Emma apenas había cerrado los ojos cuando una fuerza invisible la arrastró hacia las profundidades de su inconsciente. No era un simple sueño. Se sintió transportada, absorbida por una corriente de energía que la envolvía con una calidez inquietante.
Cuando sus pies tocaron el suelo, se encontró en medio de un bosque desconocido. Pero no era un bosque cualquiera. La luna en lo alto brillaba con un resplandor sobrenatural, más grande y cercana de lo normal. Su luz bañaba la espesura con un resplandor plateado, y el viento susurraba su nombre entre los árboles, como un eco lejano de algo que siempre había estado ahí.
Emma dio un paso adelante y el suelo pareció estremecerse bajo sus pies. A lo lejos, una figura femenina emergió de la neblina. Su cabello plateado ondeaba con el viento y sus ojos brillaban con un resplandor blanco, como si contuvieran el mismo poder de la luna.
Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Quién eres? —preguntó, su voz apenas un murmullo.
La mujer la o