El rostro de Callum está pálido, desprovisto de color. Se moja los labios agrietados y dice: —Mi rey—, con voz ronca. Al intentar incorporarse cuando me acerco, fracasa y cae de nuevo en la cama. Noto la toalla mojada en su frente, y una bruja de agua a su izquierda parece estar sanándolo. Ella me hace una reverencia respetuosa, y yo la despido con un gesto.
—¿Cómo?— Pregunto, de pie al pie de la cama, apretando el dedo contra mi nariz para bloquear el olor acre de las hierbas curativas.
—Hice cabrear a una bruja—.
—¿Y ella te enfermó?— Levanto una ceja, sorprendido.
—Sí—.
—Hmm, no sabía que pod&iac