|1: El inicio de todo|

Antes de que la guerra dorada comenzará, todo era muy tranquilo en Veranes, incluso aquella noche cuando el reloj marcó las doce y un llanto de bebé resonó en una pequeña casa en el lugar donde habitaban las brujas.

La noche era helada, tan oscura como nunca antes había estado y tan nublada por las espesas nubes grises, las cuales bajaron de los cielos sólo a presenciar lo que años después sería un problema para Veranes.

Desgraciadamente esa noche mientras una vida surgía otra caía, la mujer no soportó el parto por más que sus compañeras las ayudarán tanto con magia como de la manera tradicional. Sus intentos fueron en vano, puesto que su compañera pronto se fue al salir el primer llanto de la bebé.

La mujer como toda bruja fue consagrada para su descanso eterno, y sin más remedio sus compañeras criaron a la bebé para honrar la memoria de la que una vez fue su amiga y hermana. O al menos lo intentaron por un tiempo hasta que se rindieron.

Para las brujas no era fácil, puesto que ninguna tenía experiencia cuidando bebé. A diferencia de su difunta amiga, ellas no querían bebés en ese momento por el simple hecho de que aún eran jóvenes y aún no se sentían preparadas para hacer tal cosa. Por ello ninguna de las tres sabía exactamente qué hacer con un bebé, por suerte para ellas la líder de su aquelarre sí que lo sabía, ya que tenía dos hijos.

-Quisiéramos hacer más, se lo juro. Pero no creo que estemos preparadas para una responsabilidad tan grande, mi soberana. -fue todo lo que dijeron en justificación a su líder.

-No se preocupe, yo sabré cómo proseguir. Espero que este infortunio que presentaron les quede como lección de lo que no hacer estando tan jóvenes, señoritas. -las mujeres asintieron dándole toda la razón.

-Le puedo jurar que de mi parte no cometeré el mismo error que cometió mi compañera al meterse con un joven que la embarazó y desapareció. -dijo rápidamente una de las tres.

-Eso espero. -dijo severa esperando que fueran cierto su juramento. La soberana sabía que unas niñas no podían tener una responsabilidad tan grande como un bebé, más que todo por el parto. Les deseaba lo mejor a cada una de sus brujas pero no todas sabían escuchar sus consejos y reglas.

Sin más, los años pasaron para la bebe que tiempo después se convirtió en una hermosa niña de ocho años.

-¡Agnes! -la niña que sostenía en su mano una mariposa muerta no hizo caso al llamado de su soberana, en cambio, siguió con lo que estaba haciendo. En su mente recitaba las palabras correctas una y otra hasta que la mariposa comenzó a volar de nuevo. -¡¡Agnes, ven rápido!!

La niña contenta por su logro decidió hacer caso a los llamados constantes de su líder. Corriendo a toda velocidad se adentro a la casa donde rápidamente encontró a la mujer que había cuidado de ella toda su vida en el suelo sangrando.

-¿Qué sucedió? -preguntó confundida, con pasos seguros se acercó.

-Me altere y el cuchillo solo voló a mi estómago -explicó la mujer casi sin aliento.

-¡Oh! -la niña últimamente ya estaba acostumbrada a esas situaciones, ya que eran más regulares de lo que debían. -ya te ayudo. -la pequeña se acercó a su abdomen y sin titubear colocó sus pequeñas manos en la herida la cual sanó luego de ella murmuró unas cuantas palabras en el idioma de las brujas.

La mujer no entendía qué era lo que le pasaba, más de una vez le había pasado el herirse sin intención. Ella se lo atribuía a la vejez, ya no era tan joven como años atrás aún así algo dentro de ella sabía que algo más pasaba.

-No entiendo que es lo que sucede, de momento estoy bien y al otro solo sucede -agregó agotada.

Ella no lo entendía, pero Agnes sí que lo hacía.

°°°°

En Veranes todo estaba perfectamente estructurado, incluso las escuelas. Pará Agnes era realmente tedioso tener que cambiar de escuela solo por ser adolescentes, tal vez se debía por las miradas que llegaba a robar en cualquier lugar que la ponía realmente irritada.

Cuál fuera el caso, no le gustaba para nada el lugar. Ella no lo entendía realmente, ¿por qué mezclarse todos? No le agradaba la idea de tener que estar con otras especies aprendiendo exactamente lo mismo. «nosotros somos superiores» Agnes siempre se repetía lo mismo, para ella era imposible verse como un igual a los demás.

En su mente las brujas eran superiores en todo, podían con todo y todos si así lo querían. Lástima que ninguna se animaba a demostrar de lo que verdaderamente eran capaces. De todas las especies que habitaban en Veranes y los que realmente para ella eran repudiables; eran los humanos. Los veía tan insignificantes y frágiles al no tener ninguna habilidad, que cada que podía los humillaba o los hacía sufrir de maneras impensables.

No obstante, bien dicen que el Karma existe. Pará Agnes los humanos eran la peor escoria que había ante sus ojos, no los soportaba y muchas veces sus juegos llegaban extremadamente lejos. Sin embargo, nada de sus pensamientos evitó que cayera ante un humano común.

Vik, no era nada diferente a los demás humanos. Pero eso no evitó que algo en él atrajera a Agnes, para ella no fue nada difícil que él cayera ante ella puesto que sabía perfectamente el efecto que tenía en los hombres.

Ante todo pronóstico y una vez fueron mayores de edad, se casaron y consumaron su amor bajo la fría mirada de la luna y el inmenso bosque de testigo.

Tiempo después, la noticia de que un bebé crecía dentro de Agnes los tomó por sorpresa. Sin embargo, no lo tomaron a mal. Por el contrario, su felicidad por fin se sentía completa ante la noticia.

Pero bien dicen que la felicidad no es para todos, y que pronto aquellas pizcas de felicidad llegan a su fin en cualquier momento.

Un par de meses después de la noticia, Vik tuvo que salir y adentrarse al bosque por leña para mantener caliente su hogar, mientras la cortaba un ruido extraño sonó detrás de él alertándo lo enseguida.

-¿Hay alguien ahí? -preguntó casi en un grito. En respuesta una figura más grande y robusta que la de él se comenzó a distinguir entre la escasa luz del lugar.

-¿Necesita algo? -inquirió sin miedo a lo que sucedía.

Vik estaba tan acostumbrado a las otras especies que ya no les temía más que todo porque sabía que ellas no les harían nada.

El hombre que estaba escondido entre los arbustos salió de repente, su rostro desfigurado fue lo primero que distinguió Vik, seguido de la sangre en su ropa y ojos desorbitados.

-Pero ¿qué...? -sus palabras fueron sustituidas por sus gritos en cuestión de segundos, en cuanto la bestia con cuerpo de hombre lo atacó de la nada sin darle tiempo a nada. Hasta el último segundo Vik no entendió nada, y lo último que vio fue otro hombre detrás del que lo atacaba sin piedad, sonriéndole con satisfacción ante la escena.

«Gris» fue su último pensamiento.

°°°

Para Agnes ya era extraño que su esposo no llegará, ya llevaba más de cinco horas desde que se había ido y aún no regresaba.

Angustiada y con un mal presentimiento en el pecho, se adentro en el bosque sola. Una hora le llevó encontrar el cuerpo de lo que una vez fue su esposo y el que iba a ser padre de su futura hija tirado en el suelo.

-No, no, no. ¡¡Vik!! -grito asustada.

Llorando desesperada se acercó y tomó su cuerpo acercándolo a su pecho.

-¡No te puedes ir, no me puedes dejar sola en este momento!

Con desespero comenzó a murmurar hechizos que lastimosamente y por primera vez para ella no funcionaron, el alma de su esposo ya no se encontraba lo que significa que no podía salvarlo por más que lo intentara. Sus manos y rostro estaba manchados por su sangre, puesto que de su cuerpo no paraban de salir tenía múltiples heridas por todos lados.

-¡¡¡Vuelve Vik, por favor no me dejes sola!!! -suplico sin soltar su cuerpo.

Con todo él dolor en su corazón vio a su amor más grande ser enterrado dos días después, y un día después su constante llanto y gritos ocasionaron que su panza comenzará a doler de manera insoportable.

Sus parteras ya presintiendo lo que se avecinaba atendieron el parto aún con las bajas probabilidades de que saliera bien.

Cinco horas de parto después una pequeña de cabellera negra logró nacer, Agnes aún con su bebé en brazos no paraba de llorar porque no dejaba de pensar en su esposo y la historia de su nacimiento que una vez su líder le contó.

«Una vida cayó, y otra surgió»

A diferencia de su madre su esposo no había huido, sin embargo, alguien importante para ella había partido dándole paso a la nueva vida.

Para Agnes ya la maternidad no la veía igual a lo que había idealizado, se negó a ser la madre que se suponía y tenía que ser para su pequeña. La idea de años atrás de que nadie tenía más poder que una bruja revivió en ella junto a una sed de venganza abrumadora.

Para su suerte por más que buscaba alguna explicación a lo que había sucedido, nada parecía encajar. Los clanes eran bastante estrictos y explícitos a la hora de enseñar a su gente que todos tenían que estar en paz entre las otras especies, la violencia era algo que en Veranes era severamente castigado sobre cualquier cosa, asique era casi imposible que alguna especie hubiera matado intencionalmente a su esposo.

Hay personas que en vida nos pueden cambiar para bien, pero que en su ausencia pueden cambiar todo para mal. Agnes ya no era la misma, la frialdad que una vez la caracterizó había regresado con más peso que antes.

Mientras que los días, semanas y meses pasaban uno tras otro, Agnes se fue encerrado más a todo y todos. La idea de que alguien había matado intencionalmente a su esposo crecía con más fuerza cada día, y con ella las ganas de querer explotar sus dones.

Sin darse cuenta, dieciocho años pasaron ante ella sin siquiera notarlo y no fue hasta esa mañana que noto algo extraño en su hija.

-¿Te encuentras bien? -preguntó tomando por sorpresa a su hija.

-Si, sólo necesito dormir un poco. Estos días no lo he hecho bien por estar estudiando, pero no te preocupes no es nada grave -Aclaró con una sonrisa poco creíble para su madre, los siguientes días Agnes puso mucho más atención de lo que alguna vez le dio en toda su vida a su hija, y lo que vio no le gustó para nada.

Su hija ya no lograba retener comida sólida, sus ojeras estaban muy marcadas, su delgadez no era la normal que había visto antes y su bajón de energía la alertaron.

Temiendo perder a su hija puso en práctica todo lo que en esos años de ausencia del mundo había aprendido, sin embargo, nada lograba funcionar.

El pánico comenzó a abarcar a la mujer que temía cada vez más por la vida de su hija, no obstante, en su último intento logró saber que era lo que verdaderamente le sucedía.

-Estás embarazada -musitó incrédula.

-Y-yo, no... -las palabras de su hija quedaron a medias al no poder ni hablar por su constante tos.

-¿Quién es? -su voz sonaba suave, pero por dentro hervía en furia.

-No... -sabiendo qué no podría ni diría nada, se adentro a sus más profundos recuerdos. La imagen de un joven vampiro apareció rápidamente en sus recuerdos, sin necesitar más salió de su mente y se fue a toda velocidad de su habitación.

Más tarde toda Veranes sabía que Agnes desesperada buscaba al joven, el cual su propio clan escondía encontrá de su voluntad. Cada clan tenía la estricta regla de protegerse unos a otros sin importar sus acciones, y eso era exactamente lo que estaba haciendo el clan de los vampiros. Proteger a los suyos, cada uno de ellos eran conscientes de lo que su compañero había hecho, sin embargo, no lo iban a echar a la horca. Al menos no sin antes pelear.

Al pasar los días la ira de Agnes crecía, y la del joven de que estuviera pasando igual. Él sabía perfectamente las consecuencias de lo que podía pasar, pero no le importo. El amaba a Anne y por ella no iba hacer un cobarde al esconderse cuando más lo necesitaba.

Tomando desprevenido a sus castores en un momento de descuido de su parte, él joven logró salir del lugar donde lo tenían prisioneros.

Y con el miedo latente se enfrentó a la madre de la mujer que amaba, la ira de Agnes cayó sobre él tal y como lo esperaba; doloroso y certero.

El amor te puede llegar hacer locuras, esas palabras eran más que verdaderas para Agnes. El amor por su esposo la llevó a encerrarse y buscar un culpable por su muerte, y el amor por su hija la llevó a comenzar lo que años después llamarían la guerra dorada.

Por más que quisiera engañarse pensando que la culpa era del joven, en el fondo sabía que no era cierto. Ella había fallado como madre, no había estado para ella todos esos años. ¿Y la consecuencia de ello? Ver a su hija partir tal y como vio a su esposo hacerlo años atrás, ¿y lo peor? Que ahora tenía frente a ella una guerra la cual no sabía cómo manejar y una nieta que no quería ni ver.

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