Capítulo 2. Pongamos unas reglas

     Daniel levantó su mandíbula tensa, estuvo a punto de decirle algo, pero el asistente de su padre se aclaró la garganta en señal de que alguien venía, lo único que le quedó por hacer, es ignorar la amenaza de Carolina.

    —Has llegado. —la voz de su padre le hizo ver más allá de la mujer, el padre de Daniel parecía estar aliviado al ver a su hijo hablando con Carolina, se notó la tensión entre ellos dos.

    —Sí, —dijo Daniel, pero luego miró a la mujer frente a él que pareciera disfrutar lo que ha dicho anteriormente. —…disculpen mi tardanza.

    Carolina se cruzó de brazos y arqueó una ceja.

    —Espero y sea la última vez, Daniel—él apretó de nuevo, pero con más fuerza su mandíbula. —No quiero imaginar si llegas tarde a nuestra boda. ¿Qué dirá la gente? —sonó sarcástica.

    —Que soy un hombre ocupado. —replicó Daniel ya irritado.

    —Bueno, bueno, bueno, déjense de querer arrancarse los ojos, los invitados esperan en el jardín trasero. Más te vale Daniel mostrar interés en esto, no me hagas hacer algo que no quiero. —Carolina se giró para dirigirse por el pasillo hasta el jardín, Daniel la miró como contoneaba sus caderas y ese vestido que a simple vista resaltó su trasero.

    El padre de él, notó en dónde estaba la mirada, Armando sonrió y le propinó una discreta palmeada en la mejilla en su hijo, atrayendo la mirada en él.

    —¿Esa es la mujer con la que quieres casarme? Me ha amenazado con cortarme los dedos y terminar con mi virilidad.

    Armando soltó una carcajada, al terminar, vio que su hijo no le causó risa.

    —No es gracioso. —Daniel soltó un bufido empezando a cabrearse.

    —Mira, —Armando puso la mano en el hombro de su hijo. —Este matrimonio es un negocio, lo sabes, ella lo sabe, y nosotros lo sabemos y, para el resto, serán una de las parejas más poderosas, ya lo hemos hablado, Daniel. Todos ganamos.

    Daniel estuvo a punto de poner los ojos en blanco, pero sabía que delante de su padre, era una falta de respeto y le metería un golpe como cuando era joven.

    —Bien. —contestó Daniel, Armando le hizo señas para que caminara con él hacia el jardín. Al llegar al jardín, se quedó sorprendido por la gente que llenó el lugar. —¿Dónde está la cena discreta e íntima? —se quejó Daniel.

    Armando le hizo señas de que lo siguiera, llegaron al grupo de empresarios, saludaron y recibió las felicitaciones por su próxima boda. Después de la charla, Daniel necesitaba alcohol y, mucho, se aflojó la apretada corbata y eso le hizo recordar el encuentro con Carolina, pensó que haría algo para hacer que se tragase sus palabras y si la asfixiaba, que de una vez le ahorrara el drama de la boda.

    —Tequila—pidió con exigencia al bartender que atendió la barra en ese momento, Carolina escuchó la plática de las esposas y prometidas de varios empresarios, dio un trago a su vino rosado, soltó un discreto suspiro y miró alrededor, en la barra vio a Daniel tomando de un solo trago su bebida, esta, alzo sus cejas, no necesitaba un espectáculo de un borracho delante de todo el mundo.

    —Las dejo, iré a buscar a mi prometido. —las mujeres asintieron, Carolina caminó hasta la barra, le pidió al bartender una botella de agua y un vaso de cristal con hielo, en lo que le entregaba su pedido, se acercó a Daniel. —¿Quieres una botella de tequila? Así puedes ir a perderte y beberla tranquilo sin que nadie te esté mirando.

    Daniel apretó su mandíbula, se giró para quedar frente a ella, se recargó en la barra y ladeó su rostro.

    —¿Tan amargada eres? —Carolina no dijo nada, solo lo miró de una manera irónica.

     —¿Qué te tiene así que necesitas tanto alcohol? —Daniel agarró el tercer caballito de tequila e hizo un brindis en silencio en dirección a ella y de golpe se lo tomó, cerró los ojos disfrutando el ardor en su garganta, al abrirlos, observó a la mujer delante de él, su mirada bajó a la abertura de sus pechos, luego esa piel desnuda hasta su cuello, ella se dio cuenta, le hizo señas con sus dedos de que levantara la mirada y la viera a la cara.

    —¿Qué me tiene así? Pues, que me están obligando a casarme con una mujer a quien no he visto en dos jodidos años, que cuando la vi en esas dos ocasiones, era una sumisa remilgada, que cuando me dijeron que me casaría con ella por negocios, pensé qué te quitaría finalmente lo sumisa, pero…—Daniel sonríe—…creo que alguien más lo ha hecho.

    Carolina abrió sus ojos aceitunados más de lo normal, escuchó al bartender llamarla y entregarle su pedido, regresó la mirada a Daniel quien no podía dejar de mostrar su sonrisa perfecta, ella sonrió, alcanzó el vaso y la botella de agua, se acercó a Daniel, quien borró su sonrisa por la cercanía de Carolina.

    —Efectivamente, alguien más lo hizo y, no te imaginas como lo disfruté. —el tono seductor que uso ella, hizo que Daniel tensara su mandíbula, Carolina le guiñó el ojo, luego alcanzó el caballito de tequila que le acababan de poner a Daniel, lo reemplazó por el vaso de cristal y vació la botella de agua.

    —Veo que eres muy distinta a la que conocí años atrás.

    Carolina lo miró.

    —Y tú sigues igual.

    Daniel sonrió.

    —No, me ha crecido un poco más que la última vez. —Carolina entrecerró sus ojos.

    —Espero que sea tu cabello, —ella levantó su mano y con sus dedos acarició el cabello de Daniel, él se tensó, hizo un movimiento para que dejara de tocarlo.

    —Te pediré que no me toques a menos que sea necesario.

    —Es necesario, tenemos a todo mundo viendo nuestros movimientos, deduciendo si nos vamos a casar porque estamos enamorados…

    —Me importa un carajo lo que piensen los demás, Carolina.

    —Pues esta noche y cuándo sea la boda debe de importarte, ya cruzando del otro lado al matrimonio, puedes hacer lo que se te pegue la maldita gana. —Daniel levantó su mano y con sus dedos atrapó la barbilla de Carolina.

    —Vaya, vaya, hasta la boca se te soltó en este tiempo, ¿Puedes decir más palabras así? Deberías y practicando para nuestra luna de miel. —Carolina se soltó sutilmente del agarre, sirvió el agua en el vaso de cristal y se lo entregó a Daniel.

    —Te necesitamos sobrio en esta noche, ya sabes, tienes fama que cuando te emborrachas a lo animal, haces unas escenitas que cualquier televisora te contrata para hacer sus novelas. 

     Daniel se tensó.

    —Eso fue hace años atrás. —dejó el vaso sobre la barra, iba a tomar el caballito de tequila, pero Carolina fue más rápida, se lo tomó de un trago, agitó su cabellera negra, Daniel no pudo evitar no ver sus pechos moverse de un lado a otro, se llevó su mano para tirar de su pantalón para acomodar el creciente bulto que le estaba provocando la mujer frente a él.

    Carolina sintió el ardor deslizarse por su garganta.

    —Listo. —ella miró al bartender. —Nada de alcohol a mi prometido. —el hombre asintió, luego miró a Daniel, quien estaba rojo, rojo cabreado por dejarlo en ridículo frente al bartender. Daniel atrapó el codo de ella cuando vio la intención de marcharse, ella jadeo de sorpresa cuando de un movimiento la pegó a su cuerpo, miró de manera fugaz a su alrededor, luego miró a Carolina.

    —Más te vale que frente a los demás dejes de intentar mostrar una imagen mía de un sumiso, de un hombre que se deja mangonear por la mujer, porque ambos sabemos que estoy muy lejos de ser eso.

    Carolina lentamente acercó sus manos a su cintura, él se tensó, intentó alejarse, pero ella fue más rápida, él sintió sus dedos aprisionarse por encima de su camisa de vestir, la vena de su cuello resaltó, Daniel, estaba muy cabreado.

    —Deja de llorar por todo, García. No intento nada delante de nadie, solo estoy cuidado que no me hagas un cagadero, que arruines mis planes.

    —Aquí están. Hijo, ¿Por qué no has buscado para saludar a tu padrino? —el padre de Carolina se acercó a ellos, ella lo soltó y se puso a un lado, Daniel abrazó a su padrino y se dieron un apretón de manos.

    —Su hija que no me suelta... —dijo Daniel mirando a Carolina quien discretamente le levantó el dedo del medio y le torció el labio.

    El padre de ella, se giró para mirarla, Carolina mostró una sonrisa y negó con diversión.

—Ya sabes, no lo he visto en dos años, no es lo mismo por correo y W******p.

    El padre de Carolina le dio la razón, se giró hacia Daniel, quien parecía estar incómodo.

    —¿Listo? —preguntó su padrino.

    Daniel miró a Carolina con una cara de pocos amigos, levantó su mano e hizo un gesto fingido de una gran sonrisa.

    —¿Lista? —Carolina aceptó la mano de él y caminaron hasta el pódium que estaba en un extremo del gran jardín. Daniel miró si había alguien cerca, al no ver a nadie, detuvo de la mano entrelazada a Carolina, ella se giró y arrugó su ceño.

    —¿Y ahora qué? —preguntó irritada.

    —Bueno, ya que nos vamos a la orca, antes de aceptar el compromiso ante toda esta bola de hipócritas y "comen cuando hay", pongamos reglas. —Carolina abrió sus ojos un poco más.

    —No puede ser, ¿Es en serio? ¿En este momento? —él asintió—No la mueles, Daniel, estamos a punto de hacerlo oficial y me sales con esta de "Pongamos reglas"—imitó una voz fingida de Daniel que no le salió bien por su molesta.—¿Qué no lo podemos hacer al terminar la noche? —Daniel negó, miró a la gente a su alrededor, en sus propios mundos, luego el padrino, su padre y otro hombre, estaban caminando al pódium, luego regresó su mirada a Carolina.

    —Quiero hacer mis propias reglas, o si no, esto se irá a la chingada. —Carolina se soltó del agarre de su mano, se pasó ambas manos por su cabello.

    —Perfecto, dos reglas—dijo Carolina, pero él negó.

     —Tres. —Carolina arqueó una ceja, tomó aire y luego lo soltó.

    —Bien, tres reglas para el señorito, a ver dilas.

    —No soy señorito. —se quejó Daniel. —Quiero tener mi diversión privada. —Carolina arqueó una ceja.

    —¿Diversión privada? —abrió sus ojos casi saliendo de su propia órbita. —No pienso hacerla de prostituta para divertirte.

    Daniel soltó una risa.

    —No me refería a ese tipo de diversión...—se escuchó el micrófono a lo lejos, el padre de Daniel lo estaba probando señal de que pronto tendrían que subir.

    —¿Entonces? —Carolina se desesperó—Habla claro.

    —Quiero tener mis noches con mis mujeres. —Carolina arqueó la ceja.

    —Siempre y cuando permanezca en lo privado todas las sesiones que quieras...—remarca.

    —Bien. —dijo Daniel.

    —Los sábados y domingos son míos.

     

     —Bien. ¿Último?

    —No quiero que te metas en mi vida privada para nada. —Carolina arrugó su ceño.

    —¿Te digo las mías de una vez? —Daniel presionó sus labios con dureza, por el tono que empleó, se imaginó que no venía algo bueno de la boca de ella. —Ahí te va señorito, una: si tú tienes tus noches con tus mujeres, yo las tendré con mis hombres, segunda: también son míos los sábados y los domingos y, última…—Daniel se adelantó.

    —No pienso meterme en tu vida, Carolina. —Carolina sonrió de una manera que incomodó a Daniel.

    —No te enamores de mí, Daniel, por nada del jodido mundo lo hagas. —Daniel soltó un bufido burlesco.

    —Nunca. —sonrió triunfante. —Recuerda, solo son negocios.

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