Un nuevo admirador

Capítulo 3

Catherine se estremeció al sentir el contacto de sus manos, su proximidad le provocaba un mar de sensaciones que la elevaban al éxtasis.

Ese abrazo significaba tanto para ella, ya que nunca había experimentado algo semejante con ningún otro hombre.

Por primera vez quería dejarse llevar anteponiendo sus deseos, aunque perfectamente sabía que después de aquello nada volvería a ser igual.

Él acercó su rostro y se inclinó para buscar sus labios.

Fue un beso apremiante que despertó todos sus sentidos.

Parecían uno solo y era como si el mundo hubiese dejado de girar.

Sus manos la acariciaban con premura, aumentando el deseo que amenazaba con desbordarse.

Pero el sonido de su teléfono la obligó a detenerse y darse cuenta de lo que estaba haciendo al permitir que su jefe la besara.

Era una verdadera locura, ya que sentía que no podía desviar sus propósitos por un arrebato de pasión.

Se apartó bruscamente y se alisó el traje.

Respiró profundo tratando de recobrar la compostura, pero para cuando volvió su mirada, Zack ya se había quedado dormido.

Ella soltó un suspiro ahogado y tras cerciorarse que su jefe se encontrara bien.

Revisó el móvil y vio que era su madre quien estaba llamándola así que se apresuró a contestar.

—Hola mamá —dijo todavía con la respiración entrecortada por lo que acababa de suceder.

—Te escuchas agitada, Catherine, ¿Dónde estás? ¿y se puede saber que estás haciendo? —inquirió su madre pensando lo peor de ella como siempre.

Catherine se quedó en silencio un momento buscando no delatarse, organizó sus ideas y por fin contestó.

—Acabo de subir las escaleras, madre, el ascensor se averió y no tuve más alternativa que subir de esa forma —contestó sintiéndose profundamente culpable después.

—Espero que no me estés mintiendo, Catherine, me moriría si te conviertes en una mujerzuela como las del lugar donde trabajas—vocifera su madre haciéndola sentir mal como era su costumbre.

Catherine corta la comunicación tras despedirse con un nudo en la garganta. 

Las lágrimas brotaron de sus ojos al recordar lo que acababa de pasar con Zack.

Salió a toda prisa del departamento rogando al cielo que al día siguiente él no recordara lo sucedido.

Se dirigió al club, ya que ese día tenía que cubrir a una de las bailarinas que había sufrido un percance.

Nada más llegar, se encontró con la mirada de envidia de todas sus compañeras, las cuales la odiaban por brillar más que ellas y que la admiración de los clientes fuera para Catherine.

En el trayecto al olimpo aprovechó para cambiarse de ropa y colocarse su antifaz, ya que no tenía intenciones de que sus compañeras conocieran su identidad. 

Sabía que si lo hacían, le harían la vida miserable.

—Vean a esa antipática, siente que nadie la merece, siempre buscando opacarnos —vociferó una de las bailarinas en voz baja.

—Deberíamos darle una lección —sugirió con maldad.

—Estoy de acuerdo, enseñémosle quien manda en este lugar —.

Cuando Catherine iba a su camerino, una de las chicas la detuvo para distraerla.

—¿Hasta cuándo nos dejarás ver tu rostro?, estás a punto de cumplir tres años en este sitio y jamás te hemos visto sin ese antifaz —dijo la malvada mujer.

—No considero importante mostrar mi cara, yo no vengo a este lugar a hacer relaciones sociales —argumentó ella.

—¿Qué escondes Afrodita?, ¿tal vez una fea cicatriz?, imagino lo que pensarían los clientes que tanto dinero pagan por verte bailar —se burló la bailarina mirándola con desprecio.

—Te sorprendería lo que hay detrás de esta máscara, querida, pero lamentablemente tendré que dejarte con la curiosidad, y ahora si me disculpas, tengo que prepararme para mi presentación —la enfrentó Catherine.

A ella no le gustaba comportarse de aquella forma, pero las chicas del club la tenían cansada con su hostilidad.

Ese día había estado lleno de emociones encontradas por lo que con sus comentarios con doble intención le habían colmado la poca paciencia que le quedaba.

Abrió la puerta y se llevó una mano al pecho por la impresión que le causó  encontrarse con su vestuario destrozado sobre la cama, aquello se trataba de una venganza sin duda.

Debía tomar cartas en el asunto para evitar que la siguieran molestando.

Hasta ahora había sido muy condescendiente con ellas soportando en silencio las múltiples humillaciones e intrigas que no dejaban de planear en su contra.

Llamó a la única amiga que tenía en el olimpo para contarle lo ocurrido y esta se encontraba tan indignada como ella.

—Son unas víboras ponzoñosas, deberías hablar con el dueño del club para contarle lo que te hicieron —sugirió Maryorie.

—Ganas no me faltan, pero prefiero ver su cara cuando transforme todos estos vestuarios en bellas creaciones —dijo Catherine.

—Ya me las imagino, bonita, seguro echarán chispas por los ojos —pronuncia su amiga con una enorme sonrisa de satisfacción.

Entre las dos convirtieron la ropa que prácticamente estaba destruida en modelos originales y de buen gusto que sin duda causarían gran sensación y despertarían muchas más suspicacias.

Aquella noche, Catherine brilló más que nunca, lucía encantadora dejando ver la sensualidad de su cuerpo al realizar aquellos movimientos llenos de destreza.

Las luces resaltaban el color de su piel y el verde esmeralda de sus ojos asomaba por el antifaz que cubría la mayor parte de su cara.

Esa noche el príncipe de un lejano país había ido para verla bailar.

Afrodita se había convertido en una leyenda y todos estaban fascinados con su espectáculo y hermosura.

El príncipe la miraba extasiado, y se acercó a Edmund para tratar de concertar un encuentro con esa bailarina que lo había cautivado.

—Es un honor contar con su presencia, su majestad —saludó Edmund al príncipe.

—Había escuchado hablar maravillas de este lugar, pero veo que nada se compara a lo que estoy presenciando —exclamó dirigiendo su mirada hacia Afrodita.

—Esa mujer es una Diosa, no por nada la llaman Afrodita —agregó el príncipe.

—Le pediré que baile para usted, excelencia —ofreció Edmund.

Cuando llegó el cambio de vestuario, los gritos de euforia se escuchaban por todos lados.

Querían que ella siguiera en el escenario, y entonces Edmund interceptó a Catherine para pedirle que dedicará su próximo baile al príncipe.

—Afrodita, tenemos un cliente muy especial esta noche, y quiero que dediques tu actuación al hombre que está rodeado por todos esos guardaespaldas —le indicó señalando hacia donde se encontraba el príncipe que ya había depositado una fuerte suma en la máquina que tenían los clientes en cada mesa para gratificar a las bailarinas.

Catherine era la que más dinero recibía, pero un gran porcentaje se quedaba en las arcas del club y otra parte al pago de la deuda que le dejó su padre.

—Deberías considerar ser más complaciente con ese hombre, es un príncipe y eso podría ser beneficioso para ti —sugirió Edmund en forma calculadora.

—Ni siquiera lo pienses, no me importa quien sea, lo más que haré es dedicarle el baile, eso es todo —manifestó ella.

—como quieras, pero creo que eres muy tonta al dejar pasar esta oportunidad —argumenta él mirándola con desaprobación.

—Perfectamente sabes que no trabajo en este lugar por gusto sino por necesidad —replicó Catherine.

Edmund frunció el ceño, pero no dijo nada, se dio la vuelta y la chica subió al escenario para comenzar a bailar ante la mirada atónita de todos los presentes.

—No puede ser, es una mustia, dice que no se relaciona con los clientes y mira como le coquetea al príncipe —murmuraban las demás bailarinas.

Afrodita estaba vestida con un traje de odalisca que resaltaba sus atributos.

Sus movimientos acompañaban la música con una precisión envidiable.

Las luces bañaban su cabello dorado acentuando aún más su aire de diosa.

El príncipe la miraba obnubilado, se acerca al borde del escenario y le entrega una rosa, para después besar su mano en señal de admiración.

Ella baja del estrado luego de una gran ovación por parte de los espectadores.

Justo al intentar alejarse, el príncipe la intercepta para charlar con ella.

—Permítame felicitarla por su actuación de esta noche, ha estado maravillosa —le dijo.

—Muchas gracias —contestó con ese acento francés que se había vuelto tan recurrente para ocultar su voz.

—Me gustaría invitarla a tomar una copa —propuso él mientras la miraba encantado.

—Agradezco su invitación, pero ya debo irme —respondió Catherine.

—Puedo llevarla a donde vaya, si gusta —propuso el príncipe.

—Es usted muy amable, alteza, pero ya me están esperando —mintió para salvar la situación.

El príncipe besó su mano y la miró con resignación.

Ella hizo una reverencia y se alejó, sintiendo una punzada de alivio al haber podido librarse de aquel compromiso tan grande en el que la había metido su jefe.

Todo parecía marchar bien, hasta que entró a su camerino y vio la figura de un hombre esperándola.

Quiso retroceder, pero una fuerte mano en su brazo se lo impidió.

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