La voz de Donovan Ainsworth se le quebró, sus labios temblaron apenas y la respiración se le volvió más corta, sus ojos verdes se humedecieron otra vez con ese brillo doloroso.

Jacqueline frunció el ceño, apenas un gesto, pero suficiente para que un cambio imperceptible helara el ambiente.

—A veces lo que creemos blanco… es solo una ilusión —dijo ella, con un tono extraño, uno que Donovan no estaba acostumbrado a escucharle, uno que tenía un filo misterioso.

Él levantó la ceja, confundido, sin entender del todo a qué se refería.

Ese hombre, tan racional, tan analítico, tan acostumbrado a leer entre líneas, no lograba ver con claridad qué escondían esas palabras.

Algo dentro de él se tensó, como si un instinto le advirtiera de mirar más allá, pero Jacqueline no le dio tiempo.

Ella se acercó despacio. Lo miró desde arriba, sus ojos sosteniendo una frialdad disfrazada de ternura.

—Algún día lo comprenderás —susurró la matriarca—, Raphael era un buen hombre… pero también era inmad