Justo en el momento en que la chaqueta fue puesta sobre ella, Ximena abrió los ojos de repente.
Como un reflejo nervioso, se enderezó rápidamente en la silla y miró a Samuel con cautela.
Al ver esta reacción de Ximena, Samuel frunció levemente el ceño.
Miró la chaqueta caída en el suelo y dijo con voz suave:
—Parece que me tienes miedo.
Ximena rápidamente se puso las pantuflas y metió la mano en el bolsillo de su ropa para buscar algo.
Cuando sintió el dispositivo de inyección, finalmente se relajó.
—Nadie deja de temer a un verdugo—dijo Ximena con un tono áspero y frío, mostrando su desconfianza.
Samuel se inclinó para recoger la chaqueta del suelo y le dijo a Ximena mientras se dirigía hacia la mansión:
—Algunas cosas, una vez perdidas, nunca regresan. Un exceso de tristeza no es bueno ni para ti ni para los niños, debes entenderlo.
Ximena detuvo sus pasos y lentamente se volvió para mirar a Samuel, preguntando con sarcasmo:
—¿Entenderlo?
Ximena se rio fríamente varias veces, —Siem