimista. Algunas lámparas de cera iluminan el lugar. Cerca del centro del lateral derecho hay un catre, sobre este yace dormido EL MAESTRO FEBRUS. En algún momento despierta sobresaltado, como sacudido por una revelación.

FEBRUS: (En voz baja. Para sí) ¡Alhí!

Entra ALHÍ, viene agitado, su rostro revela una gran preocupación. Al ver a su maestro se acerca a toda prisa.

ALHÍ:               (Se arrodilla. Humilde) ¡Maestro Februs!

FEBRUS:          (Está muy enfermo. Durante toda la escena tose con frecuencia y se mueve con dificultad) ¿Qué sucede, Alhí? ¿Por qué estás tan alterado?

ALHÍ:               Maestro, ha sucedió algo terrible… ¡Todos en la isla hablan de lo mismo! ¡La gente tiene miedo!

FEBRUS:          (Abrumado) Entonces es cierto… Estamos en peligro.

ALHÍ:               (Sorprendido) ¿Cómo lo sabe, maestro? Hace tiempo que usted no sale de este lugar.

FEBRUS:          Mientras dormía tuve un sueño muy extraño, Alhí. Me vi a mí mismo recorriendo los paisajes de la Isla Kun. Era un día tranquilo, muy distinto a los que transcurren ahora en la Isla. De pronto, un gran resplandor sorprendió al cielo nocturno, después de esto el ambiente se tornó espeso, el viento dejó de soplar y el calor se hizo insoportable. Al poco rato sentí mucha hambre, así que me acerqué hasta un árbol que estaba cerca de mí y tomé uno de sus frutos, pero, cuando lo mordí, la peor de las hieles inundó mi boca. Lo peor fue que la negra amargura de aquel fruto circulaba en cada cosa comestible de la Isla. Luego la sed empezó a quemar mi garganta, era una sed espantosa, una sed que nunca antes había padecido. Corrí entonces hasta las orillas del Río Eufras para beber un poco de sus aguas y así aliviar mi tormento, pero por más que intenté, fue imposible; estas se habían tornado etéreas; como el aire.

ALHÍ:               (Sorprendido) ¡Es exactamente lo que está ocurriendo! La gente advirtió lo que sucedía al amanecer. Maestro, ¡sin agua y sin comida nuestro pueblo desaparecerá!

FEBRUS:          ¡Debemos consultarle al oráculo! ¡Rápido, Alhí, tráeme el ánfora y la escudilla!

ALHÍ se dirige hasta un  mesón que está ubicado cerca del lateral izquierdo y toma dichos objetos, luego regresa hasta donde se encuentra el MAESTRO FEBRUS y le entrega la escudilla. Ambos se sientan en el suelo, cerca del proscenio. ALHÍ vierte el contenido del ánfora en el recipiente (es un líquido parecido al mercurio). El MAESTRO FEBRUS hace ademanes místicos. Efecto de luces y sonidos.

FEBRUS:          ¡Oh, espíritus de la naturaleza, yo los invoco en este sagrado instante! ¡Y con profunda humildad solicito vuestras mercedes! Les ofrendo mis oídos y mis ojos, para ser partícipe de todos los misterios; y mi voz, para que a través de ella resuenen sus palabras…

Pausa tensa. EL MAESTROFEBRUS se muestra abrumado.

ALHÍ:               ¿Qué ocurre, Maestro? ¿Qué dice el oráculo? ¿Por qué la naturaleza se ha vuelto en nuestra contra?

FEBRUS:           El Oráculo no responde…

ALHÍ:               (Se acerca a la escudilla) ¡Imposible! El oráculo nunca antes había fallado.

FEBRUS:          El Oráculo ha enmudecido… ¡La Isla Kun desaparecerá!

ALHÍ:               ¡Debe existir alguna forma de solucionar todo esto!

FEBRUS:          No existe poder humano capaz de remediar lo que sucede.

ALHÍ:               “Siempre se puede hacer algo”. ¡Esas siempre han sido sus palabras!

FEBRUS:          Somos simples mortales, Alhí. Nuestro poder es limitado.

ALHÍ:               ¡Estoy dispuesto a hacer lo que sea! ¡Lo que sea!

FEBRUS:          (Piensa) Creo que sí existe una forma de salvarnos, pero la posibilidad de lograrlo es remota.

ALHÍ:               ¿Y cuál es?

FEBRUS:          Encontrar a los responsables de estos terribles acontecimientos.

ALHÍ:               ¿Y quiénes son, Maestro?

FEBRUS:          Los Dioses Elementales…

ALHÍ:               ¿Y qué tienen que ver los dioses en todo esto?

FEBRUS:          Alhí, Recuerda que ellos mantienen el equilibrio de la vida. Si la naturaleza rehúsa servimos, seguramente es por su influencia.

ALHÍ:               ¿Y dónde puedo hallarlos?

FEBRUS:          No lo sé a ciencia cierta. Es muy difícil dar alcance a los dioses. Ellos están y no están, pueden atravesar el espacio y el tiempo a su antojo. Sin embargo, ya que el castigo impuesto a La Isla Kun evidencia el influjo de los cuatro Dioses Elementales, seguramente están reunidos en este momento. Y solo existe un lugar donde los dioses pueden reunirse: El Santuario Elemental.

ALHÍ:               ¿Y dónde puedo encontrar ese santuario?

FEBRUS:          Lamento decirte que tampoco lo sé. Solo estoy enterado de que El Santuario Elemental se encuentra atravesando el océano. Más allá de cualquier sitio conocido. En ese lugar donde el mar también es cielo.

ALHÍ:               ¡Iré ahora mismo a buscarlos! ¡Con tal de no ver sufrir a mi gente, soy capaz de entregar mi vida!

FEBRUS:          ¿Qué cosas dices, Alhí? ¡Tú no irás a ningún sito! Sí alguien debe sacrificarse, seré yo.

ALHÍ:               Maestro Februs, usted está muy enfermo. Es mejor que no salga de la Isla.  ¡Además, los kunianos necesitan de su sabiduría para sobrellevar estas calamidades!

FEBRUS:          (Resignado) Los kunianos ya no quieren escuchar los consejos de un anciano. Ya está decidido, yo soy quien debe ir a reunirse con Los Dioses Elementales. Este será la última ofrenda que haga a mi pueblo. Tal vez, cuando se enteren de mi sacrificio, cambien su forma de interactuar con la naturaleza.

ALHÍ:               No, Maestro, usted debe quedarse descansando. Yo emprenda el viaje.

FEBRUS:          ¡El océano es un lugar peligroso, Alhí! Hasta ahora nadie en la isla ha navegado más allá del el arrecife. Más allá de sus límites acechan toda clase de peligros. Por otra parte, encontrar a Los Dioses Elementales no es garantía de que actuarán en nuestro favor. Los kunianos no han valorado los dones que ellos nos han brindado. Si decidieron castigarnos es porque están furiosos.

ALHÍ:               No tengo miedo, Maestro. Me reuniré con ellos y los convenceré de que levanten el castigo.

FEBRUS:          ¡Qué terco eres muchacho…! Supongo que nada de lo que te diga te hará cambiar de opinión.

ALHÍ:               Nada, Maestro… ¡Ya lo tengo decidido! Seré yo quien se reúna con los dioses.

FEBRUS:          (Resignado) Que así sea entonces… (Se dirige con gran dificultad hasta una biblioteca ubicada al fondo del escenario) ¿Dónde está, dónde está…? ¡Aquí está! (Encuentra el libro que buscaba, es uno grande, con forro de cuero y con grabados extraños en la portada. Luego va hasta el mesón, toma algunos frascos y se dedica a preparar un brebaje mientras lee para sí el libro).

ALHÍ:               (Se acerca hasta la mesa) ¿Para qué es todo eso, Maestro? ¿Qué está tramando?

FEBRUS:          Algo que te servirá durante el viaje. (Termina de preparar el brebaje, se lo entrega a ALHÍ) Alhí, este pequeño frasco contiene almíbar sagrado: después de que lo bebas no sentirás hambre ni sed durante cinco días: ese es el tiempo máximo que puede vivir alguien sin tomar agua. Sin embargo, ya el fuego de este día está por consumirse, así que a partir de mañana tendrás cuatro días enteros para encontrar a Los Dioses Elementales. (EL M. FEBRUS se dirige hasta un baúl de madera que está cerca d la biblioteca, lo abre y extrae algo desde el interior del mismo) El océano es un lugar misterioso, necesitarás una luz que guíe tu ruta. (Le entrega una brújula a ALHÍ) Esta es La Brújula del Destino: ella apunta siempre en dirección a lo que más desea tu corazón, mientras no dudes, ella te llevará hasta dónde quieras; úsala para llegar hasta el Santuario. (ALHÍ guarda la brújula). Hay otra cosa, Alhí… Si después de lo que te cuente insistes en abandonar la Isla, contarás con mi entera bendición. Es respecto a tus padres…

ALHÍ:               (Sorprendido) ¿Mis padres? Pero si usted siempre me dijo que yo no tengo padres.

FEBRUS:          Y es la verdad, pequeño, al menos no en La Isla Kun. Creo que es momento de que te cuente lo poco que sé acerca de tus orígenes. (Paternal) Hace doce años, mientras daba un paseo por la costa, encontré una ostra muy grande varada a orillas del malecón. El tamaño de la misma despertó mi curiosidad, así que decidí abrirla; pensé que adentro había una perla gigante o algún mágico tesoro. Pero cuando la abrí encontré algo mucho más valioso que eso: un bebé. Ese bebé eras tú, Alhí. Recuerdo que estabas envuelto en un bellísimo manto de oro y llevabas esto asido a tu cuello (El M.FEBRUS se quita un collar tejido y en cuyo centro reluce una perla multicolor luminiscente). Lo conservé pensando que algún día alguien vendría a mi puerta a reclamarte, pero pasaron los años y nadie apareció. Este collar sería el recuerdo que conservaría de ti al perderte. Pero de pronto sospecho que tus padres están vivos, esperándote en algún lugar remoto.

ALHÍ:               (Confundido) Pero… entonces eso quiere decir que yo no nací en La Isla Kun.

FEBRUS:          Así es, pequeño. Ahora te pregunto: ¿Estás dispuesto a salvar a los habitantes de La Isla Kun, aun sabiendo que no perteneces a este lugar?

ALHÍ:               (Decidido) Sí.

FEBRUS:          ¿Por qué esa respuesta tan precipitada?

ALHÍ:               Usted me recibió como su hijo, me atendió y salvó mi vida; es justo que le retribuya lo que hizo por mí.

FEBRUS:          Confío en que todo saldrá bien. ¡Nunca te separes de ese collar! Quizás durante el viaje encuentres a tus padres.

ALHÍ:               ¡Gracias por todo, Maestro! (Se abrazan).

FEBRUS:          Soy yo quien debe darte las gracias por toda la felicidad que me has brindado.

ALHÍ:               Le prometo que salvaré a la Isla. ¡Cueste lo que cueste! 

FEBRUS:          Recuerda, Alhí, a partir de mañana tienes cuatro días para salvar a la Isla Kun. Si en cuatro días no logras contactar a Los Dioses Elementales, todo estará perdido. Pero ahora es necesario que descanses, la luna ahora reluce en la intemperie, y necesitas toda tu energía para el viaje que emprenderás mañana.

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