—¡Lo siento! —se disculpa la enfermera—. No
fue mi intención interrumpir.
—¿Acaso no la han enseñado a tocar la puerta? —la fulmino con la mirada.
—Lo siento señor. —se disculpa nuevamente con voz entrecortada a punto de llorar.
Hago el amago de hablar, pero una pequeña mano se aprieta a mi brazo para hacerme voltear.
—Dejala, no fue su culpa. —dice con una voz tierna—. Podrías dejar de ser tan imbécil —me da un pellizco.
—Auch. —me quejo a causa del dolor—. Aveces pareces bi