Una Nueva Oportunidad
Una Nueva Oportunidad
Por: Gipian
Prólogo

Cada vez que hay una noche de tormenta me despierto agitada y con el corazón a punto de salirse de mí boca mientras una angustia se deposita dentro de mí pecho y no me deja respirar. Han pasado seis años desde entonces y aún no puedo quitar de mí mente lo que ocurrió aquella vez.

Me abrazo a la almohada y trato de conciliar el sueño nuevamente, pero los recuerdos empiezan a bombardear mí mente y ya no puedo volver a dormir. Me levanto en medio de la oscuridad de la noche y camino por el corredor hasta detenerme en el umbral de la puerta desde dónde la observo dormir plácidamente, entonces me acerco despacio para no despertarla y luego de sentarme sobre el borde de la cama, dejo un beso sobre su frente.

—Te amo tanto mí pequeña —le susurré acariciando su hermoso rostro.

Después de arroparla bien y de ponerle el osito a su lado, bajé hacia la cocina en busca de un vaso de agua. De vuelta a la sala, tomé la correspondencia que estaba sobre la mesa, la cuál, llegó está mañana y por salir apresurada hacia el trabajo no tuve tiempo de revisar.

Me senté en el sofá para revisar la gran cantidad de correspondencia, de las cuales, el 90 por ciento eran facturas a pagar y el otro 10 por ciento eran publicidades inútiles. Las hojeé una por una soltando un suspiro de frustración hasta que llegue al final y luego las dejé sobre la mesa del living.

Me quedé en silencio en medio de la obscuridad de la sala pensando en que habría sido de nosotras si las cosas se hubiesen dado de otra manera. Si él no nos hubiese rechazado, quizás nuestra realidad sería completamente diferente ahora.

A la mañana siguiente me levanté temprano como todos los días, me di un largo baño de agua caliente ya que había dormido muy poco y sentía mí cuerpo extremadamente pesado. Al salir de la ducha busqué un atuendo formal dentro del armario ya que mí trabajo requiere seriedad; y después de vestirme y maquillarme, me dirigí hacia la habitación de mí bebé para despertarla.

—Arriba dormilona —ella frunció sus ojitos y después se tapó la cabeza con el edredón —. Levántate que vas a llegar tarde al kinder, ¿o acaso quieres que la señorita Lily te regañe?

Apenas oyó lo que dije se sentó sobre la cama como un resorte, cosa que me hizo sonreír.

—No quiero que ella me regañe —extendió los brazos para que le quitara la piyama —. Cuando la señorita Lily se enoja, da mucho miedo —me dijo con un tono dramático.

—Entonces no la hagas enojar —le respondí, sabiendo que la maestra en realidad, es un pan de dios.

Después de colocarle la ropa y peinarla con un hermoso listón, ambas fuimos a la cocina para desayunar. Yo previamente había dejado los panes en la tostadora, solo me bastaba untarles mermelada y servirle un vaso de leche tibia. Para mí, solo serví una taza de café que acompañe con una tostada sin nada. Apenas terminamos de desayunar, Sky tomó su mochila, yo tomé mí maletín y luego ambas fuimos hacia el garaje en busca del automóvil.

De camino al kinder, mí pequeña y yo fuimos cantando todo un repertorio de canciones infantiles como solemos hacer a diario. Diez minutos después ya estábamos frente a la escuela en donde nos esperaba su maestra.

En cuanto la bajé del automóvil, ella me dió un beso y un abrazo para después correr hacia los brazos de la señorita Lily.

—Adiós mamá —me gritó desde la acera mientras agitaba su pequeña manito.

—Adiós, bebé. Te veré en unas horas —le lancé un beso y ella correspondió haciendo lo mismo.

Me monté al vehículo y fui directo a la empresa para comenzar un nuevo día de trabajo. Ni bien entré al edificio de la compañía saludé amablemente a la recepcionista y seguí mí camino hacia el ascensor. Al llegar al último piso donde está mi oficina, me encontré con mí jefe, el señor Montenegro, el cuál estaba acompañado de otro hombre más joven que estaba de espaldas.

—Jenna, ya estás aquí. ¿Mira quién regresó? —me dijo mí jefe en cuanto me vió.

Aquel hombre que estaba de espaldas se fue dando la vuelta de a poco dejándome totalmente perpleja en cuanto vi su rostro... Era él, Hugo Montenegro había regresado.

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