–
El destierro
como salvación.
Los pájaros canturreaban, dichosos de poder presenciar el alba de la mañana, mientras el sol hacía acto de presencia, iluminándolo todo a su paso.
En un bello claro, junto a las colinas del sudoeste de Inglaterra, en el condado de Gloucestershire, había una hermosa casita, sobre la más alta de las colinas, que tenía un pequeño cercado alrededor, algo totalmente diferente a lo que solían tener las casas por allí.
La puerta de la casa se abrió y una bella mujer de unos 50 años salía al porche, desperezándose, abriendo los ojos para mirar hacia el bello lugar que tenía delante.
Se sentía en paz en aquel hermoso lugar, no había ningún lugar en el mundo en el que quisiese estar más que allí, ni siquiera en su antiguo hogar, donde había dejado atrás a sus hermanas.
Recién ahora apreciaba aquello con claridad, ser desterrada de su hogar, años atrás, parecía haber sido su salvación, pues gracias a ello había conocido al padre de sus hijos, a su marido, al gran amor de su vida, aquel que jamás pensó volver a encontrar.
Se sentó sobre la pequeña mecedora, frente al paisaje, y comenzó a pensar en lo acontecido años atrás, antes de que tuviese todo aquello, antes de que su marido llegase a su vida, cuando no era humana, tan sólo una simple sirena.
Recordaba aquella noche, la noche en la que la diosa la desterró por haber ayudado a aquella a la que protegía con su vida...
“Amethist, pegada al muro de piedra que la separaba del mar, de sus hermanas, de su propia madrina, intentaba salir de aquella cárcel en la que la diosa la había encerrado. Mientras Marina, levantaba ambos brazos y los posaba sobre la roca, intentando llegar hasta su amiga. En ese justo instante, el muro desaparecía, haciendo que la joven cayese sobre su amiga y se convirtiese en el ser que era, una sirena.
Se levantó de la mecedora, mientras una lágrima aparecía en su rostro, ante la idea de no volver a ver a su amiga nunca más.
Llevaba años en aquel lugar, aquel que había sido su hogar desde que había recuperado sus piernas, desde que se había vuelto humana. Estaba agradecida con los cielos, por haberle dado una nueva oportunidad, por haberle dado dos hijos maravillosos y un esposo al que idolatraba, pero, aun así, no podía dejar de lamentarse por lo que dejó atrás.
Unos pasos la hicieron salir de sus pensamientos, haciendo que volviese la vista hacia la puerta principal, donde un joven de unos 23 años aparecía.
Capítulo 3
–
Un paseo
por el océano
En aquella nublada tarde que amenazaba con tormenta, las olas, furiosas arremetían contra las rocas, cerca de los arrecifes. Los pájaros huían de la inminente tormenta, temerosos de que esta les cogiese antes de haber encontrado resguardo.
Sobre una de las rocas había una bella joven, sentada sobre ella, con su larga cola metida dentro del agua, sintiendo el fuerte viento sobre su rostro, que movía de forma espeluznante sus cabellos hacia atrás, y mecía sus pechos desnudos.
Parecía totalmente absorta en sus pensamientos, pues ni siquiera se había percatado de los truenos que sonaban a su alrededor. Miró hacia el cielo, hacia aquellas nubes negras, mientras una lágrima de tristeza salía al exterior, al recordar su desdichada suerte y lo que había perdido. La lágrima recorrió su rostro despacio, pero antes de que hubiese caído al mar, la muchacha la agarraba, admirando como casualmente se había convertido en una hermosa gema esmeralda y la guardaba en un pequeño bolsito que colgaba de su cuello.
Subió la cola hacia la roca, admirando como poco a poco esta se escurría, como sus membranas desaparecían y el bello tono verde desaparecía para volverse color carne, como sus piernas se hacían partícipe, pero duró poco, pues en ese justo instante, la lluvia comenzaba a empaparla, haciendo que su cola y sus membranas volviesen a aparecer.
Volvió la mirada hacia la costa que podía vislumbrar a lo lejos, aquel lugar donde se despidió una vez de su mejor amiga, Marina.
Sonrió al recordar su rostro junto a aquel hombre al que vio con ella tantas veces, tantas cuantas la había visitado, aunque siempre desde la lejanía, sin atreverse a acercarse, pues sabía que no la reconocería, sabía que la diosa le habría quitado sus recuerdos sobre su vida en el mar, así que de nada serviría acercarse y desorientarla.
Se introdujo en el mar, dejando todo su dolor atrás, dejando los pensamientos sobre su amiga en la superficie y a aquel al que una vez amó, lejos de sus pensamientos, mientras se acercaba al fondo, admirando como algunos pequeños peces buscaban algo que comer.
Al mismo tiempo que recordaba la conversación que había tenido con aquel ser de la superficie:
“- ¿Dónde puedo encontrar …? – preguntaba ella, con ganas de saber dónde se encontraba su última lágrima, aquella que llevaba tanto tiempo buscando, mientras el duende sonreía hacia ella, con malicia.
Ese era su nuevo destino, encontrar aquella lágrima, una vez que la tuviese en su poder no volvería a desobedecer una orden directa de la diosa, sería una buena sirena y se quedaría en aquel lugar para siempre, incluso olvidaría con el tiempo a aquel al que amó, y aceptaría su destino de ser una sirena durante toda la eternidad.
Pero lo haría, rompería las reglas del mar una vez más, iría a ese mercado de Londres y recuperaría aquello que una vez fue suyo.
“Nunca volveré a pisar tierra después de esto” – se aseguraba a sí misma.