Álvaro ya ni recordaba cuándo, ni quién, le había comentado una vez que el amor vuelve a la gente humilde.
En aquel momento, había tomado esa frase como una tontería.
Jamás imaginó que llegaría el día en que le tocaría a él.
¿Su lógica, su dignidad, su orgullo?
Todo eso que antes consideraba sagrado empezó a hacerse polvo desde el momento en que Gabriela habló de divorcio. Y nada, ni nadie, pudo detener ese derrumbe.
Álvaro había intentado resistirse con todas sus fuerzas.
Pero al ver que oponerse era inútil, y después de entender que en realidad no valía la pena luchar, se sentó sobre las ruinas de su dignidad y contempló, tranquilo, cómo todo se desmoronaba.
No importaba.
Si el futuro con Gabriela requería sacrificar su orgullo, su razón y su dignidad, lo haría sin titubear, y lo haría con gusto.
Poco después de que Gabriela partiera hacia Midred, Kian atrapó al chofer que los Rojo habían enviado por ella, atándolo de pies y manos, y trajo de vuelta al jardinero que habían dejado rem