CAPITULO 47

Sus ojos son tan calculadores como siempre. Lo ven todo. No se pierden nada.

El resto de él, sin embargo, ha cambiado. Está cubierto de tatuajes que asoman por debajo del cuello y los puños de su blanca y almidonada camisa de vestir. Incluso su cara está tatuada.

Si mamá pudiera verlo, lloraría. Menos mal que está muerta.

“Debo decir que me sorprendió escuchar tu voz” comenta él. “Casi no lo creía. Después de todo este tiempo, ¿qué podría querer Dante Romanoff de su patético hermano mayor?”.

“Tus palabras, Ilyasov. No las mías”.

Mueve el dedo en señal de negación y con el ceño fruncido. “No, no, esas son tus palabras. El hermano mayor puede perdonar, pero nunca olvida”.

“Han pasado diez años”.

“Diez años de silencio. Diez años de distanciamiento.

¿Cómo se puede resolver algo sin comunicación, hermanito?”.

No estoy seguro de qué dirección está tomando él aquí. Ambos sabemos muy bien lo que pasó hace diez años. Del porqué las cosas quedaron como quedaron
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