Elisa apretó los labios con una mueca de tristeza y asintió.
—Tienes razón, no puedo bajar la guardia en ningún momento —murmuró por fin.
—Creo que o mejor es que yo me quede aquí —sentenció la muchacha—. Te haré compañía y así tendrás una chaperona que te cuide. Después de todo no tienes por qué