Ella respiró hondo y sonrió mientras se acercaba.
—Don Ramón, buenas tardes.
Don Ramón detuvo un momento la mano que sostenía la comida para los peces y, después de echar un vistazo a Manuela, continuó con su tarea.
Cuando Manuela llegó a su lado, él finalmente habló.
—No esperaba que tuvieras el valor de venir a buscarme.
Manuela rió.
—Don Ramón, esa frase no la entiendo del todo.
Don Ramón resopló con desdén.
—No creas que no sé lo que le hiciste a mi nieto.
Manuela levantó una ceja.
—Eso ya es pasado. Ahora soy la persona que salvó la vida de Leo.
Fue en parte por eso que Don Ramón no rechazó a Manuela. Dejó la comida para los peces en una mesa de piedra cercana y se sentó en un banco de piedra.
—Adelante, ¿qué quieres de mí?— preguntó.
Manuela también se sentó y fue directa al grano.
—Vengo a hablarle de Felipe.
Don Ramón mantuvo la calma, como si ya supiera todo sobre ella y Felipe.
—Felipe no tiene nada que ver contigo. ¿Qué tienes que decir al respecto?
A Manuela no le im