Dios... El dolor de cabeza es horrible, me duele todo, no, más bien, no existe lugar de mi cuerpo que no me duela.
Me despierto, pero no puedo abrir los ojos.
Lo último que puedo recordar es que rogaba a Dios morir para que estos desgraciados ya no me torturaran más, pero tal parece que eso no sucedió.
Sigo viva.
Seguirán las torturas.
Dios... ¿Por qué no acabaste conmigo de una buena vez?
Me intento mover, pero la voz de un hombre me detiene.
- Tranquila, no puedes... Si necesitas algo, yo te lo traeré, por ahora, solo mantente descansando, así podrás recuperarte y sanar de tus heridas.
No puedo hablar, es como si tuviera la boca cocida, no logro separar mis labios.
- Tienes los labios muy hinchados y secos, te colocaré agua en ellos para ver si logran separarse.
Luego, una bola de algo que pareciera ser algodón, se posa en mis labios, está empapado, y el agua que deja sobre ellos me ayuda a separar ligeramente mi boca.
Agradezco esas gotas de agua que se meten en