Capitulo 4

De camino a casa, el joven tras mucho pensar decidió asistir a la fiesta cuya joven dependienta invitó. Sería una buena forma de al menos desconectar un poco. Aún así, beber bajo un puente al aire libre en un pueblo cuya temperatura ronda de los cero a los menos veinte grados casi de un segundo para otro, no era una buena idea. Pero no quería pensar mucho en ello, simplemente decidió ir y olvidarse de todo.

Entre dos casas de enormes patios aún nevados, Raúl vió lo que parecía una pequeña plazuela. Tres bancos de madera rodeaban una zona de hierba, donde un columpio descansaba paciente a la espera de algún niño con ganas de jugar, pero debido a la nieve que estaba posada sobre él y el suelo es estaba claro que nadie usaría aquel lugar en mucho tiempo.

Aún así, el joven se acercó decidido a sentarse para comer las golosinas que había comprado. La imagen de Yadira le vino a la cabeza en el momento que cayó de espaldas al suelo. Tal vez había sido muy brusco al abrir la puerta. Tal vez debería haberse disculpado... Pero la actitud de ella no era algo que Raúl aceptase, y más por orgullo que por otra cosa, se negaría a disculparse por nada.

Aunque había algo de nieve de la noche anterior en el banco el joven se sentía cómodo. Iba bien abrigado así que el frío no era problema. Desde aquel lugar, podía ver los picos de las inmensas montañas en la lejanía, asomando por encima de los tejados de las casas. Al parecer había lobos en aquellas tierras, por lo que el bosque no debería pisar, pero en las montañas, en las laderas más cercanas sí habría algo que podía hacer; esquiar. Algo que siempre había querido hacer y ahora tenía la oportunidad. Estaba tan enfurecido por viajar allí que no se paró a buscar de verdad las cosas buenas que tendría el viaje.

La voz de unos niños le devolvió a la realidad. Estaban jugando en aquel columpio.

«Vaya, parece que al final incluso pareciendo estar abandonado, hay gente que aún se acuerdan de ti».

Tras aquel pensamiento se acordó de su madre, ella había insistido mucho en viajar a aquel lugar donde había nacido, y él solo sabía poner pegas y malas caras. Pero tal vez debería entenderla, su única familia estaba ahí entre las nieves, y desde que su padre se marchó tuvo que luchar sola por sacar a dos hijos adelante. Raúl tampoco había ayudado mucho, solo se había preocupado por el mismo. Intentaría no quejarse tanto a partir de ese momento, al fin y al cabo solo serían dos meses.

Camino a casa, una idea le cruzó la cabeza. «¿Y si Yadira iba a esa fiesta?».

Por unos segundos se replanteó seriamente no ir, pero luego pensó en que si iba, sería con sus amigos. Seguramente ni se encontrarían entre tanta gente. 

A quien sí quería ver de nuevo es a aquella chica que poco antes le había atendido. Mary, al menos así no estaría solo y podría conocer más sobre el pueblo y los lugares que un adolescente pudiera visitar.

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La noche había caído completamente. El cielo estaba totalmente cubierto de nubes negras amanazando con nevar, y una espesa niebla cubría todo a la vista.

Raúl, vestido igual que a la mañana se dispuso a salir. No iba a pasar frío vistiéndose mejor, sobre todo si debía pasar la noche al aire libre.

Su madre no había puesto objeción ninguna, al contrario de lo que había pensado el joven en un principio. Si salía y hacia amigos podría estar más cómodo y así su madre no se sentiría tan culpable.

Comenzó a caminar en dirección a la pequeña tienda donde había comprado a la mañana. No lo hacía por ver a aquella chica, sino era el único camino que conocía. Una vez llegó, la vió cerrada, y en ese momento cayó en la cuenta de un detalle importante; no sabía dónde estaba aquel puente. Se quedó pensativo, mirando a todas partes con la esperanza de encontrase con alguien pero hacia muchísimo frío, y nadie saldría a la calle a menos que fuera un joven imprudente con ganas de fiesta.

Decidió simplemente caminar por los alrededores, cogiendo calles al azar y luego girando solo a derecha o izquierda... Hasta que llegó a un pequeño aparcamiento donde una furgoneta blanca con el motor encendido le dió la oportunidad de preguntar. 

El aparcamiento en cuestión pertenecía a un supermercado veinticuatro horas, a las afueras de la ciudad según pudo ver por la enorme carretera que llevaba aún más hacia el norte. «pobres lo que vivan aún más lejos de la civilización».

Una vez estubo lo suficientemente cerca como para poder tocar el lateral en forma de puerta, se detuvo al oír dentro una voz familiar.

- No seré capaz de superarlo nunca, y por muy fría que me haya vuelto, jamás me olvidaré de que acabé con una vida.

Era la voz de Yadira, temblaba al hablar debido a las lágrimas que pudo intuir derramaba. Pero Raúl no daba crédito a lo que escuchaba. «¿Había matado a alguien»?.

- Vamos, solo vayamos a pasarlo bien un rato y nos olvidamos de todo, además seguro que viene un chico que conocí hoy. Es muy guapo.

Al oír esa voz el joven deseó que la tierra le tragase y jamás le dejase salir; era Mary, la chica de aquella tienda.

Intentó alejarse antes de ser visto, no pensaba ir a la fiesta una vez se enteró de que eran amigas. Quería pasarlo bien no estar discutiendo con esa chica que solo le agradará molestar a los demás.

Dos pasos más, y la puerta trasera se abrió. Las chicas habían caldo de repente, le habrían visto allí de espaldas.

No quedaba, se giró con la esperanza de que no le hicieran caso, pero allí de pie estaba Yadira mirándole fijamente mientras Mary aún bajaba poniéndose un enorme abrigo de pelo marrón.

- Hola- comenzó a hablar el joven para disimular que ya había estado allí.- Resulta que hoy hay una fiesta en un puente y no sé llegar. Cómo oí el motor encendido pensé que podrían indicarme. Pero no sabía que estabas tú... Siento molestar.

Dicho eso se dio la vuelta para marcharse, cuando la joven de cabello dorados le detuvo.

- Espera Raúl, si gustas podemos llevarte, allí íbamos ahora.

Le hablaba con una gran sonrisa, tan hermosa que se quedó sin palabras hasta que Mary, rompió el silencio.

- Vaya, pero si ese es el chico del que te hablé. ¿Es que ya os conocíais?.

- Más o menos...- respondieron al unísono.

Mary, la joven de quince años, estaba conduciendo aquella camioneta y a su lado los dos jóvenes sentados. Más allá de todo lo malo que pudiera pasar, Yadira no se sentía incomoda, no le reprochaba si sus piernas se tocaban en alguna curva o que estuvieran hombro con hombro. Había llorado por alguna razón, nuestra de ello son sus ojos aún rojos, y en ese momento el joven Raúl sintió algo de remordimiento. Tal vez debería preguntar, preocuparse por aquella chica.

No le dió tiempo a decidir, habían llegado, pararon frente a una inmensa nave abandonada. Sus enormes puertas de rojo cobrizo medio abrireras, dejaban ver al otro lado un gran número de personas, bebiendo y bailando allí dentro.

-¿ Esto es el puente?- preguntó incrédulo.

- ¿Que esperabas, un puente de verdad?- el tono de Mary era burlesco.- Aquí no hay persona que aguante este frío tantas horas. Dentro hay calefacción y baños. Se está genial, ya lo verás.

Tras hablar, siguieron su camino hacia aquel edificio. Ya deseaba entrar y ver que clase de personas allí iban a beber.

-¿Donde se compra las bebidas?

- Dentro- respondió sorprendentemente Yadira.- Entras, te acercas a la barra y compras la botella que quieras junto a las bebidas y el hielo. Son unos veinte dólares, así que ya que vienes por primera vez tú pagas.

Eso último no era broma, se lo dijo en tono afirmativo, casi obligándole, pero no le importó, su madre le había dado algo más de dinero, y ya que hay que gastarlo en algo pues al menos que sirva para no pasar frío.

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