CAPÍTULO XXXI
Este se sorprendió por lo que dijo mientras el otro estiraba su mano en dirección a la niña intenando tocarla, era la viva imagen de ella, de su aún esposa.
No podía asimilar lo que veía, dudó por un momento si debía preguntar nuevamente.
— Ni se te ocurra poner tus sucias y asquerosas manos en Eliza, ella no merece esto.
Se apartó rápidamente de Andrés, quien se había quedado sin palabras, atónito al verla. Sandro caminó de regreso al auto apretando con demasiada fuerza el cuerpo pequeño y frágil de Eliza, mientras esta veía como de los ojos del hombre aún de pie junto la banca no paraban de brotar lágrimas.
— Pa…papi, e…estas lastimándome — dijo esta.
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