La luz del mediodía se colaba por la ventana. Ella disfruto de su jugo de naranja mientras una masajista le trabajaba los pies. Su esposo llegó en ese momento y soltó una imprecación. Su esposo no solía decir palabrotas y menos cuando había personas desconocidas en el lugar. Así que ella soltó un carraspeo y lo miró duramente.
—¿Se puede saber qué diablos te pasa? —Ella sí que jamás se controlaba para decir lo que pensaba con toda la entonación y palabras groseras.
—No pasa nada, luego te cuento. —Dijo él saliendo del cuarto que ella había terminado para hacerse los servicios de pedicura y manicura, así también como masajes y faciales. Su mansión tenía cinco habitaciones, una de ellas disponible para toda clase de servicios de estética.
Él murmuró algo al salir, pero