Su cuerpo rodó fuera de la calzada hasta unos cuantos metros fuera de la carretera, siendo golpeado por el terraplén, el ramaje de los pequeños arbustos y el herbaje de la pendiente. Quedó quieto retenido por lo irregular del terreno.
En la penumbra de la noche su cuerpo transpiraba tendido en la intemperie y la tierra se adhería a su piel. No existía el dolor. De pronto se dio cuenta de él. Estaba sentado al lado de su cuerpo, hacia la cabecera y lo observaba con una mirada de tristeza, con el rostro fruncido. Podía percibir el dolor anidado en su pecho, que casi le ahogaba al restringirle el estómago.
Se preguntó para sí: ¿Por qué tanta tristeza? No hubo respuesta. Sin embargo, sin saber por qué se sentó a su lado, hacia los pies del cue