Cuando Carmen se despertó en esa brillante y soleada mañana, no fue la terrible resaca, el sonido de los pájaros o incluso el brillo de la luz del sol, lo que primero llamó su atención.
Fue el olor lo que lo hizo.
Estaba acurrucada en algo cálido, suave y cubierto a su alrededor, desde el cuello hasta los pies. Con los ojos aún cerrados se dejó contentar, ya que incluso el dolor de cabeza que había adquirido no podía atenuar la pequeña y satisfecha sonrisa que repentinamente se había introducido en su rostro. Ella inhaló.
Algo algodonoso olía a algo picante y amaderado, tan fresco y tan atractivo al mismo tiempo. Un aroma de todos los hombres.
Olía exactamente igual a él.
Ahora tal vez si ella pudiera...
Espera… ¿como que a el?
¿Acaso ella pensaba que