“Pero Lucía no le creyó.
Para Felipe, esto era un golpe devastador.
Pero también sabía que había sido él quien erosionó su confianza, solo podía culparse a sí mismo.
Lo había imaginado muchas veces en su mente, y aún entraba dentro de lo que podía soportar.
Inspiró hondo, y su voz, en lugar de vacilar, se volvió más firme:
“Te demostraré que lo que he dicho son verdades, Lucía. ¿Podrías darme una última oportunidad?“
El coche ya había entrado en el garaje y se había detenido. Lucía se desabrochó el cinturón y abrió la puerta con un movimiento brusco. Su tono era el de alguien harto de repetidas promesas vacías:
“Tráem el certificado de divorcio y luego demuestra lo que quieras.”
Sin esperar su reacción, caminó directo hacia el ascensor.
El tema había vuelto al divorcio, y Felipe comprendió, por fin, que su decisión era irrevocable.
Apretó los puños con tal fuerza que las venas de sus brazos se marcaron bajo la piel, pero no había salida para su angustia. Solo pudo seguir