Capítulo ocho
-Xanthos-
Ella era dulce, deliciosamente dulce. Cuanto más la abrazaba, excitado por la simplicidad de su aceptación, más me desarmaba y me afectaba su dulzura.
Recorrí su espalda baja, sus omóplatos, sus hombros y luego dejé descansar mis brazos en su cintura. Era curiosa, sencilla, generosa. Cualquier hombre podría ahogarse en su dulzura, caer prisionero de su docilidad… y también podía salvarse por ella. A la sombra del antiguo sauce y rodeados por las uvas, Elisa me daba algo más, algo nuevo, diferente; me daba esperanza.
Ella se había amoldado a mi abrazo, como si nos hubiésemos conocido de antes, mucho antes; como si nos hubiésemos amado hace siglos, en nuestras vidas antepasadas.
Parecía que en medio de nuestros cuerpos, un volcán había erupcionado; una lava cálida que surgía potente y muy peligrosa; incluso podría llegar a resultar mortal. Pero no era algo nuevo; e