Capitulo Uno

La condena

Podrás condenarme a la muerte, pero jamás doblegaré mi alma ante ti.

Atenea

Han pasado casi cuatro semanas desde que perdí a mis padres y no he podido ni siquiera ponerme de pie, no sé cómo esperan que logre bajar al despacho para escuchar la última decisión de mi papá cuando lo que quiero es tenerlo a mi lado y que me abrace tan fuerte como siempre lo hacía, escuchar la voz de mi mamá llamándonos a los dos. Todo fue mi culpa, si no hubiese decido volver de sus vacaciones para estar conmigo en mi cumpleaños, ahora no los tendré nunca más y no sé si podré vivir sin ellos, no creo que pueda no me siento capaz de lograrlo.

Nunca imagine que jamás los volvería a ver, me duele tanto el alma, perderlos a los dos al mismo tiempo. Me quiero morir para estar con ellos, yo no puedo enfrentar este mundo sin que ellos estén a mi lado para darme sus consejos, es muy pronto para quedarme sola. De nuevo la puerta suena y sé que es Alicia que viene a decirme que el abogado espera por mí para leer el testamento desde hace casi una hora, prácticamente sé lo que dice el dichoso documento, mi padre me dejo todo junto a un albacea en lo que termino mis estudios, es obvio que nunca le dejaría todo su legado a mi hermano.

La puerta de mi cuarto se abre de golpe dejándome ver la figura enfadada de mi hermano, supongo que está ansioso por saber qué demonios es lo que dice el testamento, únicamente quiere coger lo que le haya dejado mi padre y largarse, es un maldito buitre que nunca los amo.

—Me tienes harto con tus malditas estupideces, ahora mismo vas a bajar y escucharás a mi lado la última voluntad del viejo hijo de perra, que espero se esté revolcando en el infierno —espeta sin ningún respeto o consideración, la sangre me hierve por su ambición, por su culpa mis padres nunca pudieron ser felices del todo.

—Que sea la primera y última vez que hablas de mi padre de esa manera, no voy a permitir que corrompas su memoria con tus insultos y tu falta de cerebro —replico irguiéndome por completo para demostrarle que no le tengo miedo—. En ese testamento no hay nada para ti, ¿De verdad creíste que mi padre te dejaría a cargo de su fortuna? Él estaba seguro de que tú acabarías con todo en menos de un segundo —añado, no sé con qué intención, porque sé que no va a entender lo que digo hasta que lo escuche de boca del abogado.

—Me importa una m****a lo que digas, vas a bajar ahora mismo por las buenas o por las malas —sentencia por lo que me cuadro desafiante, pero es mi hermano, siempre he podido ser valiente y decida delante de él, pero el resto del mundo, no sé cómo asumiré responsabilidades para las que no estoy preparada aún—. Te lo advertí —pronuncia antes de tomarme del brazo y sacarme a tirones de mi habitación y llevarme escaleras abajo en medio de gritos y forcejeos.

El hijo de perra me saco en pijama, despeinada y demacrada por todo lo que he llorado mi pena, no tiene ni el más mínimo respeto ni consideración por mi estado, no he podido superar la pérdida y él solo se empeña en tomar su parte de la herencia como si de eso dependiese su existencia, ojalá se hubiese muerto él y no mis padres.

—¡Suéltala! —la voz masculina que retumba en las paredes me hace estremecer involuntariamente, antes de que gire a verlo ya sé dé quien se trata, pero no me explico que es lo que hace en esta casa.

—Este no es tu problema, Dominic, mejor lárgate ahora mismo de mi casa —ladra mi hermano al tiempo que me suelta dándome un empujón hacia adelante con el que por poco caigo de bruces en el piso si no es por la intervención del señor Black.

—Todo lo referente a la señorita Dankworth me interesa, así que te diré esto una sola vez, cuida muy bien como la tratas, le hablas o te refieres a ella —su voz es amenazadora y aterradora, sin ni siquiera levantar el tono de la misma.

—Muchas gracias por la ayuda, señor Black, pero puedo defenderme de mi estúpido hermano yo sola, lo he hecho toda la vida —intervengo en la pelea de los dos perros callejeros antes de que se vayan a los puños—, ahora si es tan amable, le pido que se retire, mi hermano y yo oiremos la última voluntad de mi padre en este momento y no le podremos atender —añado de manera cortés a pesar de que me desagrada la presencia de este hombre sin importar las circunstancias.

Desde aquella vez en mi fiesta de cumpleaños, sentí hacia él una especie de repulsión, no sabría cómo explicarlo, pero algo dentro de mí me indica que la compañía del señor Black no es la mejor para nadie, sobre todo cuando me he cruzado con él en distintas ocasiones y en los lugares menos imaginados, es como si me siguiera a todas partes.

—Entiendo perfectamente, pero por fortuna fue el abogado de su padre quien me pidió asistir hoy a la lectura del documento —declara dejándome fuera de lugar, no me da buena espina esto, ¿Que tiene que ver el señor Black en los asuntos de mi familia? No quiero ser negativa, sin embargo, esto no está tomando el curso natural de las cosas.

—Tiene que ser un error —musito pronunciando en mi mente los motivos. A mi papá no le caía bien este sujeto y siempre me pidió mantenerme alejada de él.

—Al igual que tú, también yo quede muy sorprendido cuando leí el nombre del señor Black entre los beneficiarios del testamento de tu padre, Atenea. Me gustaría decirte que es una broma de muy mal gusto, pero la verdad es que el señor Dankworth, dejo claro que el caballero tenía que estar presente —alega el abogado apareciendo en escena, supongo que al escuchar las múltiples voces.

—Entonces, si ha sido decisión de mi padre, no tengo nada que objetar —pronuncio y camino con toda la dignidad posible hacia el despacho, no porque no esté vestida para la ocasión, dejaré de tener la frente en alto como me enseño mi mamá.

Los caballeros y mi hermano caminan detrás de mí, por lo que al entrar son ellos quienes cierran la puerta del despacho y los dirijo a la pequeña sala de estar donde mi papá solía tomarse un descanso cuando trabajaba desde casa, ni estando amenazada de muerte voy a permitir que alguno de ellos se siente en su sillón detrás del escritorio.

—Señor abogado, sin rodeos, por favor —pido con voz temblorosa, pasar por esto es como decirle adiós definitivamente a los dos y no quiero hacerlo, no quiero sentir que ya no estarán conmigo ni siquiera en espíritu.

—Trataré de ser breve, sin embargo, mi deber es informar todo lo expresado por mi cliente en este documento, conforme dicta la ley —aclara y me temo que esto será largo y tedioso, asiento en su dirección al tiempo que Alicia entra con tazas de café.

Luego de varios minutos de silencio en lo que el abogado saca los documentos de su portafolio y los coloca sobre la mesita del café, inicia la lectura.

—Daremos inicio a la lectura del testamento del señor Augusto Dankworth, el señor, en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, manifestó su voluntad en las siguientes pautas para que sus hijos; la señorita Atenea Dankworth y el señor Alberto Dankworth —empieza a decir sin nombrar al señor Black—. A su hijo primogénito, le otorga un fideicomiso de por vida, el monto del mismo está definido en el primer anexo de este documento…

—¿Un fideicomiso? ¡No, señor, yo soy su heredero, me pertenece todo lo que el maldito viejo hizo durante toda su puta vida! —exclama mi hermano interrumpiendo la lectura.

—Te dije que no te iba a permitir que insultaras de nuevo la memoria de mi padre —chillo.

—A ver, déjenme continuar por favor —pide amablemente el abogado con voz gruesa.

Nos quedamos callados y de nuevo tomamos asiento para permitir que continúe con la lectura.

—Mi hija, Atenea Dankworth, será la heredera de todos mis demás bienes, propiedades, joyas, enseres, empresa, autos y mis cuentas bancarias, sin embargo, para poder recibir la totalidad de la herencia deberá aceptar el acuerdo de matrimonio que he establecido con el señor Dominic Black…

—¡Jamás me voy a casar con este tipo! —protesto a la vez que clavo la mirada en el imbécil de Dominic Black que me sonríe como si hubiese ganado una gran batalla.

Nunca voy a aceptar un trato como ese, prefiero no heredar y dejar que todo se vaya a fundaciones de caridad antes de tener que aceptar ser la esposa de un hombre que lo único que me produce es miedo.

—En ese caso, entonces la herencia será otorgada a tu hermano —dice el abogado poniéndome entre la espada y la pared.

Prefiero que la fortuna beneficie a los pobres, pero que sirva para mantener la vida de vicios de mi hermano, eso es algo que jamás podré aceptar.

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