La situación de Yolanda no era buena. Estaba sentada en silencio, sin ganas de hablar con nadie.
Al ver a aquella joven delicada, Bella sintió una profunda lástima.
Debería estar en el mejor tiempo de la juventud, pero no mostraba la vitalidad y alegría propias de una chica de su edad, y tenía que enfrentar miradas de lástima y extrañeza de los demás.
Bella recordó los lotos que Yolanda había pintado, y pidió que le trajeran algunos. Los ofreció a Yolanda, intentando alegrarla.
Yolanda aceptó las flores, pero tampoco quiso hablar mucho. Parecía muy cansada y se apoyó débilmente en Teresa.
Ella la abrazó con ternura, con lágrimas asomando en sus ojos.
Bella no permaneció más en la habitación, y salió en silencio.
En la puerta, Pedro estaba de pie, sin moverse. Con su mirada oscura, observaba a Yolanda acurrucada en los brazos de su madre, sumido en pensamientos que no traslucía su rostro impasible.
Teresa había salido del país cuando Pedro apenas tenía diez años, y desde entonces apenas