—Deseé a Rosalind durante años —dijo él, bajando un poco la voz—. Y ahora es mi esposa. No me canso de tenerla en mis brazos, de cuidarla, de amarla. Ella me devuelve la fe que perdí cuando todos ustedes me dejaron solo.

Doña Jacqueline apartó la mirada, con el ceño fruncido y los labios apretados.

—Le daré la ceremonia que sueña, una familia, hijos —añadió Donovan, acercándose otro paso—. Ella me inspira, me apoya, me hace mejor. Incluso fue su idea la que salvó el proyecto Brighton.

Los ojos de la matriarca se agrandaron con una mezcla de sorpresa y orgullo.

—Lo sé —admitió despacio, la voz casi temblorosa.

—Entonces entiéndelo —dijo él, inclinándose apenas hacia ella, con los ojos fijos en los de su mamá—. Esta es la última vez que te lo diré con calma. La amo. La voy a proteger. Y si vuelves a intentar dañarla…

—¿Dañarla? ¡Yo jamás haría eso! —exclamó su madre, retrocediendo un paso, con el pecho alzándose con un jadeo.

—Sí lo hiciste —replicó Donovan, con voz fría y conte