PARTE UNO: VIDAS CRUZADAS

PARTE UNO: VIDAS CRUZADAS. 

CAPÍTULO CUATRO: MUY PRONTO EL ARREPENTIMIENTO LLEGA

En menos de quince minutos, Diego fue capaz de llegar a la casa donde la pequeña Fernandita ya debía de estarle esperando. Ni siquiera sabía con que se iba a encontrar, ni siquiera sabía cómo iba a poder frenar lo que sea que le estuviera pasando a su pequeña hija.

Al momento de llegar a casa, tuvo que doblar sus fuerzas para ver de frente con lo que se estaba enfrentando a esas horas dela madrugada.

—Hijo, hasta que llegas, Fernandita, no sé qué tiene, no sé qué le pasó, estaba bien, estaba durmiendo tranquila cuando de pronto comenzó a toser de esta manera, hijo, yo, yo no sé que hacer.

—Tranquila, señora Leticia, todo va a estar bien —dijo Diego acercándose a la niña.

Con dolor, con lágrimas en los ojos se dio cuenta que su hija estaba sufriendo de lo mismo que él no le podía quitar con el solo hecho de arrancar esa enfermedad  de ella.

—Mi niña, mi princesita, ¿cómo estás? —preguntó Diego ocultando lo aterrado que estaba por su hija.

Tosiendo, aún la niña fue capaz de verlo a los ojos. —Papá.

En ese momento en que Diego levantó la cabeza de la niña, Diego se dio cuenta que ella había estado tosiendo sangre, tal como la señora Leticia se lo había dicho.

Ya no había tiempo para que él se asustara o siquiera, tuviera la intención de hacerlo, su hija estaba en peligro así que sin pensar, tomó su mochila, una cobija y se llevó a la niña cargando.

—Espera, hijo, déjame despertar a mi hijo para que te lleve al hospital —dijo la señora Leticia.

Y justo como ella había dicho, la señora Leticia despertó a su hijo para que en el auto viejo que poseían llevaran a la niña al hospital lo más pronto posible.

Miles de veces Diego había pasado por eso, miles de veces visitando el hospital a altas horas de la noche y ninguna de esas veces le había hecho sentir menos dolor. Eso no era posible, ¿cómo una pequeña podía sufrir tanto?

            Con la cabeza baja, sin haber dormido un poco, con la preocupación siendo más fuerte por cada minuto que pasaba y nadie parecía tener noticias de lo que estaba pasando allá dentro.

Cinco de la madrugada y ahí, en la sala de espera la señora Leticia acompañaba a Diego mientras en sus piernas tenía dormido a su hijo, el mismo que le había hecho el favor a Diego de llevar a la niña al hospital. Aún Diego podía decir que contaba con gente buena en su vida.

— ¿Por qué no nos dicen nada? —Preguntó Diego como si la señora Leticia le fuera a dar la respuesta.

—Tranquilo, hijo, tranquilo, la niña estará bien.

Como si el cielo hubiera escuchado sus plegarias, la doctora de la niña caminaba ya hasta ellos. Inmediatamente él corrió a la doctora queriendo saber de la niña.

—Doctora, ¿cómo está mi hija?

El gesto de la doctora cambió. No sabía cómo decirle lo que estaba a punto de romper el corazón de Diego.

— ¿Qué pasa, doctora? —Exigió saber la señora Leticia.

—Lo siento mucho, Diego, la leucemia de la pequeña Fernandita está avanzando muy rápido, necesita un trasplante de médula lo antes posible.   

— ¿Qué? —Peguntó Diego con las lágrimas saliendo de sus ojos.

—Diego, la lista es muy larga, es muy difícil que encontremos un donador en el momento en que lo estamos necesitando.

—Entonces, dígame qué puedo hacer porque ni siquiera yo lo sé. ¿Cómo puede darme esta noticia tan tranquila? —Gritó Diego no sabiendo como desquitar lo que estaba sintiendo.

—Por favor, hijo, tranquilo, deja hablar a la doctora.

—El costo del tratamiento que ahora Fernanda necesita se ha elevado, dinero es lo que necesitamos, Diego. O dinero, o la donación de médula.  

¿Por qué todo lo malo tenía que pasarle a él? ¿Por qué todas las cosas malas estaban hechas para que los pobres las vivieran mientras los ricos lo podían comprar todo con dinero? Sin duda él nunca iba a lograr entender esa vida que le había tocado a él vivir y sobre todo, la pequeña Fernanda,  su hija. Nadie podía saber por el dolor que él pasaba al ver a su hija sufrir.

Una luz, una luz era todo lo que necesitaba en el camino. Una luz debía de encontrar.

            —Toma, hijo, tomate este café aunque sea, no has dormido nada —dijo la señora Leticia dándole un vaso térmico.

Habían pasado dos horas ya de la noticia más cruel que la doctora les había dado.

—No quiero nada, señora Leticia. Yo solo quiero que mi hija salga de aquí.

—Ya verás que con suerte, logramos juntar el dinero. Mi hijo ya fue a casa por el dinero que tenemos guardado.

Diego sonrió, no era su intención quitarles lo poco o mucho que tenían.

¿Cómo era posible que las mismas palabras que no había tenido ni un día de haber dicho eran las mismas que se iba a tragar? A su mente llegó aquel recuerdo de aquella mujer que le había ofrecido tanto por tan poco.

Si ella no le había mentido, si ella en verdad quería tener un hijo, seguramente Diego ya podría tomar una decisión. Solo una loca podía pedir lo que ella había pedido pero sería a esa loca a la que buscaría.

—Nos vemos más tarde, señora Leticia. —Dijo Diego dejándola ahí.

—Hijo, espera, ¿a dónde vas?

Sin contestar, Diego continuó su camino mientras marcaba en su celular el número de su patrona, la jefa del club.  

—Hola, Dieguito, ¿en qué te puedo ayudar?

—Señora, necesito el número de la señorita que ayer mandó llamarme. Tengo un asunto pendiente con ella.

            Siete de la mañana. Un despertador que sonaba, un celular que sonó un minuto después. Andrea no terminaba de despertarse y para ese momento alguien ya requería de su presencia.

Sin ánimos, Andrea contestó la llamada.

—Andrea Muriel, ¿si, diga?

—Señorita Andrea, habla el hombre del club de hace unas horas, Diego Cervantes, ¿es posible que podamos hablar del negocio?

Y de un solo salto, Andrea se levantó de la cama. Muy pronto el hombre se tragaba sus palabras.    

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