Una Niñera para el CEO
Una Niñera para el CEO
Por: Sofía de Orellana
Prefacio

Si hay algo que en verdad le molesta a Giselle es tener que correr.

Toda su mañana estaba planificada, organizada, pero esos imprevistos que detesta le arruinaron su día perfecto.

Ahora le tocaba irse lo más rápido posible a su cita con el senador Smith, quien había despejado su agenda para recibirla y oír su propuesta de relaciones públicas, todo orientado para mejorar su imagen, luego de los escándalos dentro del partido.

Revisa su correo, busca la dirección, la ingresa en el GPS e inicia la ruta para el encuentro con el senador.

El semáforo la detiene en una intersección que se ve casi desierta y su teléfono suena, responde solo porque es Tomy, su asistente y debe ser muy importante.

—Señor Joules.

—Señorita Sparks, acaba de llegar un correo de Lucy Hunter…

—¿Lucy Hunter? ¿La dueña de Hunter Security Solutions? —le pregunta sin esconder su sorpresa—.

—Ella misma, quiere reunirse con usted lo antes posible.

—¿Le respondiste que lo antes posible es en una semana?

—Sí, pero insiste en que quiere verla pronto, al parecer es… muy urgente.

—Mira mi agenda, ve a quién podríamos mover —mira a todos lados antes de doblar en una calle que no tiene semáforo, pero que tiene una señalética de “pare” en la calle que intercepta la ruta por donde viene—. En especial los clientes ya concretados, esos pueden esperar unos días, porque solo es para retroalimentación…

Un golpe seco impacta su vehículo, no sabe de dónde salió aquel auto, solo sabe que es otro contratiempo en su apretado día.

* * *

En otro lado de la ciudad, Max corre a su auto, porque tiene poco tiempo para llegar a la oficina. No tiene nada inmediato, sin embargo, su madre lo ha citado al mediodía y no puede llegar impuntual, porque no le gusta hacer esperar a la mujer más importante de su vida… y porque si llega tarde le halará las orejas.

Prácticamente salta al auto y comienza a comerse la ruta con una velocidad algo sobre la norma. Afortunadamente, las calles se ven vacías y no hay probabilidades de impactar…

Pero un Audi RS Q8 se le cruza, trata de frenar, pero está muy encima y termina impactando con el auto, las bolsas de aire se activan y lo dejan algo aturdido.

Giselle siente que le duele todo instantáneamente, pero se le pasa cuando se da cuenta que un BMW Z4 se ha pasado la señalización. Se baja realmente molesta, tira la puerta y camina con furia con la intención de enfrentar al tipo.

Porque es obvio que es un hombre.

Y así es.

Cuando ve que la figura de un hombre alto… muy alto, se baja del auto escarlata, ataviado con un traje de diseñador, de mirada penetrante, pero algo aturdida, siente que le tiemblan las piernas.

—¿Está bien, señorita?

—¿Que si estoy bien? ¡¿Qué si estoy bien?! ¡¡Te pasaste el alto, idiota!! ¡¡Tengo una reunión super importante y no voy a llegar a tiempo por tu causa!!

—Oye, loca del camino —le dice Max acercándose a ella, pero Giselle no se intimida—, ¿tu mamá no te enseñó a mirar a ambos lados antes de cruzar?

—¡¿Y tu papá no te enseñó a manejar?!

—Mira, no tengo tiempo para discusiones, pasémonos los datos y que los seguros se encarguen de todo.

—¡¿Los seguros?! Querrás decir el tuyo, porque yo no fui quién se pasó la señal, yo iba bien en velocidad…

—Pero no miraste a los lados… ¿y si soy un doctor que va a una emergencia? —Max se acerca un poco más a ella y Giselle queda prendada de esos ojos, pero mueve la cabeza para despertar y lo empuja.

—Aléjate de mí… debes ser uno de esos hombres que soluciona todo haciéndose el galán con la damisela en peligro.

—Tú no eres una damisela en peligro —le dice riéndose.

—Y tú no eres galán, un patán es lo que eres —saca su tarjeta y se la pega en el pecho con fuerza, Max le sostiene la mano unos segundos para recibir la tarjeta y ese leve contacto lo asusta, porque es como si todo su cuerpo reaccionara a ese pequeño cuerpo delicado—. To-toma mi tarjeta, me llamas, no puedo seguir perdiendo mi tiempo contigo.

—¿Y si no te llamo?

—Tengo tu placa aquí —le dice señalando su cabeza—. Más te vale que llames.

Lo sentencia con su dedo índice, mientras camina a su auto, se sube y se mueve con dificultad, para seguir el rumbo a la casa del senador. Le entra una llamada de un número privado y sabe de quién es, por lo que responde de inmediato.

—Senador Smith, tuve un percance, pero estaré allí en menos de diez minutos según el GPS.

—Señorita Sparks, la creí más seria.

—Lo siento, un auto me chocó, se pasó la señalética… pero ya voy llegando, el tráfico está expedito.

—Espero que sea cierto, porque mi tiempo es valioso y una excusa como esa no me parece agradable.

—Yo no tendré que decir ni media palabra, mi auto hablará por sí solo.

El senador corta la llamada y Giselle se sonríe burlona por la poca empatía del hombre.

—Viejo estúpido, con razón necesitas urgente que me haga cargo de tu imagen… «espero que sea cierto», como si chocar fuera una excusa de todos los días.

Continúa el viaje, sin dejar de pensar en ese hombre, en la sensación que le provocó poner su mano en el pecho duro de aquel dios griego. Pero, sobre todo, pensando que esa cara la conoce, que en algún momento la vio y algo le dice que verlo como un dios es una terrible idea.

Mientras que Max se ha quedado parado allí, con la tarjeta de la chica y una sonrisa boba.

—Esa es la mujer que quiero para mí, ¿dónde te encuentro… —mira la tarjeta y sonríe—, Giselle Sparks? Este debe ser mi día de suerte…

Porque precisamente esa era la empresa que su madre quería contratar para que se haga cargo de mejorar su imagen de empresario.

Se sube a su auto y sale de allí, marcándole a su madre para decirle que llegará un poco tarde por un imprevisto que ha tenido.

Su mente no deja de irse a la chica rubia, pequeña y bella. Exuda inteligencia y fuerza, algo que no se encuentra en una mujer desde… ella.

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