JOHN FOSTER
—Intenta no dejarme más moretones, ¿quieres? —pedí a Rita, sentada en el borde de mi cama.
—Te prometo que será la última vez —contestó divertida, acercándose lentamente a mí con esa mirada amenazante mientras preparaba la aguja. Rita era la doctora que habían enviado para realizarme estudios de control. El cáncer que había atacado mi cuerpo parecía mantenerse a raya, pero cada año ella se presentaba a mi puerta para tomar muestras y ver mi evolución con el tratamiento experimental—. Si no tuvieras las venas de los brazos tan lastimadas, no usaría las de tu cuello. A menos que prefieras que use las femorales, tendrás que bajarte los pantalones.
—Puedo tolerar que sigas pinchándome el cuello —contesté con media sonrisa y torciendo la mirada.
—¿Señor Foster? —preguntó Damián, el guardaespaldas que le había conseguido a Avril hacía unos días.
—¿Qué haces aquí? ¿No deberías de estar en la empresa, cuidando de tu jefa? —pregunté tenso. No quería que Avril se enterara de