Xenia estaba un poco avergonzada.
Podía sentir la hostilidad de Sofía, pero lo entendía. Después de todo, seguía siendo la novia de Julio de nombre.
—Sólo vine a verte —dijo Xenia con una sonrisa seca. No sabía por qué estaba allí; toda la situación le parecía absurda.
Molesta, Sofía se acercó a abrir la puerta. Mirando de nuevo a Xenia, le dijo:
—Entra y hablamos.
Aunque Xenia no le caía muy bien, no le había hecho nada. Además, no estaba bien hacerla hablar con ella en la puerta.
Xenia no se negó y siguió a Sofía hasta la casa. Al verla entrar, Sofía intentó intimidarla diciéndole:
—Has entrado de verdad. ¿No tienes miedo de que te haga daño?
Xenia se quedó de piedra. No lo había pensado. Sofía y ella eran mujeres; supuso que Sofía no sería una amenaza.
Viendo lo inocente que era, Sofía se preguntó qué le gustaba a Julio de ella. ¿Sería su identidad o
estatus? Sofía se compadeció un poco de Xenia. Se acercó y le sirvió un vaso de agua.
—Siéntate—dijo.
Xenia cogió el agua