CAPITULO 117

Preparé de manera meticulosa mis maletas. En una llevaba ropa, y en otra todas las cartas que le había escrito a mi esposa a lo largo de este tiempo.

Como era de esperarse, cuando Rose le advirtió sobre el viaje, ella protestó y me reprochó que tuviera que ir conmigo. Dolido porque pareciera que le repugnaba mi compañía, le respondí mordaz que tampoco me agradaba la idea, que solo lo hacía porque se trataba del empleo de muchas personas y que podía llevar a su perro guardián —apodo que le puse a Marshall—, si lo deseaba. 

Me dolió emplear aquel tono frívolo y desinteresado con ella, pero me invadía la furia cuando me trataba como si no hubiera significado nada en su vida, aunque sabía que aún me quería y que tal vez, solo tenía miedo a que a pesar de sus dudas acerca de lo que yo sentía por ella, terminara de nuevo en mis

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