Thomas no pudo esperar en la entrada del bar a que su Ángel saliera porque el idiota de su jefe había puesto a un grandulón que no le quitaba la mirada de encima. Frustrado, caminó hacia la esquina, cuando se cruzó con el coche de Bruno que justo se había detenido en el semáforo.
-Hola guapo ¿Cuánto por una noche contigo?- bromeó el joven cuando bajó la ventanilla de su coche y se asomó hacia la calle.
-Idiota, déjame entrar- ordenó.
Bruno quitó el seguro y su jefe entró en el asiento del copiloto- ¿Que hacías en la calle a esta hora?
-Solo quédate estacionado aquí hasta que yo te diga- ordenó inclinándose en su asiento sin dejar de ver el bar desde el espejo retrovisor de su lado.
Bruno enarcó una ceja confundido, hasta que entendió lo que estaba ocurriendo- ¿A quien esperas? Pareces desesperado.
Thomas gruñó pero no contestó- ¿Es esa chica tan especial? ¿Por qué no entras y la buscas como una persona normal?
-Me prohibieron la entrada- La confesión hizo reír a carcajadas a Br