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Inés, Erika y Perla, eran mis damas de honor, todos estaban felices, los malos tiempos ya habían terminado y finalmente estaba por casarme con mi arrogante jefe, el padre de mi hija. Quién me esperaba en el altar con sus brillantes ojos azules intenso, llenos de lágrimas, los mismos que habían sido heredados por Annia.

—Hoy estoy aquí y antes que todo quiero agradecer a todos por habernos acompañado en este día, pero sobre todo quiero dar gracias a Dios —dijo Ivanov—. Quiero dar gracias a la vida por haberme permitido conocer a esta maravillosa mujer, a la cual pretendo esposar por el resto de nuestras vidas. Agradecerle por haberme hecho el hombre más feliz de todos. Estoy sumamente agradecido, no solo porque ella llegó a mi vida para quedarse, cambiarla, sino porque me dio un hermoso regalo, nuestra princesa.

Se detuvo y nos miró.

—ANNIA, nuestra hermosa hija, ella es un milagro, el milagro que nos unió, el milagro que me cambió, ya tiene poco más de tres meses, es mi razón de se
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