12.

Franco la mantiene a flote al mismo tiempo que la abraza por la cintura, sintiendo la calidez y suavidad de su cuerpo. Su cintura es tan estrecha que da la impresión de que con ambas manos es suficiente para sujetarla. Acaricia con sus labios la piel de sus brazos, es como el roce de terciopelo sobre su boca. Voltea hacia su cuello e inhala el aroma que libera su piel y su cabello. Tenerla cerca era un martirio y un goce. 

—¿Es un buen momento para decir que tengo miedo a los tiburones? —dice Nora angustiada, ignorando las caricias furtivas de D’Angelo.

—¿Qué? —pregunta divertido, olvidando ese momento de seducción—. En la piscina no hay tiburones.

—Lo sé… Sé que es tonto, pero… —Nora se despega lo suficiente para poder verlo cara a cara. 

Se le olvida todo lo que iba a decir cuando se da cuenta del calor que comienza a crecer entre ell

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