Negó rápidamente y llevó mi mano a su boca. Contuve el aliento cuando su lengua empezó a limpiar las gotas de sangre.
—No deberías de hacerlo, porque yo quiero… —Se detuvo y cerró sus ojos por varios segundos—. Se nos hace tarde, vamos.
—¿Qué quieres?
—Pronto lo sabrás —Entrelazó nuestras manos y salimos.
En el camino, un denso silencio se cernía entre nosotros, y quizás era lo mejor en ese momento. Todo lo que había ocurrido en los últimos minutos se estaba asentando en mi mente y causando una maraña de pensamientos. Las dudas me inundaban, pero la única certeza que tenía era que él encontraba cierta satisfacción en causar dolor a las personas, y me preguntaba si eso se aplicaba a todos o si era yo quien despertaba ese deseo especial en él.
Intentaba comprender cómo funcionaba su mente, cómo podía experimentar placer a través del dolor. Aunque, de alguna manera, parecía que quería llevarlo a cabo conmigo, pero se mostraba reacio a hacerlo de forma descontrolada.
—Que todos recuerden