Silvia con vergüenza: —Ejem, Vivi...
La voz al otro lado del teléfono se cortó abruptamente. La llamada terminó y, segundos después, sonó el teléfono de Silvia.
Vivian con timidez: —Silvia, ¿estás mejor? Lo de antes era una broma, no lo tomes en serio.
Silvia rio suavemente: —Estoy mucho mejor, la fiebre ya ha bajado.
Vivian: —Me alegro, me alegro. Tengo que colgar.
Cuando terminó el suero y se acabó la sopa, Silvia durmió un rato. Al despertar, encontró a Daniel dormitando con la mejilla apoyada en la mano.
La había traído al hospital en la madrugada y había estado vigilándola todo este tiempo. Debía estar exhausto.
Su rostro dormido había perdido parte de su fiereza, mostrándose más suave. Sus pestañas eran densas y largas. Extendió la mano y las tocó; eran muy suaves.
Luego tocó su nariz, sus mejillas, y aquellos labios que la habían besado varias veces.
Desde aquella noche en que él había puesto su mano sobre sus labios, había querido hacer esto.
De repente, aquellos ojos se abrier