Capítulo 04

Desde la enorme ventada junto a mí podía apreciar la nieve caer, le di una última calada a mi cigarrillo y lo apagué.

Volví a lo que estaba haciendo durante toda la mañana: ver películas con finales tristes y comer helado como si el frío del exterior no fuese suficiente.

Después del alboroto de ayer en la fiesta me encerré en mi habitación y al salir esta mañana, Nikolay ya no estaba, así que me libré de preguntas estresantes.

La puerta principal se abrió y Jey entró temblando del frío, aun estando bien abrigado.

—Lo siento señorita ¿Puedo tomar algo caliente? El invierno amaneció muy agresivo hoy —comentó, le hice señas con la mano para que tomara lo que quisiera.

—Hay chocolate caliente, puedes llevarle también a los guardias que están en la entrada —mencioné sin apartar la mirada del televisor y metiendo una cucharada de helado a mi boca —¿Acaso no puedo tener un romance como de películas? —exclamé —Dime Jey ¿No crees que me lo merezco? —Jey se quedó en silencio, pensativo, quizás tenía vergüenza responder o simplemente no sabía qué decir.

—¿Se refiere a esas películas de amor como Romeo y Julieta?

—Pues si es de romance, pero no quisiera terminar muerta sin vivir la experiencia, hablo de esos romances con finales felices, donde la protagonista forma una familia, se casa con el amor de su vida y tienen muchos hijos y sé hacen viejitos juntos —Aparté el helado y me voltee para apoyar mi brazo sobre el respaldar del sofá y ver bien a nuestro chofer —¿Tienes esposa, Jey? —Le pregunté, esta mañana me sentía algo sentimental.

—Si señorita —sonrió con orgullo —también tengo tres hijos.

—¿Y qué edad tienen?

—El más grande tiene diecisiete, la del medio doce y la menor seis.

—Debes estar muy orgullosos de ellos —sonreí, él asintió y un brillo nostálgico apareció en sus ojos —¿Pasa algo?

—No es nada señorita, disculpe —quiso retirarse, pero mi mirada lo detuvo —Es que hace tres años que no los veo y me pone un poco mal hablar de ellos.

—¿Tres años? ¿Desde que empezaste a trabajar con Nikolay? —El asintió y bajó la mirada.

Hablando del estúpido ruso ¿Dónde estaba?

—Jey, retírate —El rubio entró alterado por la puerta y Jey salió tan rápido como pudo.

—Hablando del rey de Roma —susurré, pero él claramente me escuchó y frunció el ceño.

Se puso frente a mí y apagó el televisor, lo miré con molestia, pero no dije nada, solo seguí comiendo helado frente a él como si no me importara su alterada presencia.

—¿Qué fue eso? —preguntó.

—¿Qué fue qué?

—No te hagas, ayer cuando llegamos de la fiesta no dijiste nada y te encerraste en la habitación ¿Tengo que fingir que esa es una actitud normal?

—Solo estaba estresada —me encogí de hombros y Nikolay soltó un suspiro de frustración, en su mirada destellaba un brillo de "si sigues comiendo helado como si no te importara nada, te lo aventaré por la habitación" pero solo hizo lo de siempre, poner los ojos en blanco y hacer como si nada le importara. Fue hacia la cocina y encendió un cigarrillo.

Su drama duraba muy poco.

Sentado en la isla lo observé, Nikolay era encantador, su cabello rubio casi blanco estaba peinado perfectamente hacia atrás y sus ojos grises se veían cansados. Soltó el humo y me miró desde allí.

—Por cierto, le dispararon a Beatriz, su condición es estable, solo fue una herida superficial —Anunció como si el tema le aburriera, pero sentía la obligación de mencionarlo, al ver que no reaccionaba ante sus palabras frunció el ceño.

—Lo sé —respondí sin muchas ganas —Fui yo quien le disparó —solté antes que hiciera más preguntas. Sus ojos analizaron mis gestos buscando una pizca de humor, pero al ver que hablaba en serio mostró una sonrisa torcida, su cara era de sorpresa, pero a la vez no.

—Supongo que también sabes que está esperando un hijo de tu ex guardaespaldas —Tomó la botella de Whisky y se sirvió un poco en su vaso sin apartarme la mirada, puse los ojos en blanco porque sé que tocaba aquel tema para fastidiarme.

—Así es, me enteré después de dispararle —Metí otra cucharada de helado a mi boca. El solo hecho de pensar que le había disparado a una mujer embarazada me revolvía el estómago. ¿Por qué la vida tenía que tratarme de esta manera?

No estaba enojada con Darío, habían pasado tres años y claramente tenía derecho de formar una familia y sobre Beatriz, pues... ella siempre estuvo interesada en él y al tener luz verde no iba a perder la oportunidad.

Mi enojo era conmigo misma, porque a pesar de todo y de las ganas infinitas de querer odiar al pelinegro, no lo conseguía. Rinaldi estaba enterrado en lo más profundo de mi corazón y este se negaba en olvidarlo.

—Ya que ahora te revelaste, deberás andar con cuidado, intenta no llamar demasiado la atención, muchos querrán deshacerse de la única heredera del apellido Moretti, tu padrastro, por ejemplo.

—No quiero pensar en eso aún.

—Tenías que haberlo pensado mucho antes de exponerte frente a tu pasado, ahora deberás asumir las consecuencias —murmuró, dejé a un lado el helado para acercarme a él.

—Hay unas maletas en tu habitación ¿Por qué? —cambié de tema. Conozco muy bien el trabajo del hombre con el que vivo desde hace tres años, se lo peligroso que puede llegar hacer y que siempre hay que tener ojos en la espalda si queríamos seguir con vida, Nikolay siempre me avisaba cuando debía hacer algún viaje importante y cuando no, era porque me llevaría con él, pero esta vez no me había mencionado nada.

—Olvide decírtelo, mi hermano pidió una reunión ya que ayer no logramos hablar en la fiesta, tiene una casa en el campo, así que me iré en dos horas, regresaré mañana temprano ¿crees que sobrevivirás sin mí?

—Lo intentaré — mencioné antes de besar su mejilla. No pregunté el por qué no me llevaba con él, seguramente no me quería arriesgar teniéndome en la misma habitación que su hermano, tomando en cuenta la mala y tensa relación que tenían en estos momentos. Nikolay sonrió de medio lado y se levantó, quedando en evidencia nuestra gran diferencia de estatura. Yo era tan pequeña a su lado, levanté la cabeza y le di unos golpecitos amistosos en el pecho, su aroma varonil inundó mis fosas nasales, pero no me quejaba, el siempre olía muy bien — Por cierto, le darás vacaciones a Jey para las fiestas navideñas y no acepto un no por respuesta —exigí, señalándolo con mi dedo índice. Él solo sonrió y dejó un beso en mi frente antes de responder con un simple e indiscutible: "Está bien, preciosa" y dirigirse a la habitación.

Así transcurrió el resto de la mañana, llegó la hora de que Nikolay se marchara y se despidió asegurándome que estaría segura si me quedaba aquí y así lo hice o hasta que mis pies ya no aguantaran pisar más esta casa.

—¡Jey! —Llamé, agarré mis botas y el abrigo, el chofer me esperó en la sala de estar, con ojos curiosos y preocupantes viéndome ponerme mis guantes y el gorro de lana.

—Señorita, el señor Nikolay dio órdenes de no dejarla salir — mencionó lo obvio.

—Lo sé, por eso le dirás a los hombres que están en la entrada que tengo que ir a la farmacia y que ninguno está capacitado para comprarme lo que necesito, solo saldremos unos minutos —le ordené, el asintió y salió para buscar el auto.

Esta melancolía debía congelarla, todo era mejor que quedarme en casa ahogándome en mis pensamientos de una vida ideal.

Jey condujo con precaución, había mucha nieve y las calles estaban resbaladizas. Las farolas iluminaban la entrada del cementerio, al bajarme del auto el frío aire de la noche me abofeteó de la misma manera que quieres abofetear a tu ex, así que solo me abracé en un intento de abrigarme más y no congelarme en mi momento de soledad.

Me detuve frente a mi tumba, a su lado estaba la de mi padre: Leonardo Moretti "Amado padre, esposo y amigo" con la fecha de su nacimiento y la de su muerte bajo la frase.

Si, quizás en otro mundo paralelo fue un gran padre, pero no en este, no para mí.

Maya, Mey y los gemelos no tenían tumbas, en realidad nunca encontraron sus cuerpos, fue tan grande el incendio de la mansión que solo hubo restos de sus cenizas, así que ellos estaban en otra parte especial del cementerio.

Estaba a punto de soltar una maldición porque en realidad hacía un frío horrible, pero las palabras nunca salieron de mi boca a causa de su respiración.

"Su respiración".

Su cuerpo estaba a unos centímetros de mi espalda, sus dedos rosaron la tela de mi abrigo sobre mi cintura y podía sentirlo oler el aroma de mi cabello.

Mi respiración se cortó y mis piernas juraría que estaban por perder su estabilidad. No era necesario voltearme para saber que era él, incluso aún usaba su peculiar colonia.

Tragué grueso y relamí mis labios antes de hablar.

― ¿Qué haces aquí? —pregunté, casi inaudible. El frío me golpeó rápidamente cuando se alejó de mí, me llené de valor para mirarlo a sus ojos y quedé envuelta en el océano de su mirada. Metió las manos en los bolsillos de su abrigo y caminó a una distancia prudente de mí.

—Yo debería de pregúntate eso —respondió con amargura —¿No se supone que deberías de estar aquí? —señaló mi lápida, su ceño se frunció y apretó sus labios formando una fina línea.

—Eso te gustaría ¿no? —Solté la pregunta sin pensarlo, estaba claro que no le gustaban mis palabras, me lo confirmó con su mirada perpleja.

Ante toda mi amargura y sed de venganza acumulada durante estos largos años podía estar muy segura de algo: Darío me amó.

Pero su amor no fue suficiente para librarlo de las mentiras, por que ocultar, también es mentir.

—¿Cómo está tu prometida? —pregunté ante su silencio, él ya no me miraba, solo se mantenía callado observando la lápida.

—Está estable —murmuró, pasaron unos segundos antes que volviera a verme y congelarme la sangre ante la profundidad de su mirada —Y mi hijo también está bien —soltó.

Mi pecho se apretó por que otra vez esa tortura de recordar que le había disparado a una mujer embaraza poniendo en riesgo la vida de un ser inocente volvió a perturbarme.

Copos de nieve empezaban a caer sobre su cabello negro, las farolas a unos metros de nosotros tenían una luz tenue pero aun así eran de ayuda para nuestra visibilidad.

Gracias a esas farolas podía ver sus expresiones y cada rasgo de su rostro.

—¿Qué haces aquí? —volví a preguntar.

—Quería ver si eras real —con cada palabra se acercaba más —o si ayer en la fiesta solo fue mi mente burlándose de mí —sus dedos temblaron al rozar mi cabello —Pero si eres real ¿Verdad? —sus ojos me tenían hipnotizada, contuve la respiración ante sus caricias, primero tocó mi cabello y prosiguió a mi mejilla, sus dedos estaban fríos porque no llevaba guantes, pero no importaba, porque al fin estaba sintiendo su toque.

—Lo soy —murmuré, mi aliento de mezcló con el suyo cuando inclinó su rostro hacia mí, sus labios se veían rojos por el frío y aún más carnosos a cómo los recordaba.

Darío no parpadeaba, como si temiera que al hacerlo me desaparecería al instante.

El frío ya no importaba, Nikolay ya no importara, Beatriz tampoco y mucho menos mi venganza, en ese momento solo éramos él y yo. Una simple chica que acababa de llegar a Italia para vengarse de su padre y un simple guardaespaldas, que por cosas del destino se enamoraron con locura.

Allí estábamos, sin mover ningún músculo o de mencionar palabra alguna, con el temor a estropear el momento, el reencuentro de un amor que, al final no se concretó.

—Señorita Aby... —Retrocedí unos cuantos pasos al escuchar la voz de Jey, dejando con una mueca de decepción a Darío y su mano en el aire.

—¿Qué pasa Jey? —pregunté sin mirarlo, mi vista solo estaba en el pelinegro frente a mí.

—Creo que hubo un problema en casa, deberíamos irnos.

—Si, debemos irnos —al pasar al lado de Darío me tomó del brazo, lo miré de reojo.

—No te vayas —susurró. Su aliento calentó mi mejilla.

—Tengo que irme y tú deberías ir a casa con tu futura esposa e hijo —mencioné, soltándome bruscamente de su agarre.

Caminé detrás de Jey hasta el auto, obligándome mentalmente de no mirar hacia atrás.

Durante el camino a casa no dejé de pensar en él, en su toque, sus caricias, su voz, su aroma y sus profundos ojos oceánicos.

Me tapé el rostro con las manos, no quería llorar frente a Jey, no quería verme vulnerable.

—Algo anda mal, nadie responde —dijo el chofer, sacándome de mi sufrimiento y volviéndome a la realidad. Él volvió a llamar desde su celular.

Al llegar el portón estaba abierto, no había rastro de ninguno de los hombres de Nikolay.

—No salga del auto —Pidió Jey con precaución, pero claramente hice caso omiso y fue lo primero que hice al detenerse el auto. Entré a la casa lista para enfrentarme a lo que sea que estaba pasando, pero me detuve en seco en la entrada, observando la horrible escena frente a mis ojos.

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