Mariano colocó otra pieza y dijo con cierto reproche:
—Sisi, no intentes engañar a este viejo. Ya me he dado cuenta. En la partida anterior podrías haber ganado, pero me dejaste ganar a propósito.
—Abuelo, tu habilidad es extraordinaria. No podría ganarte. ¿No estarás diciendo esto solo para consolarme? —respondió Silvia colocando otra pieza, con una sonrisa en su rostro.
—¿Crees que no te conozco? Sisi, no hagas caso a ese sinvergüenza de mi familia. Hasta a mí me irrita verlo —suspiró Mariano.
Una chica tan buena como Silvia, al final no estaba destinada a formar parte de los Ferrero.
Lo que más le enfurecía era que Carlos, ese descarado, después de divorciarse todavía pretendía... No estaba senil; había visto cómo durante toda la partida entre Silvia y él, Carlos no le quitaba los ojos de encima a ella.
Ya cuando se divorciaron, Mariano sabía que llegaría este día.
—Entiendo, abuelo.
Silvia sabía que Mariano se preocupaba sinceramente por ella. Después de jugar dos partidas más, se