"¿Qué mierda te pasa?", gritó, sorprendido y furioso, mientras se acariciaba la mejilla.
"No soy de tu propiedad", le espeté, mi voz temblando de ira "no soy una puta cosa, maldita sanguijuela".
Estefan se acercó a mí, su mirada intensa y fija en la mía. "No te considero una cosa", dijo, su voz baja y rasposa. "Te considero... mía".
Sentí un escalofrío recorrer mi espalda al escuchar sus palabras. Estefan se acercó más, su rostro a centímetros del mío. Pude sentir el calor de su aliento en mi piel, y mi corazón latía con fuerza.
"No...", comencé a decir, pero mi voz se perdió en su mirada.
Estefan se inclinó hacia mí, su boca a punto de rozar la mía. Me sentí atrapada, sin poder moverme ni hablar. Solo pude sentir su proximidad, su calor, su intensidad.
Y entonces, nuestros labios se encontraron en un beso apasionado y posesivo. Me sentí derretir en sus brazos, mi resistencia se desvaneció y me entregué a la pasión del momento.
El beso fue como un torrente de fuego que me consumió por