Capítulo 3

Emely se encuentra en la cama, recostada de costado, observando fijamente las paredes pintadas de verde menta. Suspira profundo, realmente no ha podido cerrar los ojos ni un momento, por miedo a que, al despertar, se encuentre nuevamente en el psiquiátrico, donde todas las paredes son totalmente blancas. Se incorpora en la cama hasta quedar sentada y observa en derredor, el reloj sobre el buró marca las cuatro y media de la mañana, para ella, es hora de levantarse.

Sale de su habitación, aún con el pijama puesto y descalza, le encantaría poder ver el amanecer desde afuera, y no desde la ventana, como lo hacía en el psiquiátrico. Llega hasta las gradas de la casa y baja con cuidado de no hacer ruido. No puede evitar sentirse diferente en ese lugar, siente como si todo se tratase solamente de uno de esos lindos sueños que rara vez tuvo en el psiquiátrico, y teme que en cualquier momento pueda despertar.

Una vez que sus pies descalzos tocan el suelo de mármol de la segunda planta, y avanza un par de pasos con la intención de llegar a la puerta trasera, escucha que alguien susurra su nombre. Frena en seco y, con ojos amplios, observa en dirección a la sala de estar.

Emely... —escucha una voz infantil, y su piel se eriza cuando un viento frio sopla en su nuca.

—¿Quién eres, Mía o Leah? —pregunta, un tanto asustada, mientras se dirige al lugar de donde proviene el sonido. Creyendo que tal vez alguna de sus hermanas se encuentra merodeando. —. ¿Dónde estás?

Al llegar a la sala de estar, frena en seco al escuchar un gruñido, como él de un animal salvaje. Se gira en dirección al ruido y se paraliza por completo cuando se topa a un enorme perro frente a ella, el cual gruñe mostrando su filuda hilera de dientes, observándola con recelo. Traga saliva sonoramente, mientras comienza retroceder a pasos cortos, tratando de no alarmar al perro que permanece en su lugar y solo se limita a gruñir.

Erróneamente da un paso en falso y cae de espaldas al suelo, chillando de dolor. El animal comienza a ladrar y corre hacia ella a gran velocidad. Todo lo que puede hacer en ese momento es alzar el brazo para evitar que el perro muerda su cara, y un fuerte grito se escapa de sus labios cuando este clava sus enormes dientes en él y prensa la mandíbula.

—¡Ahhh! —grita, cuando el dolor comienza a hacerse insoportable y cierra los ojos con fuerza.

—¡Emely! —la luz se enciende y su padre llega corriendo para auxiliarla. —. ¡Tao!, suéltala. —grita, antes de sujetar la mandíbula del perro y abrirle la boca, con mucho cuidado.

Pero eso no evita que los dientes del animal rasguen su piel, dejando profundos rayones que rápidamente se llenan de sangre.

—¡Oh por Dios! Mark, ¿qué le haces a Tao? —grita Eleonor, horrorizada, cuando entra en la sala de estar y observa la escena. Es que parece que él está a punto de romperle la mandíbula al canino.

—¡Atacó a Emely! —informa, sujetando al perro del cuello para que deje de ladrarle.

—Tao, ven acá, cariño, ¡ven! —lo llama y sorpresivamente el perro se calma, comienza a mover su cola y se zafa del agarre de Mark para correr hacia Eleanor, quien se inclina para acariciarlo. —. Esto no es su culpa, Mark, para él es una extraña. ¡Defendía nuestro hogar!

—¡Oh, Dios! —exclama Mark al verle las marcas de los dientes del perro en el brazo, y la sangre brotando de la herida. —. Tendré que llevarte al hospital, amor. —dice, mientras se inclina hacia ella para ayudarla a ponerse de pie, y avanzar hacia la puerta.

—¿Se irán en pijama? —inquiere Eleanor, mientras toma las llaves del auto y avanza tras ellos. Después de decirle al perro que se siente y que éste la obedezca.

—Sí, no hay tiempo, su brazo está sangrando —responde Mark, antes de indicarle que se siente en la parte trasera del auto. —. Todo estará bien, cielo. Iremos a que te curen. —dice, con voz suave.

Emely asiente con la cabeza, sin despegar la mirada de su brazo manchado con sangre. Es mucha, y la herida arde, pero por alguna razón, el dolor no es mucho, supone que se trata del hecho de que las inyecciones que le daban en el psiquiátrico cuando era pequeña eran más dolorosas que eso.

—Ten las llaves. —escucha la voz de Eleanor

Rápidamente dirige la mirada hacia la mujer y su padre, notando enseguida que ambos la observan de manera extraña. Debe ser por el hecho de que no ha llorado en ningún momento, o porque solo observa su herida de forma despreocupada. Seguro han de creer que ella es muy rara por ese motivo.

El tiempo en el hospital se pasa volando, y para cuando regresan a casa, ya es pasado el mediodía. Ella observa fijamente el vendaje en su brazo, y comienza a mordisquear su labio inferior ante el gran deseo que siente de rozar la herida con la yema de sus dedos. Bajo esas telas se encuentran el par de puntadas que tuvieron que hacerle, nada grave, ya que la enfermera le comentó que la cicatriz no sería notoria una vez que sanara.

—¿Te duele, cariño? —pregunta su padre, mientras mira su brazo.

—Descuida, papá, estoy acostumbrada a las agujas. —bromea, esbozando una cálida sonrisa.

Él asiente con la cabeza y suspira profundo antes de inclinarse para besar su frente con extrema ternura. Luego de eso, lo observa salir del auto y pasar la mano por su cabello castaño, despeinándolo más de lo que ya estaba. Él camina hacia el lado del copiloto, en donde ella se encuentra, y abre la puerta para ayudarla salir como todo un caballero.

Ella esboza una pequeña sonrisa, en agradecimiento, y con el brazo de su padre rodeando sus hombros, avanzan en dirección a la casa. Todo lo que quiere es poder entrar, ducharse y cambiarse de ropa, ya que aún lleva puesto el pijama, al igual que Mark.

—¡Señor Watson!

—Joder. —masculla Mark al escuchar una voz varonil llamando su nombre, mientras aparta el brazo de ella y se gira súbitamente en dirección a la calle.

Emely parpadea un par de veces, confundida ante la reacción de su padre, y rápidamente lo imita, girándose para ver al causante de esta. No puede evitar mostrar su sorpresa cuando sus ojos divisan a un chico, de tez morena, de pie frente a ellos con una enorme y radiante sonrisa en sus labios, mientras en sus manos sostiene una torta.

—Hola, Matthew, ¿cómo estás? —saluda su padre, forzando una pequeña sonrisa.

—Bien, gracias — el chico ensancha su sonrisa, mostrando todos sus dientes. —. Ah, mamá envía una tarta de manzana, iba a traerla ella misma, pero se enfermó...

—¿Justo después de hacerla? —cuestiona Mark, arqueando una ceja con desconfianza.

—¿Uh?, b-bueno... —se rasca la nunca, luciendo nervioso, una vez que ella posa la mirada sobre él.

—Cada vez mientes peor, muchacho, ni siquiera porque Matty te da clases. —bufa el hombre burlesco, cruzándose de brazos.

—Bien, yo la hice para Emely, no quería venir con las manos vacías. Mamá no se encuentra en casa. —confiesa el chico, presionando los labios en una pequeña sonrisa.

 Ella siente un ligero escalofrío recorrer su cuerpo, en tanto abre los ojos ampliamente, por la sorpresa de escucharlo pronunciar su nombre. Rápidamente dirige la mirada hacia el rostro de su padre, tratando de entender qué es lo que ocurre, pero éste solo observa al chico fijamente, con mucha seriedad.

—Bien, desde ahora tienes diez minutos para entregarle el pastel y ponerte al día.

—¿¡Diez minutos!?

—Sí, diez... ¿Lo tomas o lo dejas? —inquiere, mientras le da una ojeada a su reloj de mano.

—¡Bien, lo tomo! —se adelanta a hablar, alzando su mano libre, ya que con la otra sostiene la tarta.

—Bien me iré ahora… diez minutos.

Una vez que su padre se retira, dejándola sola con el extraño, ella posa su mirada esmeralda en él, observándolo con atención y analizándolo a profundidad. Es alto, su cabello negro rizado lo lleva en un corte formal, sus ojos cafés, su nariz un poco ancha, sus labios rosados y carnosos, y ni hablar de su atlético cuerpo. Es apuesto, pero, no lo entiende, ¿de dónde la conoce?

—Hola, Emely. —la saluda, esbozando una sonrisa amable.

—H-Hola. —responde con timidez, mientras se acomoda el cabello tras la oreja con su mano sana.

—Casi no te reconozco, estás enorme —comenta con emoción, a lo que ella solamente ladea la cabeza, confundida. —. Oh, supongo que tú tampoco me reconoces. —dice, haciendo una pequeña mueca.

—Lo siento, yo...

—No me sorprende, ha pasado mucho tiempo y…

—No sé quién eres. —responde de golpe.

La expresión de sorpresa en el rostro del chico no se le pasa desapercibida. Y luce un tanto desconcertado mientras, con el ceño fruncido, baja la mirada hacia sus pies.

—¿Es en serio? —cuestiona, desalentado. —. Es, es…yo…

—De verdad lo siento. —dice, mordisqueando su labio, nerviosa.

—No, descuida. Es sólo que... éramos muy amigos —sonríe con un poco de nostalgia. —. Bueno... Te traje una torta de manzana, amabas venir a comer de estas cuando mamá las preparaba. —le comenta, extendiéndola en sus manos.

Sonríe agradecida y, sin despegar la mirada de su rostro, extiende ambas manos con la intención de tomarla, pero eso solo provoca que el dolor en su brazo aumente en gran manera. Una mueca de dolor se marca en sus facciones al momento en el que devuelve su brazo herido a la posición inicial, tratando de que eso alivie el dolor. La anestesia comienza a dejar de hacer efecto y las puntadas duelen.

—¿Estás bien?

—Sí, el perro me mordió en la mañana, pero sí, estoy bien —dice mientras toma la tarta con su mano sana. —. Gracias…

—Mathew, ese es mi nombre. Pero puedes llamarme Matt —sonríe de vuelta. —. Respecto a lo del perro, Tao es algo desconfiado, no tienes que hacer movimientos bruscos, acércate lentamente a él. A mí me funcionó y al final dejó de atacarme cada vez que me encontraba en la calle.

—Gracias, lo intentaré —esboza una sonrisa torcida. —. Así que, tu nombre es casi igual al de Matty. —señala Emely, con un poco de diversión.

La verdad es que no tiene idea sobre qué otras cosas podrían hablar en ese momento.

—Sí, créeme que es una verdadera pesadilla compartir nombre con Matty, es un niño muy precoz, está loco y cree que es más apuesto que yo. —comenta el moreno, riendo.

—¡Por supuesto que soy más apuesto! —exclama Matty.

 Ambos se sobresaltan, sorprendidos, al escuchar la voz del menor a sus espaldas.

—Oye, mocoso, ¿Nos estabas espiando? —pregunta Matthew, ampliando los ojos con sorpresa.

—No, papá manda a decir que ya pasaron los diez minutos y que debo llevar a Emely de vuelta a la casa. —avisa, luciendo muy tranquilo.

—Oye, estás haciendo trampa, no han pasado los diez minutos. —se queja el chico, cruzándose de brazos.

—Claro que ya pasaron, ustedes dos estaban mirándose como tontos. —comenta el pequeño, resoplando, mientras se cruza de brazos.

—¡Matty! —se queja Emely, sintiendo vergüenza.

—Matt. —la corrige el niño, haciendo un tierno puchero con los labios.

—No, pequeño, Matt soy yo, tú eres Matty. —se burla el chico, y bajo la mirada estupefacta de Emely, el niño avanza hacia el mayor para propinarle un fuerte puntapié en su pantorrilla izquierda.

—No, Matty no hagas eso. —chilla, con angustia.

—Descuida, Emely — bufa el chico, queriendo simular que no siente dolor. Pero la expresión en su rostro lo delata. —. Ya estoy acostumbrado a sus malcriadeces y… ¡Rayos, mocoso, ahora pateas más fuerte! —lloriquea por el dolor.

¡No!, ¡Mark, déjalo en paz!

Escucha un grito proviniendo del interior de la casa, es la voz de Eleanor, y suena sumamente molesta. Voltea el rostro hacia los Matt, y ambos le devuelven en gesto, quedando los tres en completo silencio.

Eleanor tuvieron que hacerle puntos a Emely, es muy peligroso que ande por allí, así que estará afuera hasta que se acostumbre a ella.

Ahora es la voz de Mark, un tanto irritada, la que resuena y el sonido de una puerta siendo abierta entre el escándalo de los ladridos del perro.

¡Mark, esto no es justo!

—Chicos, creo que es hora de que me vaya. —dice Matthew, acercándose a ella para despedirse con un beso en la mejilla. Gesto que la toma por sorpresa y la hace estremecerse.

Cuando el joven se aleja, ella mantiene la mirada puesta en él, hasta que éste llega al otro lado de la calle. Esboza una pequeña sonrisa, sintiendo el calor subiendo por sus mejillas al notar como se voltea hacia ella y sonríe, antes de ingresar en la casa de enfrente.

Siente una gran curiosidad por saber quién es ese chico, y qué representa en su vida. Es muy apuesto, carismático y amable. Siente un pequeño hormigueo en la mejilla que él besó, y comienza a morderla internamente al ser incapaz de tocarla, ya que aún sostiene la tarta con su mano sana. Pero, le es imposible el no pensar que él es la primera persona, aparte de su padre, que la trata con amabilidad y hace contacto físico con ella de esa manera.

La discusión en el interior de la casa continua, obligándola a salir de su ensimismamiento. Al ingresar en el espacio, Matty se va directamente hacia la planta de arriba, de manera despreocupada. Ella, por su lado, siente curiosidad por lo que ocurre en el patio trasero, así que deja la tarta sobre la mesa del comedor y se dirige hacia ahí, donde encuentra a su padre atando al perro a una pequeña casita de madera. Eleanor se encuentra cerca, cruzada de brazos, y no deja de quejarse y gruñir furiosa por lo que ocurre en ese momento.

Al ser la primera noche que pasa en esa casa, Emely no ha tenido la oportunidad de conocerla totalmente, por lo que en ese momento decide darle una mirada rápida al espacio, hasta que sus ojos esmeraldas aterrizan en su antigua casa del árbol. La cual, a pesar de los años, sigue en muy buen estado. Seguro su padre le da mucho mantenimiento.

—Sólo será por un corto tiempo, seguro que pronto se hace a la idea de que no debe morder a Emely. —dice Mark.

—Eso es una tontería. —bufa la mujer, con amargura, mientras gira sobre su eje para volver a la casa.

Emely solo los escucha, en tanto continúa con la mirada perdida en la casa del árbol, tratando de recuperar algún recuerdo de ese lugar, algún recuerdo de su infancia. De pronto, siente cómo alguien sujeta su brazo sano con brusquedad y se sobresalta, parpadeando varias veces, aturdida. Dirige su mirada hacia la persona y se topa de golpe con los ojos azules de Eleanor, quien la observa con evidente molestia.

—No se te ocurra acercarte a ellas —susurra, prensando su mandíbula a la vez que también presiona más fuerte el agarre.

Emely amplía los ojos, estupefacta, y rápidamente vuelve la mirada hacia la casa del árbol, donde nota a sus hermanas viéndola fijamente, con mucha curiosidad. Baja la mirada hacia Eleanor, y niega frenéticamente con la cabeza, con una expresión llena de angustia en su rostro. Quiere hablar y decirle que no es lo que piensa, que no veía a las niñas, pero las palabras no salen de su boca.

—Eleanor, ¿qué haces?  —pregunta Mark, caminando a grandes zancadas, con la intención de detenerla.

Eleanor la suelta, antes de que Mark llegue hasta donde se encuentran y ella da un paso a atrás, con miedo, y sin saber que más hacer, comienza a disculparse con la mujer. Aunque es consciente de que, hasta ese momento, no ha hecho nada malo.

—Que no se acerque a mis hijos, Mark. O te juro que no respondo. —advierte la mujer, antes de alejarse de ellos hasta volver al interior de la casa.

A Mark no se le pasa desapercibida la expresión herida en el rostro de Emely, y eso lo entristece en gran manera. Quisiera que las cosas fuesen diferentes en casa, quisiera que la bienvenida a Emely hubiera sido más cálida, y cargada de afecto, pero sabe que eso no está en sus manos. Sus hijos no la conocen, y Eleanor no confía en ella.

—Lo siento mucho. —dice, mientras la abraza y besa su cabello.

—No es tu culpa, papá. Es mía —responde, y suspira profundo, mientras le corresponde el abrazo.

Intenta contenerse, pero le es imposible detener las lágrimas una vez que comienzan a rodar por sus mejillas. Siente que no importa lo que haga, jamás conseguirá el perdón de esa mujer. Y, la verdad, es que no la culpa.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados