Anna le dijo con despreocupación: —Bella, ¿no sabías que aquí se puede vender a la gente como esclavos?
Hablaba con la misma ligereza que si se tratara de vender pequeños animales. —Con tu figura y tu bonito rostro, si dejaras de lado esa actitud de señorita, podrías dedicarte a atender clientes como prostituta.
»Si tienes suerte, te venderán al barrio rojo. Si no, te romperán brazos y piernas, te sacarán los órganos y te tirarán a la calle. Todo depende de la suerte.
El tono artificiosamente dulce de Anna sonaba como una serpiente venenosa, provocándole una sensación de náusea y escalofríos.
Incluso se le erizó la piel.
—¿Estás loca? ¿Y si me pasa algo, tú podrás escapar?
Anna soltó una risa gélida
Y de pronto, tenía una barra de hierro en la mano.
La fue extendiendo y ajustando, hasta que terminó presionándola contra el delicado cuello de Bella.
—Bella, antes has mencionado a Pedro, ¿pensabas que él podría salvarte, verdad? —dijo con frialdad.
El frío del metal contra su piel hizo qu